Vacilé en la inclusión de este título, con la idea de que John Updike (nacido en 1932) no necesita mis elogios. Agudo delineante del carácter suburbano y maestro de un poético estilo en prosa, ha sido durante mucho tiempo el más elogiado de los escritores norteamericanos. Pero su primera aventura extensa en la literatura fantástica es un libro demasiado bueno para omitirlo; como El Hombre Verde de Amis [42], con el que tiene una pálida semejanza, es al mismo tiempo una hermosa novela y una excelente obra de género. Su realismo social minuciosamente observado sólo sirve para reforzar la fuerza de su contenido sobrenatural.
Es la época de Nixon y el Vietnam. El lugar es Eastwick, Rhode Island, una ciudad marítima de la vieja Nueva Inglaterra, donde en aquellos días «pequeñas instalaciones sin ventanas, con nombres como Dataprobe y Computech, fabricaban misteriosos componentes, tan delicados que los obreros usaban gorros de plástico para evitar que cayese caspa en los diminutos trabajos electromecánicos». Pero tal tecnología sin rostro pertenece al desacreditado mundo de los hombres. Los personajes centrales de la novela, Alexandra, Jane y Sukie, son atractivas divorciadas que están en sus treinta y tantos años. Cada una de ellas siente que haberse separado de su marido ha sido una inmensa liberación. Han descubierto nuevos poderes en sí mismas, se han sentido atraídas mutuamente y han formado un «aquelarre». Son brujas, de un género muy práctico, capaces de desencadenar tormentas, romper a distancia el collar de perlas de imitación de una anciana dama, y poner polvo y plumas en la boca de un chismoso regañón. Su magia es propia de un grupo no profesional, a menudo malicioso pero no abiertamente malo. Disfrutan con las guerras intestinas de la política local, y son capaces de aprovecharse de cualquiera. Mujeres enérgicas y agradables, usan su cuerpo, su inteligencia, su ingenio y sus facultades creadoras; y en sus manos hasta la comida parece un arma mágica: «A Jane Smart le encantaban los huevos sazonados, espolvoreados e impregnados de paprika y una pizca de mostaza, aderezados con cebolleta cortada o una anchoa extendida en cada relleno, blanca como la lengua de un sapo».
De Nueva York llega un hombre presuntuoso y huraño llamado Darryl Van Horne. En apariencia rico inventor y coleccionista de arte, restaura una vieja casa grande cercana a Eastwick, y pronto se convierte en objeto de fascinación local, aun para el trío de brujas, acostumbradas a llevar la voz cantante. Van Horne es bullicioso, testarudo, tosco y detestable, y sin embargo las tres se sienten inexorablemente atraídas hacia él. Él las hace hablar, y pronto las tres brujas comparten las deli-cias de su cuarto de baño de madera de teca. Se convierte en un aquelarre «liberado» totalmente moderno: «Sobre el colchón de terciopelo negro que Van Horne ha instalado, las tres mujeres jugaban juntas con él, usando las partes del cuerpo de él como vocabulario para hablar entre ellas; Van Horne demostró tener un control sobrenatural, y cuando eyaculaba, convinieron todas más tarde, era maravillosamente frío». (Antes el autor había citado el testamento de una bruja del siglo xvI que describió al Diablo como «tan frío como el hielo».)
Las brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick) es un relato realista, divertido y finalmente trágico de culto al Diablo. Los detalles sexuales son copiosos y explícitos, y algunos lecto-res han acusado al libro de ser misógino, pero la alta calidad de su creación y el modo en que el autor se mete en la piel de cada uno de sus personajes (sobre todo las mujeres) lo convierten en algo más que una fantasía sexual o sexista. El libro ha sido filmado con éxito por el director australiano George Miller; no he visto aún la película, pero es difícil imaginarse un equivalente cinematográfico de «los transportes de prosa espectacular» de Updike (según palabras del Time Magazine). La prosa del autor es espectacular, en verdad, hasta el punto de que renueva mi fe en la novela como una forma de narrar historias que nunca podrá ser desplazada por medios más nuevos, por impresionantes que sean sus efectos especiales.
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