[Satyricon]. Novela atribuida a Petronio (Caius Petronius Arbiter, 20?-66 d. de C.). Sólo se conservan, de toda la narración, fragmentos de dos libros (XV y XVI).
El protagonista es Encolpio, que, junto con Ascilto y el muchacho Gitón, va por las ciudades del mediodía de Italia viviendo de expedientes, comiendo a costa ajena, tratando de robar allá donde le es posible y, alguna que otra vez, sacando provecho de su cultura literaria y de sus dotes de buen hablista, de fino crítico y de entendido en poesía. La novela, mutilada tal como la conocemos, comienza precisamente con una escena de declamación, como solían hacerse en las escuelas de los retóricos o en los pórticos de los foros. En un momento dado, mientras un orador tiene suspensa la atención de los presentes con su conferencia, Encolpio se da cuenta de que el amigo Ascilto ha desaparecido; deseoso de hallarlo, le busca por toda la ciudad, hasta que lo encuentra en la estancia que los tres amigos habían alquilado, y deciden de común acuerdo huir del caluroso estío de la ciudad y refugiarse en el campo, huéspedes en la villa del caballero Licurgo, junto al que pasan el verano otras dos personas ricas: Lica, dueño de una nave que cargaba mercancías y pasajeros, y Trifena, bellísima mujer amiga de Lica. Pero por diversas rivalidades, la armonía dura poco tiempo y los tres jóvenes, después de haber entablado relaciones amorosas no todas confesables con la gente de la casa, no tardan en hastiarse de aquella vida monótona y enervante, que no responde a sus gustos aventureros; después de pelear con el dueño de la casa, parten de noche, no sin llevarse consigo cuanto pueden encontrar de valor.
Van, pues, viviendo al día: una bolsa de oro, hallada casualmente, perdida luego en un bosque y sustraída de nuevo al campesino que, sin saberlo, la había encontrado, permite a los jóvenes vivir durante algún tiempo. Resuelta la cuestión financiera, no faltan las aventuras galantes: Quartila, sacerdotisa de Príapo, sabiendo que ellos habían violado los sagrados ritos del dios, los hace ir a su casa y los tiene secuestrados en ella; sólo gracias a una feliz casualidad logran los tres evitar los malos tratos de Quartila y de las mujeres de su orgiástico conventículo, y quedan de nuevo libres. Llega con gran oportunidad en este momento la invitación al banquete espléndidamente preparado por Trimalción. La descripción de esta cena ocupa gran parte de los capítulos conservados, tanto que es de creer que el fragmento o el extracto del mismo que hoy poseemos de la novela fue separado precisamente de ella para dar cierta autonomía a la descripción de la cena, precedida y seguida de algunos episodios que la encuadran. Desde la primera entrada en el palacio de Trimalción, lo que maravilla es la suntuosidad de la arquitectura, de los muebles, de las pinturas. La gran masa de esclavos que vive en el palacio y en las infinitas tierras de Trimalción está gobernada con un régimen tan dictatorial, que por su continuo inclinarse volublemente, ora a la benignidad favorecedora, ora a la injusta y cruel severidad, trae a la mente la tiranía de Nerón.
Ofrecida por un personaje casi rabelaisiano, la cena interminable se prolonga durante horas y horas; los platos se suceden a los platos; en una continua superación de sí mismo, el cocinero inventa y prepara nuevas fantasías que maravillan a los huéspedes. Los entremeses son servidos en una fuente que representaba un asnito con dos cestas en los costados: en la una traía las aceitunas negras, en la otra las verdes. Los huevos, colocados en una cesta, bajo una gallina fingida, como si los estuviera incubando, contenían dentro pajaritos asados. Diferentes clases de carnes, pescados y otras viandas estaban bellamente colocados en una esfera que figuraba la bóveda celeste con las doce constelaciones. Un gran jabalí representaba la caza: gran número de perros son soltados en la sala; por fin, herido y abierto el jabalí, vuelan fuera de él bandadas de gruesos tordos. Estos y otros servicios testimonian tanto la abundante y fantasiosa cocina de la casa como el buen humor del anfitrión, que gusta de entretener a sus invitados con verdaderos espectáculos circenses. Entre un servicio y otro florecen las conversaciones: Trimalción, hombre nuevo y recientemente enriquecido, da muestras de su atrevida ignorancia. Con su afán de dar su opinión sobre todo, dice enormes disparates de historia, de mitología, de astronomía, y por si eso no fuera bastante, improvisa también versos, acalorado por el vino.
