Drama de carácter teológico en tres actos
En Nápoles, el ermitaño Paulo, que desde hace diez años resiste en el desierto a las mayores tentaciones del demonio, se ha dormido mientras rezaba y ha tenido en sueños la visión de su propia muerte y de su condenación; preocupado por su salvación pide a Dios que le revele su destino final. Para castigarlo por su duda, Dios permite que sea tentado por el diablo, quien se le aparece en forma de ángel y le ordena que busque en Nápoles a un cierto Enrico y contemple sus acciones y sus obras, porque el destino de ambos será idéntico.
Paulo, acompañado de su siervo Pedrisco, se encamina hacia Nápoles y se encuentra a Enrico a las puertas de la ciudad, quien resulta ser un sanguinario delincuente. Paulo, desesperanzado de su salvación, vuelve al desierto para convertirse en bandolero y superar incluso la maldad de Enrico, desoyendo el ángel enviado por Dios que le exhorta a la paciencia. El azar hará que Enrico caiga en sus manos, y entonces intentará la conversión de Enrico por la fuerza. Viendo que no consigue nada, ambos se unen creyendo tener el mismo destino y realizan juntos sus fechorías. De todas formas Enrico confía en la misericordia de Dios y en que ha guardado siempre reverencia a su viejo padre. Para tenerlo consigo vuelve temerariamente a Nápoles donde cae en manos de la justicia.
Condenado a muerte, rehúsa la penitencia, pero cuando el padre viene a rogarle, su alma se ablanda y pide perdón a Dios, aceptando la muerte para conseguir la vida eterna. Paulo ve el alma de Enrico subir al cielo, pero no reconoce el milagro y al ángel que triste vuelve hacia él, deshojando la corona tejida para la oveja perdida, le dice que para sus pecados no hay remisión. El ángel entonces le abandona y Paulo, asaltado por una partida de campesinos, cansados ya de sus delitos, muere desesperado y se precipita en el infierno.