Epístola escrita desde Roma durante su encarcelamiento (alrededor del 63-65), en lengua griega. Es ésta una epístola de carácter estrictamente confidencial, enviada a Filemón con el intento de implorar perdón para Onésimo, su esclavo fugitivo. Este desgraciado, siempre temiendo ser descubierto y devuelto a su señor, había llegado a Roma, donde se había encontrado con el Apóstol, a quien tal vez ya conocía. San Pablo le convirtió a la fe cristiana y le amó como a un hijo engendrado entre cadenas (10-16).
Pero Onésimo había de volver a su amo para reparar sus culpas. Disponiéndose a devolverlo, San Pablo encargó a Ti- quico que impetrase gracia para Onésimo, pero queriendo valorar más todavía la palabra de su fiel compañero, escribió a Filemón abogando por la causa del esclavo con el calor de argumentos persuasivos y convincentes. Esta carta es importante desde el punto de vista social: el caso del esclavo Onésimo era grave. Como fugitivo tendría que llevar en la frente, grabado con hierro candente, la marca indeleble de una F y arrastrar, ceñida al cuello, una pesada argolla; como ladrón sería entregado a merced de su amo, el cual juzgaría si sería más oportuno matarlo a vergajazos, o destinarlo a dar vueltas a la muela de un molino para el resto de sus días. San Pablo sabe todo esto; su escrito no expresa ninguna crítica para las instituciones vigentes, antes las acepta y respeta; y, con todo, establece el nuevo código de la libertad cristiana.
Reconoce los derechos de Filemón y no retiene junto a sí a Onésimo sin el consentimiento de su amo; no ruega a Filemón que libere al esclavo de la servidumbre, pero en cada línea de su escrito se vislumbra la esperanza e incluso la certeza de que el esclavo quedará libre. No impone, sin embargo, esa acción de pura liberalidad. En cambio, lo que sí pide sin ningún rodeo, es la impunidad para Onésimo. Él, Pablo, responderá por el esclavo; desde ahora toma por cuenta suya su deuda. Con todo, entre serio y jocoso, promete resarcir los daños del acreedor, mientras deja entender que, sacando bien las cuentas, el deudor sería sin duda Filemón. En fin, proclama los grandes principios del Cristianismo; Filemón, de hoy en adelante, deberá mirar a Onésimo como un hermano, como a un futuro compañero de gloria en el cielo. Principios idénticos los encontramos en la Epístola a los gálatas (v.). «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuando fuisteis bautizados en Cristo, os revestisteis de Cristo.
No hay ya distinción entre griego y judío, entre esclavo y libre, entre hombre y mujer, sino que todos sois unos en Cristo» (III 27, 28). La epístola a Filemón, aparte su valor de obra inspirada, es verdadera obra maestra de ingenio, de urbanidad, de gracia exquisita, y constituye el primero de los documentos cristianos que proclaman los derechos del hombre. Su autenticidad no se ha puesto nunca en duda.
G. Boson