Por fin el banquete termina a altas horas de la noche. Embriagados, pasan los huéspedes a las abluciones, en tanto que Encolpio, Ascilto y Gitón, que no ven la hora de salir de aquella casa, aprovechando la confusión general producida por la parodia del entierro de Trimalción, huyen en la obscuridad. Después de una noche, pasada en digerir la comida y el vino, los tres se despiertan; pero disputan Encolpio y Ascilto, a causa de Gitón, y deciden separarse. Encolpio se queda durante algún tiempo solo, privado de su amigo, que se lleva consigo al pequeño Gitón. Afortunadamente, Encolpio encuentra de nuevo al muchacho y continúan siendo compañeros otra vez. El lugar que Ascilto ha dejado vacío es ocupado por un ridículo y fastidioso viejo, Eumolpo, que tiene la manía de los versos y de la recitación. Los tres recomienzan su vida de aventuras y de vagabundeo, y, para evitar a Ascilto, que convertido en su enemigo los persigue, se embarcan en una nave próxima a zarpar. Pero la casualidad quiere que aquélla sea precisamente la nave de Lica y Trifena, los cuales, a pesar de las tentativas de los jóvenes para disimularse, los reconocen y con cruel alegría los condenan al cepo y a mil trabajos. Pero el viejo Eumolpo, tan amigo de los perseguidores como de los perseguidos, logra obtener clemencia, y, pasadas las desavenencias, pacifica a los contendientes. La paz dura poco en la nave; los antiguos rencores pronto resurgen más vivos todavía, y mal lo hubieran pasado Encolpio y Gitón si una providencial tempestad no hubiese hecho naufragar la nave y no los hubiera arrojado, junto con Eumolpo, a la costa de Crotona.
Heridos, maltrechos, privados de dinero, urden su más grandioso fraude: fingiéndose esclavos de un rico propietario rústico, cuyas propiedades se extendían por millares de lugares en África, Encolpio y Gitón presentan en Crotona a Eumolpo como a su dueño, y todo el mundo se desvive por recibirlo en su casa oyendo alabar sus riquezas. Algunos más ilusos hasta creen poder ser incluidos en la lista de sus herederos. El viejo realiza su papel a la perfección, procurando para sí y para sus servidores una pingüe ganancia. De este bienestar se aprovecha Encolpio, cuyo nombre es prudentemente cambiado por el de Polieno, para entablar relaciones amorosas con Circe, una rica señora del lugar, no sin enamorar también a su camarera, encargada de llevar los mensajes amorosos a la señora. Bien es verdad que todas estas aventuras galantes no se desenvuelven como el héroe quisiera; y el imprevisto descubrimiento de todo el engaño y el de la verdadera identidad de Eumolpo obligan a Encolpio a huir con Gitón, dejando que los crotonienses se venguen del viejo por sus burlas atroces. Entre las figuras que abundan en la novela, la de este viejo se distingue por su incontinencia sexual y literaria, de la que también es víctima Encolpio, joven inquieto, vagabundo, impulsado por su espíritu aventurero a robar, a matar y a gozar todo lo posible.
Gitón constituye su más tierno amor, pero es un amor que no le consiente paz, son unos celos que le hacen desgraciado, porque este muchacho delicado y bello de dieciséis años despierta demasiadas concupiscencias y es voluble como una cortesana y astuto como un sirviente palatino. Ascilto es un aventurero sin moral y a menudo sin iniciativas. En un mundo casi únicamente suyo vive Trimalción, el héroe de la cena. Su palacio es toda una vulgar expresión arquitectónica que desconoce la exquisitez de las líneas, y que sólo aprecia el valor de la materia. El oro domina por todas partes, precioso, luciente, pesado, en masa. Estos personajes proyectados en un escenario de vida gozadora, tal como vivía entonces la Roma de Nerón, bullen y se destacan en esta obra que es la novela de la amoralidad y de la corrupción romanas v aclimatadas en el ambiente griego de la Italia meridional. [Trad. española de Roberto Robert, hijo (Valencia, s. a.)].
F. Della Corte
Más que ningún músico [Petronio] fue hasta ahora el maestro del «presto» en las invenciones, en las expresiones. ¿Qué puede importamos, a fin de cuentas, el fango de este mundo enfermo, perverso, y ni siquiera del mundo antiguo, cuando se poseen, como él poseía, alas en los pies, y se poseen además el aire, la burla, liberadores de un viento que mantiene sana a la gente porque la hace correr? (Nietzsche)
Petronio era un observador perspicaz, un delicado analista, un maravilloso pintor: tranquilamente, sin partido previo, sin odios, describía la vida cotidiana de Roma, contaba en vivos, pequeños capítulos, las costumbres de su época. (Huysmans)
Hay en Petronio la impasibilidad, la elegancia, la risa fría y cortante de la incredulidad señoril y motejadora, sin que aparezca ni siquiera un solo personaje idealizado y cuya conducta sea noble y grave. (C. Marchesi)