Con el nombre de Culteranismo se designa específicamente una de las dos grandes corrientes literarias del Barroco español: frente al Conceptismo de Que- vedo y Gracián, caracterizado por un predominio de la idea abstracta y de un lenguaje recortado en contraposiciones y juegos de palabras en orden al más enérgico enlace del pensamiento, el Culteranismo, ejemplificado especialmente por Luis de Góngora, tiene su centro de gravedad en la sensación, en la impresión, o para más exactitud, en una extremación de la fantasía imaginativa, en que se intentan crear imágenes y sensaciones más bellas y sublimes que las halladas en la realidad usual, todo ello mediante un lenguaje insólito de estructura latinizante y vocabulario prestigiosamente raro. La diferencia entre ambas corrientes, Conceptismo y Culteranismo, es siempre elástica y relativa: no hay poeta barroco que no participe un poco de las dos a la vez, aunque se sitúe predominantemente en una de ellas. Tal ocurre con Calderón de la Barca, principalmente en sus dramas, donde, si el lenguaje de ciertos pasajes es inequívocamente culterano, la orientación general y ciertos momentos decisivos del diálogo resultan conceptistas.
El Culteranismo tiene una clara ascendencia renacentista, en su afán de elegancia y su búsqueda de lo esencial en la imaginación, para no hablar, por supuesto, de la sintaxis latinizante, del uso y abuso de la mitología clásica, y del léxico de innegable sabor filológico. Pero su procedencia formal no se puede establecer con tanta evidencia como en el caso del Conceptismo respecto al sistema formal petrarquesco. Como actitud expresiva y estilística, más bien se relacionaría con el “trobar clus” provenzal.
El Culteranismo, en el fondo, y no menos que el Conceptismo, es un resultado de la posición del espíritu español en su momento histórico: después de la gran expansión del alma española al empezar el siglo XVI — ya lo señalábamos al hablar del Conceptismo —, sobreviene una retracción, fomentada por los ascetas y místicos, que hace empezar una sumersión de los espíritus en su interioridad, aun antes de que haya empezado concretamente la decadencia material del Imperio. Pero, así como el Conceptismo responde a una posición plenamente consciente, en que el espíritu, desengañado y pesimista, maneja los conceptos abstractos en un monólogo de sentido moral y religioso, en cambio, el Culteranismo viene a ser más bien “literatura de evasión” y “torre de marfil”. En él, los poetas olvidan esa realidad cada vez menos positiva e interesante, para crear otra realidad más pura, aunque más limitada: más sugestiva y bella, aunque menos humana. Se comprende que este designio de creación absoluta, y la actitud minoritaria y estetizante que comporta en el escritor, hayan servido de bandera y precedente para los modernos movimientos de la “poesía pura” y la “deshumanización del arte”, analizada ésta por Ortega. Y en efecto, el clima poético español de los años 1925 a 1930 es decir, el momento de máxima vigencia de aquellas estéticas — tuvo su apogeo en la exaltación de Góngora, sin prestar en cambio apenas atención al Conceptismo. Los monumentos máximos del Culteranismo serían, así, los dos grandes poemas de Góngora, las Soledades (v.) y la Fábula de Polifemo, Acis y Galatea (v.), preferentemente aquéllas. Hay en ambos poemas una estructura más o menos narrativa, pero conviene advertir que no es más que un instrumento, un pretexto para aquellos fulgores ocasionales e intermitentes a cuyo logro se sacrifica todo.
En cuanto al lenguaje mismo, aparte de los latinismos en el vocabulario y la sintaxis y de las referencias mitológicas — que tienen un valor de creación de una determinada atmósfera de refinamiento y penumbra irreales donde resalten más las intuiciones del poeta —, conviene insistir en el papel de la hipérbole y la perífrasis, dentro de las cuales la metáfora, elemento esencial culterano, se carga de poder y sentido. La hipérbole refuerza la viva luz imaginativa que a veces relampaguea en la sombra del estilo: el designio del poeta es de carácter selectivo y acentuador, pero quizá monótono. Se observa que la paleta de Góngora no cuenta más que con unos pocos colores, pero todos ellos elevados a una pureza ultraterrena: no ya amarillo, sino “oro”; no blanco, sino “nieve”; no rojo, sino “púrpura” o “sangre”; no verde, sino “esmeralda”; no azul, sino “zafiro”. Es decir, las visiones imaginativas de esta poesía se transfiguran en una situación extrema, en una continua exageración reforzada a menudo por un encadenamiento “a fortiori”: las manos de una mujer no son simplemente blancas, ni aun blanquísimas, sino más blancas que las plumas de los cisnes de Apolo, las cuales a su vez vencen en blancura a las nieves del Cáucaso. El procedimiento, por sí solo, puede fatigar, pero es muy útil, cuando es la genialidad gongorina la que lo usa, para lograr intuiciones únicas, luminosas y sobre-reales, de un valor creativo extremo, digno del moderno “arte por el arte”.
Análogamente, la perífrasis es una forma característica del Culteranismo, es decir, el horror —en definitiva, de origen en la poesía latina, pero ahora llevado a un punto de crisis— a nombrar las cosas por su nombre, considerando gastado el lenguaje normal para dar la realidad, y tratando de que el lector llegue a la intuición* brillante y rara en su unicidad, sin contaminarse de la generalidad o por decirlo así, de la “vulgaridad” de los medios idiomáticos que son de todos. Más recientemente, Mallarmé exacerbaría este horror a la designación directa llegando a una verdadera destrucción de la poesía: en el Culteranismo, en realidad, lo que se hace es sólo reemplazar parcialmente el lenguaje de todos por un lenguaje minoritario, accesible sólo a cierto grupo de iniciados. Es el momento de la historia literaria española en que más se cree que la poesía debe hacerse, no ya sólo su lenguaje peculiar, sino su idioma aparte, incluso su vocabulario.
Pero, como decíamos, el centro de la estilística culterana se hallaría en la metáfora, esencial en su designio de obtención de una esfera más bella y depurada a partir de la realidad ordinaria: poniendo lo esencial de la poesía en el plano aludido, en los términos de comparación ideal, la metáfora es llevada a unas posibilidades mucho más ricas y amplias por virtud del Culteranismo.
El Culteranismo, digámoslo para terminar, se halla en paralelismo con otros movimientos europeos —eufuismo (v.), marinismo (v.) — de manera más clara que el Conceptismo. Pero, por su carácter un tanto estetizante, exclusivamente literario, y su menor interés intelectual y moral, ha tenido una vigencia más discutida y variable, habiendo atravesado por un secular descrédito antes de la mencionada exaltación reciente, en un momento peculiar de la poesía moderna. En general, para el estudio del Culteranismo son decisivas las investigaciones de Dámaso Alonso sobre la obra gongoriña: a ellas nos remitimos para un estudio más especializado y técnico.
José Mª Valverde