El dios Dionisos, hijo de Zeus y de Semele, quiere difundir su culto en Grecia comenzando por la patria de su madre, Tebas. Aquí el anciano rey Cadmo, padre de Semele y de Agave, ha llamado a sucederlo al hijo de ésta última y nieto suyo, Penteo. Dionisos, para castigar a Agave y a las demás mujeres de la ciudad, culpables de haber dudado de su origen divino, las ha sumido en el delirio y, mientras ellas se encaminan a los montes para la celebración de los misterios báquicos, se presenta en la ciudad como un mago y un enviado del dios. También Cadmo y Tiresias acaban por ser enloquecidos. Penteo manda arrestar al presunto mago pero éste regresa milagrosamente libre mientras el palacio real se viene abajo y la tumba de Semele arde. Penteo, para entonces también cautivado, se deja convencer para acercarse vestido de bacante al monte Citerón y poder así espiar los ritos. Allí Agave y las bacantes lo destrozan, confundiéndolo con un león. Cadmo lleva a Agave a recobrar la conciencia y, con ella, al terrible descubrimiento de ostentar como trofeo la cabeza de su propio hijo. Cesan los prodigios. La venganza del dios se ha cumplido. El poder de lo irracional, que brota con ímpetu de la total comunión con la naturaleza, ha prevalecido sobre la razón, personificada por Penteo, sobre quien recaen las simpatías de Eurípides.