[Discowrses]. Recopilación, de quince discursos del pintor inglés sir Joshua Reynolds (1723-1792), pronunciados en su calidad de presidente de la Real Academia artística de Londres desde 1769 a 1790, casi todos con ocasión de la tradicional distribución de premios a los discípulos más meritorios.
Publicados primero parcialmente (1771-1778) y editados por primera vez en forma completa en Londres en 1821, los discursos tienen por materia las ideas y reflexiones del célebre pintor acerca del arte, expresadas bajo forma de consejo a los jóvenes artistas. Sus temas versan preferentemente sobre las ventajas de la enseñanza académica; sobre el método a seguir en el estudio de las artes figurativas; sobre el «gran estilo» y sobre los estilos inferiores; sobre el genio y sus relaciones con el gusto y las reglas del arte.
Un discurso está dedicado por entero al elogio fúnebre de Gainsborough; otro —el último — a la exaltación de Miguel Ángel. Según Reynolds, la Academia tiene sobre todo la finalidad de preservar a los jóvenes de las desviaciones y de las arbitrariedades individuales, sometiéndoles a las reglas del arte, tal como han sido establecidas por los grandes maestros del pasado. El estudio de sus obras es el mejor camino para conseguir el dominio del arte. Sólo cuando se alcanza la plena madurez, puede el artista prescindir de las reglas aprendidas y de la autoridad ajena, entregándose a la fuerza de la imaginación, pues la convivencia con los mayores genios de la pintura habrá formado en él una costumbre de dignidad y abierto el camino a la comprensión de la naturaleza, fuente inagotable de toda perfección.
La imitación de las partes más hermosas y nobles de la naturaleza es sin embargo medio y no objetivo del arte, cuyo fin último estriba en impresionar a la sensibilidad y a la imaginación. Como ejemplo del gran estilo, ideal y sintético, en que radica la suma del arte, Reynolds propone sobre todo la escuela florentina y romana del siglo XVI; el paralelo trazado entre Rafael y Miguel Ángel en el quinto discurso termina afirmando que el primero tiene en mayor número las cualidades superiores, mientras el segundo posee la más alta de todas: el don de lo sublime. Aunque en teoría sea contrario al eclecticismo, Reynolds aprecia a los boloñeses del siglo XVII; en cambio aprecia escasamente a los venecianos, fuera del Ticiano, y encuentra teatrales a Tintoretto y al Veronés.
En compensación, reconoce que la imitación de la estatuaria antigua hace seco el estilo de Poussin y que los aparentes defectos de la pintura de Rubens contribuyen a poner de relieve sus cualidades positivas: la facilidad de invención, la riqueza de composición, el esplendor colorístico. En cuanto a la pintura holandesa, Reynolds la considera perfecta en su género, que es sin embargo de naturaleza inferior, anecdótico y limitado a las representaciones de vida doméstica y de costumbres locales. En conjunto, las ideas expresadas en los Discursos no salen del ámbito de un neoclasicismo académico, atemperado por la inclinación típicamente inglesa hacia el empirismo y sobre todo por la experiencia pictórica y por el gusto personal del autor, que le sugieren agudos juicios sobre determinados artistas. La posición teórica de Reynolds es por ello mucho menos rígidamente dogmática que la de un Winckelmann o de un Mengs. A este respecto, los Discursos, varias veces reeditados, representan la tendencia más difusa de la crítica inglesa de la época, orientada hacia principios clasicistas, pero sin perder contacto con el gusto del Barroco.
G. A. Dell´Acqua