El mito de Edipo (v.), matador de su padre y marido de su madre, es uno de los temas más profundos de la literatura griega y ha dado argumento a obras literarias y artísticas hasta nuestros días. La versión más antigua del mito que se conoce parece haber figurado en el poema Edipodía atribuido al poeta Cineton, del siglo VIII a. de C., que recogió la leyenda de Edipo del ciclo tebano y la transmitió a la tragedia antigua.
* El primero que se inspiró en ella fue Esquilo (525-456 a. de C.) en su trilogía Layo, Edipo y Los siete contra Tebas, a la que seguía el drama satírico La Esfinge; de ella nos han quedado Los Siete contra Tebas (v.) y fragmentos de los dos primeros dramas.
* Siguió la tragedia Edipo Rey de Sófocles (496-406 a. de C.),que ya en tiempos de Aristóteles era considerada como la obra maestra de este autor. La fecha de su composición es desconocida; argumentos interiores y exteriores al drama hacen suponer que éste debe colocarse en el centro de la actividad poética del gran trágico (c. 430 a. de C.). Sobre el mito de Edipo no nos ha quedado ningún drama anterior al de Sófocles; y nuestro conocimiento de las fuentes es muy limitado. Esto simplifica considerablemente el problema crítico, pero al mismo tiempo lo agrava, por la facilidad con que semejante poesía puede llevar a juicios tanto más seductores cuanto más arbitrarios. Edipo, rey de Tebas en Beocia, está resuelto a extirpar la causa de una peste que atormenta su ciudad.
El dios responde que la ciudad está contaminada por haber quedado impune la muerte de su viejo rey Layo: hay que buscar al culpable. Edipo sospecha de su cuñado Creonte (v.) y del profeta Tiresias (v.), el cual, interrogado, se niega a contestar; más aun, había imputado el delito al propio Edipo. A esta situación pone término Yo- casta (v.), antes mujer de Layo y, después de la muerte de éste, casada en segundas nupcias con Edipo. Yocasta invita a su marido a no escuchar a ningún oráculo ni a ningún profeta: también el dios había dicho a Layo que moriría a manos de su hijo, y en cambio el único hijo de Layo murió apenas nacido. El mismo Edipo había tenido un oráculo, según el cual debía dar muerte a su padre y casarse con su madre; y precisamente entonces, llega la noticia de que Polibio, padre de Edipo, ha muerto en su tierra de Corinto.
Pero un anciano esclavo de la casa de Layo, finalmente, descorre, entre dolorosas reticencias, todos los velos: Edipo es hijo de Layo, el cual lo dejó recién nacido, en la ladera del monte Cite- ron, para que muriera; allí lo recogió Polibio, que lo adoptó como suyo. Edipo, al oír esto, se saca los ojos con los broches de su manto; Yocasta se estrangula, y Creonte es elegido rey. En el ánimo de Edipo hay todo cuanto se puede pensar de humano: la inteligencia y la autoridad; este mortal que ha descubierto el misterio de la Esfinge (tiempo atrás había librado a la ciudad del terror de este monstruo, resolviendo sus enigmas) y suele llamarse con retadora altivez «hijo de la fortuna», no puede ultrajar a los dioses ni burlarse de los vaticinios; hay en él el germen de un pecado original, por el cual su misma potencia y su mismo saber se convierten en locura y ruina. Su figura, desde su primera aparición en medio del fausto y de la dignidad de sus vestiduras reales, es una sombra en la oscuridad.
Edipo, el astuto, el experto, no ve nada ni sabe nada; lo busca todo, y pregunta por doquier: ¿por qué acuden a él sus súbditos? ¿Por qué la peste? Se burla como de una mentira de aquello que nunca ha sabido, y es mentira lo que cree saber. Incluso la verdad, cuando se abre claramente a sus ojos, le parece tan absurda e incomprensible que se ciega, como si así le pudiera ser más fácil no verla. Se ha hablado mucho del Edipo Rey como de un drama de tesis: el destino que arrastra a los hombres, los dioses que castigan al pecador. No hay duda de que en el drama aparece claramente el problema de la libertad; de si las cosas de los hombres son guiadas por éstos, o por alguna otra necesidad. Pero Sófocles está muy lejos de plantear su obra desde este punto de vista.
