[Bucolicum carmen]. Escrito por Giovanni Boccaccio (1313- 1375) entre los años 1350 y 1365, consta de dieciséis églogas o composiciones de argumento pastoril en hexámetros latinos. La última égloga, «El Nuncio» sirve de dedicación y prefacio a toda la colección, y va dirigida a su amigo Donato degli Albanzani. Boccaccio tuvo conocimiento de la correspondencia bucólica cursada entre Dante y Giovanni del Virgilio, pero sus modelos inmediatos son las Bucólicas (v.) de Virgilio, prototipo del género, y sobre todo el Carmen bucólico (v.) de Petrarca, del cual, como también de toda la tendencia de la poesía medieval, Boccaccio adquirió el gusto por la transcripción alegórica de elementos históricos o autobiográficos dentro de la terminología de la ficción pastoril. Las églogas boccaccianas son realmente una tupida selva de símbolos, para cuyo desciframiento sólo escasamente sirve la carta expositiva que el autor envió a fray Martino da Signa. El tema de las dos primeras églogas («Galla», «Pampinea») son las «juveniles lascivias» del período napolitano, pastorilmente transcritas imitando de cerca las églogas .virgilianas octava y décima; en cambio, la tercera («Fauna»), la cuarta («Doro»), la quinta («La selva doliente»), la sexta («Alcestes») y la octava («Midas»), constituyen el grupo de églogas llamadas «napolitanas», versando sobre los sucesos que agitaron la corte de Nápoles entre los años 1345 y 1349, excepto la octava, que es una furiosísima requisitoria contra el gran senescal Niccoló Acciaiuoli, y se refiere a años y hechos un tanto posteriores.
De tema florentino, pero siempre político, son la séptima («El debate») y la novena («Li- pi»), vibrantes de ardores güelfos, y referentes a la coronación del emperador Carlos IV (1354-1355). De interpretación harto dudosa es la égloga décima («Valle opaco»); en la undécima («Panteón»), sobre el modelo de la sexta virgiliana, la fábula mitológica es humanísticamente orquestada como himno cristiano; y la duodécima («Safo») es manifestación pura y directa del sentir humanístico de Boccaccio, dando en ella nuestro autor como el adiós de despedida a la poesía en idioma vulgar para ejercitarse en las más altas lides de la musa latina. Siguen otras dos églogas de temas cristianos; la decimocuarta («Olimpia»), descripción de la felicidad paradisíaca a la que fue llamada Violante, hija de Boccaccio, que se aparece a su padre para exhortarle a volver por el buen camino; y la décimo- quinta («Filóstropo»), encendido elogio a Petrarca, quien, bajo el nombre de Filóstropo, con su palabra florida vuelve al camino del bien el alma del vagabundo Tifio, o sea Boccaccio. Fatigosas para la lectura, por la frondosidad de sus símbolos, escritas en un latín más bien rígido y desigual, que es todo un prestigioso juego de memoria, y netamente inferiores, en este respecto, a las églogas del Petrarca, las églogas de Boccaccio tienen una importancia esencialmente documental: son obras, tanto en la historia espiritual de Boccaccio como en el cuadro de la historia literaria italiana, nacidas del primer acercamiento del superviviente gusto medieval a la naciente cultura humanística.
D. Mattalía