Cuarenta y cinco canciones y serventesios quedan del trovador Peire Vidal (segunda mitad del siglo XII), que es uno de los más originales y extravagantes. Su actividad poética se desarrolla entre 1171 y 1205. Tuvo una vida muy agitada. Nacido en Tolosa, vagó por España, Languedoc, Provenza, Italia, Hungría y Oriente. En Italia se metió en las luchas políticas, ora favoreciendo a los písanos, ora, partidario de los genoveses, tuvo relaciones son los marqueses de Monferrato y con los Malaspina y tomó parte en sus contiendas. Estuvo, además, en relación con todos los señores de su tiempo, amantes de la poesía y mecenas de los trovadores, manteniendo siempre hacia sus protectores una independencia de juicio a menudo muy franca. Contra sus enemigos empleó sin moderación la sátira más violenta y la invectiva más audaz. Su vida fue dibujada de una manera novelesca por los viejos biógrafos, que cuentan de él numerosas leyendas, derivadas de su misma poesía, interpretada como plenamente autobiográfica. Su poesía es, por lo tanto, de amor y política. La poesía amorosa desarrolla los consabidos lugares comunes de la tradición trovadoresca, pero en cierto modo los renueva, mezclando con ellos originales tonos de fantasía, de ligera ironía y de «dulce locura», como alguien escribió.
Parece a veces que Peire se divierte dibujando su personalidad de una manera que resulta casi la caricatura del prototipo del trovador, devorado por la divina pasión; y del estilo de sus colegas de arte parece hacer, a veces, una amable parodia, en tonos y matices garbosamente bromistas. De vez en cuando se abandona — siempre en broma — a cierta exaltación heroica; y entonces se alaba: «Si tuviera un buen corcel mis enemigos ya estarían en mis manos, pues me temen más que una codorniz a un gavilán. Ellos ya no dan un ardite por su vida, pues saben lo fiero y valiente que soy… Llevé a cabo las hazañas de Galván y muchas más; cuando voy a caballo, arrollo todo lo que encuentro; sin la ayuda de nadie hice prisioneros a cien caballeros… Cuando tengo puesta mi doble coraza y en la mano la espada, la tierra tiembla donde yo paso; no hay enemigo mío tan orgulloso que no ceda en el acto armas y camino; tanto se estremecen cuando oyen mis pasos… En valentía igualo a Rolando y a Oliveros…». En estas poesías hay una mezcla de buen juicio y de locura, de sentido de la realidad y de fantasía encendida, que justifica la leyenda que ha dibujado al trovador como el hombre más chiflado del mundo… Las poesías políticas nos revelan en cambio a nuestro trovador bajo otro aspecto; en ellas, aparece ora como un satírico encendido, ora como un consejero sincero y prudente; siempre como un juez seguro de los hombres y de las cosas políticas. En total, que la obra de Vidal revela una notable y abundante facilidad: la inspiración no es profunda, pero la forma es rica de «verve» centelleante y de espontánea naturalidad.
A. Viscardi