Apología de Tasso

Obrita doctrinal escrita por Torquato Tasso (1544-1 95) en 1585 en defensa de Godofredo [Goffredo], primer título de La Jerusalén libertada (v.) y del Amadís (v.) de su padre Ber­nardo (1493-1569), contra los censuras de los académicos florentinos de la Crusca, defensores de Ariosto, especialmente contra Lionardo Salviati (1540-1589), quien con el pseudónimo de Infarinato había escrito una Defensa del Orlando Furioso por los aca­démicos de la Crusca, cernidura primera [Difesa dell’Orlando Furioso degli Accademici della Crusca, Stacciata prima] (1585). El tono de Tasso es sosegadamente polé­mico; su juicio sereno, rara su ecuanimi­dad aun delante de amigos suyos, como Camillo Pellegrino (1527-1603) que exaltan­do imprudente a Tasso contra Ariosto en el diálogo Carrafa o de la Poesía Epica (v.) había dado pie a la gran polémica. Con una referencia al diálogo de Pellegrino, el Tas- so inicia su tratado, declarando, como a menudo lo hizo después, la superioridad de Ariosto, y no haber tenido nunca inten­ción de entrar en competencia con él.

Es noble y conmovedora la defensa del Amadis, en cuanto a la originalidad inventiva, a la propiedad de su lenguaje, la belleza de su poesía. Pasa después a la defensa de la Jerusalén. El diálogo, más aparente que real, se desenvuelve entre el «forastero» (Tasso) y el «secretario». Este último lee las censuras principales de los academicis­mos, a lo que el forastero replica con ar­gumentos decisivos. La materia versa sobre la legitimidad de la poesía de la historia; sobre la relación entre lo verdadero y lo verosímil, la unidad de acción, la alegoría, con una sutileza dialéctica, y a veces con aciertos de intuición, pero que aquí pier­den interés, también por haber sido ya tra­tadas en sus Discursos acerca del poema heroico (v.). El argumento principal es el de la lengua, verdadero talón de Aquiles de la Jerusalén según los académicos flo­rentinos. Tasso une, certeramente, la len­gua y el estilo y, aun dentro de los lí­mites de las doctrinas retóricas de la épo­ca, muestra una segura conciencia de los derechos de la inspiración respecto a la creación del lenguaje poético. Así, exami­na la serie de vocablos y locuciones califi­cadas de inconvenientes o pedantescos, lom­bardos o desusados; a lo cual contrapone, con mucha doctrina y conocimiento de los clásicos italianos, la legitimidad de su uso; y a la lengua de uso toscano opone la len­gua poética noble, literaria y que no con­traviene aquel uso, tomando sus ejemplos y demostraciones de Bembo, Della Casa, Dante, pero sobre todo de Petrarca, al cual, como tantos otros, tiene Tasso por maestro, también, de la lengua.

C. Curto