Ve el problema, por abstracto y elevado que sea, sólo en su realización, que es también su efectiva creación; lo siente vivo en aquel drama eterno y universal que es la humanidad. Y su Edipo es un hombre en el que viven todas las contradicciones, y del que- nacen todos los problemas, y en el cual la victoria es derrota y la derrota ión. De un modo particular, en esta tragedia, el arte, familiar a Sófocles, de centrar el drama en torno a un solo personaje, calando en la atmósfera de éste ideas e imágenes, encuentra una peculiar realización. En las otras tragedias de este género, el protagonista revive con su humanidad un sólo aspecto, como la fe religiosa de Antígona (v.) o el sentido moral de Ayax (v.); en ésta, encarna la forma misma de la humanidad; el personaje es a la vez imagen e idea; la ceguera de Edipo es al mismo tiempo una metáfora y una realidad, que sumerge en una misma tonalidad poética mundos lógicos y mundos fantásticos. En esta tragedia el poeta ha llevado al hombre al más bajo grado de la abyección y de la miseria, para ensalzarlo después y purificarlo en un vasto hálito de compasión; le ha atribuido los más horrendos delitos, para compadecerlo luego en au ruina. Y destruyéndolo, lo ha recreado.
L. Polacco
Los personajes de Sófocles hablan bien todos, de modo que estamos inclinados a dar la razón al último que habla. (Goethe)
*- El mismo Sófocles utilizó nuevamente este asunto en una segunda tragedia, Edipo en Colono Tanto en la forma como en el espíritu de la obra, esta tragedia pertenece a un estilo completamente diferente al de la anterior. Sófocles la escribió poco antes de su muerte, a los noventa años; y la primera representación tuvo lugar cinco años después de muerto, en el 401 a. de C. Es un drama muy largo, con muchas partes líricas, como un extenso himno a la muerte, que es medida de la vida. Se ha querido ver en él un eco de la vejez del poeta; pero esta vejez debe entenderse no como senilidad, sino como primavera del espíritu.
Los personajes: Edipo, anciano ciego, desterrado de su patria, fiado únicamente en los dioses y los hombres buenos; Antígona, hija suya, doncella y única compañera, dulce y delicada; Ismene (v.), su otra hija, de carácter opuesto al de Antígona, pero igualmente activa, impetuosa y generosa; y frente a este grupo, el coro de ancianos consejeros coloneos, prudentes, ponderados, obedientes a la voluntad del rey de los dioses, y el rey Teseo (v.), encarnación ideal imperecedera de la civilización ateniense y hospitalario defensor de los débiles; en la parte opuesta y en eficaz contraste, los enemigos de Edipo, que pasan también a ser enemigos de Atenas: Creonte, untuoso e hipócrita, y Polinices (v.), indigno hijo de Edipo. Ambiente en que se desenvuelve la acción: el bosque consagrado a las Benignas (Euménides), en Colono, donde los ruiseñores cantan entre la hiedra vivaz, y crecen el laurel, el olivo y la vid, mientras a lo lejos se divisan, solemnes y protectoras, las torres de las murallas de Atenas. A ese bosque llega el errante Edipo, sin más guía que Antígona.
Los coloneos quisieran expulsarlo de allí, horrorizados por su delito, mientras Ismene anuncia que sus hijos están a punto de llegar a las manos. Interviene Teseo; y ante él y Creonte, su acusador, Edipo pronuncia su defensa: no él, sino los dioses mismos han querido su parricidio y su incesto. Y Teseo le dice que se quede y le acoge bajo la protección suya y de la ciudad. En compensación, Edipo profetiza a Atenas artes y victorias eternas. Llega Polinices, para pedir ayuda en la lucha que va a entablar con su hermano Etéocles (v.), pero Edipo le rechaza maldiciendo la guerra fratricida. Ahora un trueno súbito sacude al anciano desterrado; es el signo tan esperado de los dioses; Edipo se levanta y, después de haber confiado algunos secretos a Teseo, entra solo en el bosque sagrado, donde se decía que estaba el umbral del reino inmortal. Los varios elementos líricos, poéticos y religiosos, que no aparecen juntos, sino destacados poco a poco de modo que constituyan cada uno una unidad menor de este poema, se interfieren y se completan en el motivo mayor dominante, que es el de la muerte, término último de la vida.
Pero la riqueza de colores,,, del mismo modo que es un mérito, es también un defecto, y el arte, en algunos puntos, como acontece particularmente en los largos diálogos de Edipo con Ismene, Creonte, o Polinices, se resiente de artificio. Artificio que el poeta oculta, englobándolo en el soplo lírico del conjunto; pero siempre queda un rastro, como algo buscado, demasiado expreso. En este drama hay excesivas cosas: amor, en el ámbito de la familia y en cierto modo en el de la ciudad; fe, pecado y culpa, muerte y resurrección; al análisis, el drama parece una mina inagotable de motivos, de tal modo que más que obra poética, por altura de su concepción espiritual, merece ser considerada como la síntesis y el tesoro de la civilización griega.
