Obra publicada en 1929. Hablando con propiedad debe decirse que más que de un auténtico libro se trata de una simple colección de impresiones. Colección que es el resultado de un fecundo y prolongado intercambio espiritual de Du Bos «usando del trato sencillo que le valió la amistad liberal de todos». Todo nos invita a buscar lo mejor de la obra en la parte de ella titulada Cinco conversaciones con André Gide [Cinq entretiens sur André Gide],
Lejos de ser imaginarias, estas conversaciones tuvieron lugar efectivamente frente a un auditorio escogido en la primavera de 1925. Aun esforzándose en mantener el carácter íntimo que caracteriza a toda conversación, Du Bos intenta manifestarse ante su interlocutor. Lo atestiguan las numerosas citas en las que él realza su propósito y que se limita a comentar. He aquí el tono: «Leamos pues de nuevo, juntos, la maravillosa página de la Puerta estrecha (v.) que nos revela por completo el incorruptible meollo, etc.».
Por muy buena voluntad que se tenga, es difícil seguir el curso de los meandros del pensamiento de Du Bos a través de estas conversaciones. Du Bos admira esa mirada sin complacencia que Gide sabe dirigir siempre a su infancia. De los impulsos de la infancia, nota en primer lugar aquel del «gusto por la materia viviente»; dicho de otro modo, el asombro frente a todas las formas de la vida («¡Oh corazón impedido por los rayos!»). Aborda luego el problema de la adolescencia y coloca en primer plano el problema de Dios tal como se le plantea a Gide: «No desea Nathanael encontrar a Dios en otra parte que en todo lugar».
Dios mismo no es una pregunta, pero ha dejado de ser sensible al alma desde que, por el hecho de la codicia, la vista perdió su claridad y el mundo su transparencia. «La fe en Dios, fuera de toda religión determinada, no puede consistir en otra cosa que en dar razón a Dios en su obra. El solo medio de llegar a ello es el hacer felices a los demás. En otros términos: Gide mantiene que no existe la verdadera felicidad más que en el renunciamiento de sí mismo. Du Bos prosigue a continuación, hablando ahora de la música: en Gide, en efecto, cuando se trataba de escribir, su preocupación era ante todo de orden musical y sobresalía de las restantes («Pero ya la música me preocupaba en exceso; yo estaba amanerando mi estilo»).
Du Bos insiste sobre la perfección musical del estilo de Gide. En Si la simiente no muere (v.), sobre todo, quiere «uno de esos puntos raros en que la prosa francesa logra la música, sin hacer intervenir para ello la menor orquestación. Otra conversación nos lleva al famoso dominio de los Alimentos terrestres (v.). Según Du Bos este título es revelador de la naturaleza misma de Gide. Naturaleza específicamente «terrestre», en todas sus manifestaciones, sin exceptuar aquellas de esencia religiosa. Una vez más afirma: «Que el hombre ha nacido para la felicidad, todo nos lo enseña así. Es el esfuerzo hacia la voluptuosidad el que hace germinar la planta, llena a la abeja de miel y al corazón del hombre de bondad». Gide no oculta su naturaleza «terrestre». Evocando por ejemplo, los recuerdos de los cenáculos literarios que frecuentó en su juventud (entiéndase los de la época simbolista) declara que «él fue salvado por la gula».
Como artista, la mayor inquietud de Gide es pues la puesta en forma de la emoción. El ejemplo de Mallarmé le ha servido para trasladar a la obra de arte esa noción de apremio cuya naturaleza no se puede olvidar: «Mi emoción no juega jamás con el estilo por el gran temor de que el estilo no juegue después con ella». Finalmente Du Bos da a conocer lo que él juzga uno de los atributos esenciales de Gide: a saber, el fervor. Si a veces sucede que se le discierne mal, es ello debido a que el gran escritor se condujo siempre por su clasicismo procurando moderar la expresión. Ello no impide que un día le dictara esta palabra admirable: «Desde el presente es preciso vivir la eternidad». Además de estas cinco «conversaciones», la obra contiene otros muchos textos, el más importante de los cuales es «El laberinto con claraboya» («Le labyrinthe á clairevoie»). Du Bos estudia allí ciertos aspectos de Gide que él había dejado demasiado a la sombra. Pero por mucho que se haya pretendido alumbrar el laberinto, no se desprende de él otra cosa que lo que permite la opaca niebla. Y así, al salir con alivio de este fárrago, se encuentra de nuevo al Du Bos verídico de las «Conversaciones» en el mensaje que dirige a Gide a modo de conclusión. *