[Der Heilige und die Tiere]. Leyenda en verso de Joseph Viktor Widmann (1842-1911), publicada en 1905. Constituye en cierto modo la salida final y la más alta cima de su obra poética. Ya en notas de diario, escritas cuarenta años antes, se encuentran los primeros esbozos, en los que confluyen elementos dispares: el sentimiento de la unidad de la naturaleza, que comprende a todos los seres vivos, hombres y animales, sometidos a una misma ley; la intuición de la vida como dolor, bajo la influencia de Schopenhauer; la interpretación racional- realista de los textos sagrados y de las leyendas religiosas. Así nació la idea de una especie de «Parsifal» del mundo animal, una «novela psicológica» sobre la «redención de los animales» que habría debido desarrollarse «en un bosque de plantas antiquísimas», donde en medio de las fieras aparece súbitamente el Redentor.
Pero la imaginación de Widmann no era de tono místico-wagneriano, y se comprende que el proyecto hubiera exigido tanto tiempo para alcanzar su madurez y que se haya concretado solamente una vez, cuando el autor consiguió — en su Comedia de los Abejorros (v.)—el tono más «doméstico» que era congénito con su temperamento. El punto de partida es el Evangelio (v.) de San Lucas: «Y Jesús estuvo durante cuarenta días en el desierto, y fue tentado por Satanás, y vivió entre los animales y los ángeles que le sirvieron». Según la leyenda que dedujo Widmann, la tentación de Jesús consiste en el hecho de que Satanás, para alejar a Jesús de los hombres, le descubre — mediante el anillo de Salomón — «los sufrimientos innumerables de todas las criaturas»; Jesús descendió a la Tierra para redimir a los hombres, pero no es el hombre solamente quien necesita ser redimido, pues la misma necesidad la sienten todos los seres vivientes, y puesto que la redención se pueda cumplir verdaderamente, debe comenzar desde abajo, en los «sufrimientos sin fondo», en la vida sin libertad de los animales.
En una serie de escenas es así evocada — por grupos aislados de animales — la ley de rapiña y de padecimiento a que están sometidos en modo diverso, y se expone la impresión que — según su diversa índole — produce en ellos la aparición del Redentor. Pero su ley es inmutable y su verdad es la que se halla contenida en el «canto de despedida» del «Mirlo azul», el cual canta en el aire azulado el milagro eterno de la vida, que sigue siendo un milagro inclusive donde se da la pena y el tormento. La tentación de Satanás ha fracasado. Y Jesús, dirigiendo sus pasos hacia los hombres, a los que ha sido enviado por su Padre Celestial, se aleja: «Vivid y morid como mejor podáis». Como marco y fondo de la evocación escénica se presenta un idilio de vida parroquial suiza, que reproduce con humorismo y no sin inspiración nostálgica la casa parroquial de Liestal, donde fue pastor el padre del poeta. Se ha elogiado a Widmann por haber logrado representar a cada uno de los animales según su propia índole; e indudablemente ha sabido sacar partido de su lectura predilecta: la Vida de los animales (v.) de Brehm; alguno de sus personajes, como Fenex, la zorra del desierto, no solamente tiene un verdadero carácter, sino también color y vida; sin embargo se halla lejos de la mística ingenuidad del Libro de la Jungla (v.) de Kipling, en el que cada uno de los seres vivientes posee una inconfundible individualidad poética.
Por otra parte, ya en la primera escena, aquel viejo león que perezosamente «regresa entre su familia» sin llevar presa alguna y, primeramente, habla del cortejo nupcial que fue asaltado y degollado, no por él, sino por otros hombres, describiendo después la aparición del «Santo con el caballo a lo nazareno», delgado, pálido y sereno, tal que con sólo verlo «no queda en el alma deseo alguno de asalto ni codicia de presa», muestra que es en otra parte donde hay que buscar el acento fundamental de la composición. En realidad, ésta se presenta, efectivamente, más como una vuelta a la «moralidad» medieval, en un tono nuevo — no popularesco, sino burgués —, con una versificación fluida, blanda y melodiosa y con una inspiración en la que se refleja aquel sentimiento de «fraternidad humana entre todas las criaturas» que, en la época del pensamiento positivista y de la fe en la ciencia, pareció alcanzar durante algún tiempo casi un valor religioso.
G. Gabetti