[Rom]. Elegía de August Wilhelm Schlegel (1764-1845), publicada en 1803. Se compone de 296 versos hexámetros y pentámetros, que se alternan; como todas las poesías clasicizantes del autor (v. Poesías), es obra fría, de alejandrinismo puro.
Al poeta, Roma, este «laberinto de ruinas», «dormida en un sueño que no puede tener despertar», no le inspira sino profunda melancolía. Evoca su pasado: de Evandro, Eaco y Palante, se llega a Marte y a los indispensables mellizos. He aquí la «ciudad cuadrada», tradición de guerra, pero no de brutal violencia: «Roma sabía despreciar la muerte, pero también, por medio de buenas leyes y prudentes costumbres, honrar la vida». La prudencia de Numa, la sabiduría de los etruscos, los tiempos legendarios en que los generales, vencido el enemigo, volvían a labrar sus campos.
Después, al contacto con las riquezas extranjeras, las costumbres se corrompen, la religión de los antepasados alcanza su ocaso; sólo Catón, antes que a la libertad, renuncia a la vida. Ahora Roma es ya centro de reunión de cultos extranjeros, mientras en sus arenas y en sus circos una plebe degenerada se complace en atroces espectáculos. Un paso más y los bárbaros cruzarán los Alpes, sembrando por su camino la destrucción y la muerte. Y, en adelante, las calzadas consulares, un día holladas por las legiones victoriosas, no darán paso sino a míseros rebaños; selváticas viñas y áridos pastos indicarán dónde se alzaron el Palatino y el Janículo. Mutilado está el rostro de Jano que mira al futuro; el que otea el pasado está surcado por infinito dolor. El verso es culto y meditado, aunque a menudo torturado y a veces oscuro.
B. Allason