[Der goldense Spiegel]. Novela politicofilosófica aparecida en 1772. El autor simula haber traducido un antiguo libro chino, donde, al estilo de Las Mil y una Noches (v.), para hacer conciliar el sueño a Schacht Gebal, sultán del Indostán, la sultana Nurmahal empieza a narrar las historias del pueblo asiático de los Ciescianos.
El filósofo Danischmed interrumpe cierta noche el relato para hablar de un país bienaventurado donde todos viven según las leyes de la naturaleza y de la benevolencia e ignoran el mal y el dolor que de él dimana; país utópico que sólo puede realizarse en pequeñas colonias. Alternativamente, Nurmahal y Danischmed continúan las historias de los reyes de los ciescianos que culminan en las figuras de dos tiranos, Azor, débil esclavo de las mujeres, e Ispandian el insaciable, víctima de la adulación de un favorito.
El pueblo, reducido a la esclavitud y privado de los más elementales derechos, el día en que el favorito asesina al rey, se rebela al grito de libertad, mata al traidor y elige rey en su lugar a Tifan, sobrino de Ispandian que, educado clandestinamente por el sabio Oschengas, se convierte en príncipe modelo. Ello da a Wieland posibilidad de delinear su ideal del perfecto príncipe. Un buen rey no es el que efectúa grandes gestas, sino el que sabe gobernar bien a su estado y lo ordena con criterio sensato. Lo primero es una buena legislación que delimite los derechos y deberes de cada ciudadano y a la que el mismo rey debe someterse.
Es necesaria también una cuidada administración de los bienes públicos, que han de estar netamente separados del patrimonio real; y, finalmente, la clase de los bonzos y sacerdotes, que tienden a oscurecer la verdadera religión del Ser Supremo con bajas supersticiones, ha de mantenerse alejada del pueblo. Estamos en pleno período de reformas, y el «ilustrado» Wieland, con su doctrina que le valió el puesto de preceptor de los hijos de la regente Amelia de Sajonia-Weimar, aplaude al príncipe reformador.
G. F. Ajroldi
A Wieland debe su estilo toda la Alemania septentrional. Ella aprendió mucho de él, y la facultad de expresarse convenientemente no es cosa despreciable. (Goethe)