Pero todos estos motivos, aunque profundamente sentidos, no constituyen por sí mismos la obra, sino que quedan un poco fuera; si se lee el drama con ánimo sencillo queda en el corazón esta paz inmensa de un alma tempestuosa que ha llegado a su puerto, a los cantos de ruiseñores y a la sombra solemne de los laureles. El Edipo en Colono no ha tenido imitadores dignos de mención; es una obra sólo «griega» incluso en su argumentó, y su poesía transcurre en zonas tan por encima del mundo y de los hombres, que parece no sólo la única conclusión digna de la vida y la obra de aquel gran ateniense, toda ella orientada a transformar continuamente formas de vida en palabras de vida eterna, sino también de la misma civilización de Pericles (a quien algunos críticos quieren ver representado en Teseo), que en aquellos años, terminada la guerra del Peloponeso, marchaba ya hacia un glorioso ocaso.
L. Polacco
* También Eurípides (480-406 a. de C.) se inspiró en este mito con la tragedia perdida Edipo y con las Fenicias (v.), que no dejaron de influir en el Edipo en Colono de Sófocles.
* Directamente sacado del modelo del Edipo rey de Sófocles es el Edipo de Lucio Anneo Séneca (4? a. de C.-65 d. de C.). , Se inicia con un diálogo entre Edipo y su esposa Yocasta, ambos asustados por la peste que azota a la ciudad; llega luego Creonte, hermano de Yocasta, encargado por Edipo de ir a consultar el oráculo de Apolo acerca de los medios de conjurar la calamidad. El dios ha contestado que hay que desterrar al asesino del rey Layo, primer marido de Yocasta, muerto misteriosamente. Edipo pide a Tiresias, el viejo adivino, que le indique quién es el asesino. Tiresias consulta las vísceras de las víctimas; los presagios son siniestros, pero obscuros. Tiresias evoca la sombra de Layo en presencia de Creonte para revelar el resultado de esta mágica operación; Layo indica expresamente a Edipo como asesino suyo.
Edipo al principio se cree víctima de una odiosa conspiración tramada por Tiresias y Creonte, pero de pronto recuerda que un día, estando ebrio, dio muerte a un desconocido, que resulta ser precisamente Layo. Por otra parte él, que había huido de su país natal, Corinto, porque temía que se cumpliera el oráculo según el cual debía dar muerte a su padre y casarse con su madre, se entera de que el rey y la reina de Corinto no son sus verdaderos progenitores. Es pues hijo de Layo y de Yocasta, y culpable de parricidio e incesto. Entonces, mientras Yocasta se mata, él se ciega, como castigo, y sale desterrado, para librara Tebas de su impura presencia. El carácter de Edipo es inferior a las creaciones de Sófocles, y los coros menos bellos. La parte mejor lograda es el episodio del sacrificio de Tiresias. El relato de la escena de nigromancia es original del poeta latino, y recuerda, más que a Sófocles, a Virgilio.
F. Della Corte
El horror es la musa de Séneca. (De Sanctis)
Las tragedias de Séneca son las únicas salvadas del naufragio de todo el teatro trágico romano; y son el mayor y a veces el único lazo que une la antigua tragedia a la moderna. (C. Marchesi)
* En el mito de Eurípides está también inspirada la Tebaida de Estacio (v.)
* El Renacimiento volvió a utilizar este mito con el Edippo, tragedia en cinco actos y en verso de Giovanni Andrea Dell´Anguilara (1517-1572), escrita en 1565. El Edipo rey de Sófocles se repite aquí con tonos y modos que hacen sentir la influencia de una tradición teatral en vías de formación, preocupada en hallar respuesta en el pueblo, más que de respetar las reglas de la dramaturgia literaria. Incluso la peripecia está algo deformada, según una mentalidad más actual: Edipo no sale desterrado, sino que es encarcelado por sus hijos, que con este castigo de su padre creen poder conjurar la calamidad caída sobre Tebas; las hijas se alejan del mundo refugiándose como vírgenes consagradas a Palas; como las historias antiguas en la interpretación de los pintores del siglo XVI, este Edipo va vestido en traje de la época, o sea el propio de un teatro nacido en la corte pero cada vez más dirigido de cara al pueblo.
