Están constituidas por sonetos, canciones, una cancioncilla al estilo de Chiabrera, dos églogas, fragmentos de poemas en tercetos y cuartetas y un capítulo bernesco; sin embargo, no es sino parte de lo que el científico y literato Eustachio Manfredi (1674-1734) compuso, toda vez que él mismo destruyó gran número de sus composiciones.
Ahí no se advierten los acentos de una poesía inspirada, aunque sí la maestría del artífice, que reaccionando contra el gusto barroco retorna a los clásicos y en modo particular a Petrarca y de él recoge el sentencioso fraseo, la variedad en la construcción del verso y la sabia disposición de las imágenes: ejemplo característico de aquel movimiento literario que tomó el nombre de Arcadia y uno de cuyos más eminentes* representantes fue Manfredi, no solamente por las Rimas, sino también por la carta al marqués Orsi, agudo examen del contraste entre el gusto francés y el gusto italiano en materia poética.
De las Rimas, que son de asunto amoroso, encomiástico y religioso, suele citarse el soneto dedicado al nacimiento del príncipe de Piamonte («Vi a Italia con la cabellera rala y descuidada»), el último de cuyos versos ha merecido convertirse en ejemplo proverbial de la innocua retórica de los literatos de aquel tiempo («Italia, Italia, nació tu salvación»), aunque es mucho mejor el Manfredi que se dirige a un noble coterráneo al que se había confiado la defensa de la ciudad y, en el momento en que está a punto de ser cruzado por las tropas extranjeras el puente sobre el Reno, le recuerda las viejas glorias de Bolonia y la captura de Enzio, rey de Cerdeña («Entonces creyó ver picas guerreras / ondear todo y de ajenos estandartes / hecho cruel paso de mesnadas extranjeras. / Pero no se amilanó ante las miradas torvas / ni devolvió el rey preso ni las banderas / e hizo morder el polvo a los encadenados sardos»); igualmente famosa es la «Canción con motivo de profesar como religiosa la mujer amada», que es, verdaderamente, la producción más feliz de Manfredi, no por la profundidad de la inspiración, sino por el hábil tejido de las imágenes y la fluida onda del discurso, y con la cual merece equipararse el soneto escrito sobre igual tema: «Vírgenes que pensativas con lentos pasos».
M. Fubini