[Fruen fra havet]. Drama del noruego Henrik Ibsen (1828-1906), publicado en 1888. Ellida, segunda mujer del doctor Wangel, vive con su marido y con las hijas de él en el fondo de un fiord cerrado, completamente pendiente de la llamada perturbadora del mar abierto, a cuya orilla ha nacido y crecido. El mar es para ella la libertad y la alegría; el haberse separado de él para casarse, sin amarle, con Wangel, le parece algunas veces un delito imperdonable. Muchos años antes se unió simbólicamente, en presencia del mar, con un Forastero, un hombre sin historia y sin nombre, por el que se sintió oscuramente subyugada, como si fuese la encarnación del misterioso poder del mar. Desapareció y no ha vuelto. Pero ahora Ellida presiente, por noticias vagas, por sutiles sobresaltos, su vuelta; y como para estar a punto de acogerle y seguirle, confía a su marido el secreto. El doctor Wangel al principio le niega la libertad que ella pide; considerándola enferma, trata con paciencia de curarla; pero cuando el Forastero reaparece para llevarse a Ellida para siempre, domina su dolor y la deja en libertad de decidir, de escoger su camino y de seguirlo. La libertad da a Ellida el sentido de la responsabilidad. Renuncia a abandonar a su marido, y su libre elección aleja para siempre al Forastero y las oscuras fuerzas que en él se encarnaban.
En el drama de Ellida se combinan escenas donde personajes menores sirven para iluminar el tema de la obra con símbolos líricos de delicada sugestión. La dama del mar destaca, notable e inesperada, entre los dramas de Ibsen. Parece responder a la necesidad de ver realizados y fecundos en un plano de vida práctica los principios que en el drama precedente, Rosmersholm (v.), se afirmaban como una suprema conquista en los umbrales de la muerte. Pero hay en la obra algo programático que no se ha transformado en poesía. El estado de ánimo inicial de Ellida permanece durante demasiado tiempo inerte. La libertad que el doctor Wangel, influido por el positivismo de la época, concede a su mujer, sabe a receta médica; y la elección de ella es curación más que salvación. La conquista de la madurez ética — que en el mundo de Ibsen actúa similarmente a la cristiana fulguración de la gracia — no nos da el estremecimiento de exaltación con el que sentimos que Rebeca y Rosmer, en Rosmersholm, dirigiéndose al puentecito sobre el canal, alcanzan el más alto grado de humanidad al que podían aspirar. [Trad. de José Pérez Bances, en Dramas, tomo I (Madrid, 1914) y de Pedro Pellicena Camacho, en Teatro completo, tomo X (Madrid, 1920)].
G. Lanza