U. Dèttore
* En 1659 se representó en París el Oedipe de Pierre Corneille (1606-1684), tragedia en cinco actos, que no figura precisamente entre las mejores del gran escritor francés. Deriva también del Edipo rey. Edipo es rey de Tebas y esposo de Yocasta. Layo, a quien Edipo ha sucedido, ha dejado una hija, Dirce. Teseo, señor de Atenas, quisiera casarse con ella, pero Edipo quiere dársela a Hemón. La peste diezma la ciudad. Edipo consulta las potencias infernales, y la sombra de Layo responde que el mal será vencido cuando su sangre sea derramada para castigar un delito hasta entonces impune. Dirce, que se cree hija única de Layo, quiere sacrificarse; Teseo, para salvar a la amada, dice que él es un hijo de Layo, que fue abandonado en el Cite- ron. Yocasta no lo cree porque, si lo fuera, habría debido, según los oráculos, dar muerte a su padre y contraído matrimonio con su madre. En cambio se revela que el matador de Layo fue Edipo, según atestigua Forbas que estaba con el rey cuando fue muerto; Ificrates, venido de Corinto, donde Edipo ha sido educado, declara que éste es aquel que, siendo niño, le fue entregado en el Citeron por Forbas, que había de haberle dado la muerte. La tremenda profecía se ha cumplido totalmente. Yocasta se atraviesa con un puñal y Edipo se ciega. La sencilla peripecia de Sófocles se complica con los amores de Teseo y Dirce, expresados en el estilo galante de la época, y pierde mucho de su antiguo horror religioso. Un alegato de Teseo contra los oráculos y en defensa del libre albedrío, es el pasaje más famoso de esta tragedia mediocre, que no es tanto defensa de los jesuítas contra los jansenistas como simple afirmación de la voluntad, bien comprensible en Corneille.
V. Lugli
* También escribió un Oedipus John Dryden (1631-1700) en colaboración con Nathaniel Lee (16539-1692), representado en 1679; trabajo ocasional, no figura entre las obras más notables del gran escritor inglés
* No es obra muy significativa el Oedipe de Voltaire (François-Marie Arouet, 1694- 1779), representado en 1718. Ni siquiera intenta volver a la simplicidad griega; añade al núcleo principal el amor de Filoctetes por Yocasta. Sin embargo esta tragedia, publicada durante el primer destierro de Voltaire en Chatenay, fue acogida con gran favor y señaló el venturoso inicio de su carrera teatral.
* En el Edipo en Colono está inspirada la tragedia en cinco actos Edipo en el bosque de las Euménides [Edipo nel bosco delle Eumenidi] de Giovanni Battista Niccolini (1782-1861), estrenada en 1823. Repite el argumento de su modelo cuyo espíritu intenta continuar, aunque el drama de Polinices, sugiriendo a Niccolini acentos dignos de Alfieri contra todos los despotismos, introduce motivos nuevos y de forma dramática menos pura. Más lírica y expresiva es en cambio la evocación de aquello que hay ce trágicamente misterioso en la figura y destino de Edipo, de modo que la obra, aunque inspirada por el clasicismo que caracteriza las primeras producciones de Niccolini, constituye una notable interpretación romántica del Edipo griego.
U. Dèttore
* Con el título de Edipo, don Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), granadino, escritor y político, hace la adaptación del Edipo de Sófocles en cinco actos y en verso, durante su emigración en París tras el trienio liberal (1820-1823) del reinado de Femando VII. Los antecedentes de adaptación de la magistral tragedia griega eran números en las diversas literaturas, si bien en España, tan sólo lo había intentado, y en traducción no destinada a la escena, don Pedro Estala. Precede a la tragedia de Martínez de la Rosa un largo proemio, o advertencia, muy notable por su doctrina. En él pasa revista a cuantas traducciones o adaptaciones conoce del Edipo, y atribuye sagazmente el fracaso de ellas al deseo de animar con episodios superfluos la sencillez ejemplar del arte de Sófocles. Su orientación en’ estas observaciones es acertada, pero Martínez de la Rosa quiso extremar la sencillez de la acción en su tragedia, y así suprime todo el episodio de Creonte «una de las violencias — observa Menéndez Pelayo— que más justifican la fatalidad de Edipo». Aparte de esta mutilación, faltaba al poeta granadino el perfecto entendimiento de la sencillez clásica, y por perseguirla en su adaptación la hace seca y descarnada. Pese a ello es de todas las imitaciones modernas la menos infiel a la letra, aunque la perjudiquen las infiltraciones de sentimientos modernos que nada tienen que ver con la austeridad y grandeza de los auténticos de la gran tragedia. Está lo bien escrita que era de esperar de pluma tan meticulosa, y aun puede decirse que en ciertos parlamentos hace, probablemente, los versos más llenos que salieron nunca de su pluma. En cambio los versillos religiosos que tratan de sustituir el coro de la tragedia griega son tan sólo un accesorio ornato, indigno de la gravedad trágica de la obra de Sófocles. Con todos estos defectos, y más que la crítica ha notado, el Edipo de Martínez de la Rosa es una de las mejores tragedias clásicas con que cuenta nuestro teatro, tan pobre de ellas.
