[Lu specchiu di lu disingannu o L’offerta a la cugghiuniata]. Estas cáusticas octavas en dialecto siciliano, escritas por Meli en el Carnaval de 1779 y publicadas después de su muerte, se juntan al Llanto de Heráclito, al idilio Polemuni (si es que se puede llamar idilio, por su conclusión trágica y el desenfado incrédulo y blasfemo del protagonista) y a la Carta al reverendo sacerdote D. Francisco Pablo Nascé, con la que el poeta, viejo y desilusionado, se despidió con sombría tristeza de su poesía jocosa, arcádica, báquica y voluptuosa.
En todas estas composiciones resalta, igualmente lúgubre, la concepción ultrapesimista y desesperada de la vida y esa «elegía del sufrimiento humano y del dolor del mundo» que, a pocos años de distancia, debía encontrar en Leopardi a su cantor más alto. Según Meli, todo es «cugghiuniata», es decir amarga mofa, en la vida; se ríe del universo que, a primera vista, parece construido de un modo magnífico y para que el hombre domine en él y sea feliz, mientras al fin resulta sólo un abismo de infinitos males; se mofa de la varia sucesión de las estaciones, del aspecto engañador del mar sereno, de la bondad hipócrita del hombre timorato, de las fugaces alegrías del placer, de la misma humana existencia llena de desilusiones, torturas, tristezas y continuos y amargos dolores.
A la vehemente sinceridad del pensamiento corresponde aquí la franqueza de la forma, menos adornada, menos literaria, pero más movida, más sencilla y más íntimamente siciliana que la del Llanto de Herdelito, de Polemuni y de la Carta a Nascé, pensados en italiano y escritos en un siciliano académico, que no permite al poeta darles un sello de fresca y sincera espontaneidad.
A. Di Giovani