Poema de unos setenta hexámetros, atribuido por la tradición a Pitágoras, pero en realidad obra de un discípulo suyo muy posterior. No es posible determinar su fecha exacta; algunos investigadores la hacen remontar al siglo IV, pero lo más probable es que fuera escrito durante aquel renacimiento de los estudios pitagóricos que se observa hacia principios de nuestra era, aunque es posible que no se haya conservado todo en su forma original. Los Versos áureos alcanzaron gran fama y fueron considerados casi como la quintaesencia de la doctrina pitagórica; en realidad no contienen más que algunos preceptos un tanto desligados, no todos pitagóricos, y de valor desigual.
En los primeros versos se recomienda la piedad hacia los dioses y el amor a los padres y a los amigos; en los otros predomina la intención práctica, y se predica la modestia, la templanza, la reflexión y el arrepentimiento de los pecados cometidos; si logra mantenerse pura, el alma podrá aspirar a la inmortalidad; esta promesa está contenida en los últimos versos de la obra: «Pero si, dejando el cuerpo, subes hacia el libre éter, te convertirás en un dios inmortal, incorruptible, que nunca morirá». Los Versos áureos fueron ampliamente conocidos en todos los tiempos y alcanzaron repetidas ediciones y muchos comentarios; nos ha llegado un comentario griego del siglo V, debido a Hierocles de Alejandría.
C. Schick