J. Mª de Cossío
* El motivo del Edipo rey fue utilizado libremente en época más reciente por el poeta alemán Hugo von Hoffmannsthal (1874- 1929) en la tragedia en tres actos y en verso Edipo y la Esfinge [Oedipus und die Sphynx], escrita en 1905. El delito de Edipo está dramatizado en el primer cuadro. Substituyen al coro voces de los antepasados, cuya función es completamente distinta de la de aquél; en vez de constituir los pilares de la tragedia, preceden la acción y, anticipándola, la debilitan. Puede decirse que no queda nada clásico, excepto los trajes. La ¿—asiera es la vienesa de antes de la Primera Guerra, con las notas sensualmente refinadas y -rasadas que le son características. El incesto no purificado en la necesidad del Destino pierde su elemento trágico, para enturbiarse en el subconsciente. Edipo, estático y abúlico, resulta dominado por esta especie de angustia o presentimiento que substituye al destino divino. La tragedia no termina con el grito fatal de Edipo que se siente humanamente culpable de la gran culpa involuntaria, sino en la glorificación de las incestuosas nupcias con Yocasta. La tragedia de Sófocles, así domina pierde su armonía poética, aunque en sus tonalidades morbosamente modernas logre crear una atmósfera. Sólo en algunos diálogos, como el del encuentro de Yocasta y Edipo, y en la extraordinaria delicadeza del verso se siente al poeta capaz de una creación original.
G. Federici Ajroldi
* Del Edipo en Colono, Nicolás-François Guillard sacó un libreto para el melodrama del mismo nombre en tres actos de Antonio Sacchini (1734-1786). Sacchini era ya célebre en Italia y en el extranjero cuando desde Londres se dirigió a París (1783) atraído por el éxito que la ópera italiana tenía en el teatro francés. Protegido por María Antonieta, escribió el Edipo en Colono representado en 1786 en Versalles ante el rey y la reina de Francia. Celos y envidias obstaculizaron la tan anhelada consagración de la obra en la escena de la Real Academia de Música, donde no se representó hasta el año 1787, cuando hacía ya cuatro meses que el autor había muerto. Sacchini encontró en esta obra su verdadera y suprema expresión. Dio acentos de dulzura, dolor, y dramatismo a sus personajes, e hizo del dúo entre Edipo y Antígona una de las páginas más bellas de la ópera del siglo dieciocho. Con todo, la obra carece de verdadera unidad dramática. De inspiración extremadamente dulce, el estilo de Sacchini adquirió en parte impulso y fuerza dramática gracias al influjo que por entonces ejercía Gluck, sobre la ópera; vino a constituir un eslabón intermedio entre el estilo melódico de Giacomo Puccinni y el innovador positivismo armónico del gran compositor alemán.
N. del Mestre
* Escribió música escénica para el Edipo rey de Sófocles, recogida bajo el título de Oedipus, el compositor inglés Henry Purcell (1658 o 59-1695), ejecutada por primera vez en 1692; Modest Petrovic Musorgskij (1839-1881) escribió un coro mixto en 1860; música escénica de Eduard Lassen (1830- 1904), estrenada en Weimar en 1874; la ópera Edipo rey de sir Charles Villiers Stanford (1852-1924) representada en 1887; música de escena de Max von Schillings (n. 1868), compuesta en 1900; intermezzos de Ildebrando Pizzetti (n. 1880) estrenados en 1903; la ópera Edipo re de Ruggero Leoncavallo (1858-1919), representada en Chicago en 1920; y la ópera-oratorio en dos actos Oedipus Rex de Igor Stravinsky sobre texto de Jean Cocteau (v. más abajo).
