Obra de Platón ateniense (424-347/48 a. de C.) en que el autor finge reproducir el discurso de defensa pronunciado por Sócrates, ante el tribunal, en respuesta a la acusación presentada por Meleto y sostenida por Anito y Licón. Le han acusado de no creer en los dioses patrios y de corromper a la juventud; pero Sócrates sabe que odian sobre todo su imperturbabilidad que no se doblega ni ante el enojo de los poderosos. No enseña por dinero, pero sabe demostrar lo vana que es la sabiduría que los hombres creen poseer; él no sabe nada, y lo admite así, y en esto consiste su virtud; pero a los hombres no les place oírse llamar presumidos cuando creen ser sabios y por esto son enemigos suyos y se vengan dirigiéndole las acusaciones más extrañas. En cuanto a corromper a los jóvenes, si Meleto cree que es él el único que los corrompe mientras que todos los demás cooperan en mejorarlos, esto quiere decir que no ha cuidado nunca de la educación de la juventud y es malvada su acusación, y además, si verdaderamente los volviese malvados, a lo menos sus padres protestarían; y, sin embargo, escuchan conmovidos.
En cuanto a no creer en los dioses, los acusadores admiten, sin embargo, que Sócrates cree en los demonios (dioses secundarios y familiares) y por lo tanto se contradicen a sí mismos. Por lo demás ¿creen los atenienses que la muerte es un gran mal? Al contrario, es el sumo bien, cuando uno sabe que ha cumplido bien su cometido; y él sabe que un Dios le ha enviado a Atenas para despertar al pueblo de su sopor y, hostigándolo, incitarlo al bien. ¿Y cómo podría dejar de obedecer a la voz imperiosa de la conciencia? Si no se ha dado a la política ha sido porque un hombre honrado se pierde en ella. Pero tampoco tiene ahora la intención de implorar: el mal peor lo sufrirá quien lo condene siendo él inocente. Votada por los jueces la culpabilidad de Sócrates, ironiza todavía con serena calma, ¿qué pena pedirá para él?; antes por el contrario, según lo que es justo, ¡debería reclamar un premio! Condenado definitivamente a muerte, pronuncia severamente las últimas palabras. La injusta condena recaerá sobre los mismos atenienses, cubriéndolos de infamia, que él, no por falta de dialéctica ha tenido que sucumbir a los jueces, sino por no haber querido humillarse. Repite una vez más que la muerte no es un mal, ya sea un sueño sin ensueños, ya la emigración a una morada más feliz. Lo importante es tener el alma pura: porque «nada ha de temer un justo de un malvado». Y así, sereno, Sócrates se encamina a la muerte.
Este sobrio discurso ilumina toda la figura moral de Sócrates, revelando los motivos de su doctrina, los cuales hallarán más amplio y particular desenvolvimiento en los posteriores diálogos de Platón; el ideal de la justicia por el cual el mal recae sobre el culpable; el desprendimiento de la vida por el cual al sabio no le importan los supuestos bienes humanos, pues se absorbe en la visión del bien supremo; la humildad del verdadero sabio, que reconoce su propia ignorancia y desenmascara la soberbia humana; el principio de la interioridad, el refugiarse en sí mismo, afirmando la propia’ libertad de emanciparse de las leyes comunes para escuchar sólo la voz del dios interno. Todo ello reunido en esta Apología, con la superior ironía que revela la serenidad del ánimo justo que no duda de la verdad de su fe. [Trad. española de Patricio de Azcárate (Madrid, 1871-72). Traducción catalana de Joan Crexells (Barcelona, 1924)].
G. Alliney
* Lleva el mismo título un breve escrito de Jenofonte ateniense (427?-355? a. de C.) de contenido análogo al de la obra de Platón. Como dice el mismo autor, se vincula al movimiento literario que se verificó después del 394 a favor de Sócrates contra su nuevo denigrador Polícrates. Jenofonte narra (no reproduce, como la Analogía platónica, bajo forma de discurso) el proceso y los últimos momentos de Sócrates. Gran parte del material de la defensa está tomado de los Dichos memorables de Sócrates (v.) reunidos por el mismo Jenofonte. Se ha discutido largamente acerca de la autenticidad de esta Apología, pero tanto el estilo como la forma del razonamiento son característicos de Jenofonte, que con esta obra ha querido dar una nueva prueba de su afecto y de su veneración hacia el Maestro presentándonoslo en el momento decisivo de su vida.
C. Schick