* Otras veces fue musicado el asunto del Edipo en Colono: Nicola Zingarelli (1752- 1837) compuso una ópera que fue estrenada en Venecia en 1799; escribió otra Heinrich Bellermann (1832-1903); Félix Mendelssohn- Bartholdy (1809-1847) compuso música de escena para nueve piezas para solos, coros y orquesta (op. 93) que fueron ejecutados en Potsdam en 1845; escribieron también música de escena para la tragedia de Sófocles, entre otros, Eduard Lassen (1830- 1904); Joseph Guy Ropartz (m. 1864); Flor Apaerts (n. 1876) y Frank Martin (n. 1890).
* Oedipus rex se ti ula una ópera-oratorio en dos actos de Igor Stravinsky (n. en 1882), con texto de Jeán Cocteau (n. en 1891) y traducida al latín por Jean Daniélov. La composición de esta obra comenzada en enero de 1926 fue terminada en mayo de 1927. La primera ejecución tuvo lugar en París el 30 de mayo de 1927. Como en la forma tradicional del oratorio, el argumento es narrado por un «cronista» que aquí es un recitador vestido de negro que se coloca en el proscenio. A la música están reservados los momentos culminantes del drama. El latín del texto cantado (está excluido por tanto, el hablado del recitador) ha sido preferido por Stravinsky para poder trabajar no sobre una lengua viva —una lengua de uso actual que rodea nuestra vida como una atmósfera que se respira—, sino sobre una lengua petrificada por los siglos. Esto alza como un muro de cristal entre el antiguo mito y nosotros. Para acrecentar esta sensación de solemne y distante monumentalidad, se añade la absoluta inmovilidad impuesta al coro y a algunos personajes, y la casi inmovilidad impuesta a los restantes. El libreto está calcado sobre la homónima tragedia de Sófocles. Edipo ha vencido a la Esfinge; ahora Tebas es azotada por la peste. Salva también esta vez a la ciudad. Creonte (v.) ha consultado al oráculo : conviene castigar al asesino de Layo. Edipo, hábil en esclarecer enigmas, lo resolverá. Para ello , interroga a Tiresias la fuente de verdad. Este la conoce, pero quiere evitar decirla. Edipo lo acusa de tratos secretos con Creonte para quitarle el reino. Entonces habla Tiresias: el asesino del rey es un rey. Se enciende una disputa entre Edipo, Creonte y Tiresias. Viene Yocasta (v.), les calma y les dice que los oráculos a veces no aciertan: por ejemplo, un oráculo había anunciado que Layo sería muerto por su hijo, y en realidad fue muerto por unos ladrones en la encrucijada de Daulia y Delfos. Edipo tiembla: yendo de Corinto a Tebas mató en la encrucijada de Delfos a un viejo. En este momento se presenta un mensajero para anunciar que Polibio, de quien Edipo se creía hijo, no era sino su padre adoptivo. A la revelación del mensajero se añade pronto la de un pastor que da testimonio que Edipo fue encontrado de niño por Polibio en un monte con los pies agujereados. Yocasta, horrorizada, lo comprende todo y se retira al palacio. También Edipo comprende. Yocasta se ahorca en su propia habitación y Edipo se saca los ojos; un mensajero anuncia la muerte de Yocasta: «La divina cabeza de Yocasta ha muerto». Aparece Edipo ciego. Los tebanos lo despiden con extrema dulzura: «iAdiós, adiós, pobre Edipo! Adiós Edipo. Te queríamos». Stravinsky ha escrito para este oratorio una música de majestad real, de inmovilidad escultórica, de una profunda y conmovedora belleza, en la que nos parece oír las roncas llamadas de ultratumba, de allí donde estaba escrito el destino de Edipo, antes aun de que él abriera los ojos a la luz. En Oedipus rex ciertas durezas propias de las obras de Stravinsky se atenúan, se transforman en líneas más amplias, en volúmenes sonoros que recuerdan la musicalidad solemne y barroca de un Hándel. Pero en esta relación con el gran músico alemán no se vea más que una referencia crítica que de ninguna manera indica una posición neoclásica o imitativa en el compositor ruso.
A. Mantelli
* Son numerosísimas las-pinturas de vasos relativas a este mito, entre las cuales es célebre la del Vaticano que representa a Edipo y la Esfinge. Entre las obras modernas más notables están los cuadros: Edipo descifra el enigma de la Esfinge, de Ingres (Louvre), y Edipo y la Esfinge, de Gustave Moreau.