Incluimos, bajo este título general, los poemas amorosos del escritor español don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458), el cual representa, dentro de la poesía castellana específicamente medieval, la voluntad más exigente y profunda de cultura. La poesía, para él, tiene un valor estrictamente funcional, pero, al mismo tiempo, -representa un alto esfuerzo de creación de belleza y de rigor formal: «E qué cosa es la poesía (que en nuestro vulgar gaya sgiengia llamamos) — escribe en el Prohemio al Condestable de Portugal (v.) —, sinon un fingimiento de cosas útiles, cubiertas o veladas con muy fermosa cobertura, compuestas, distinguidas e scandidas por gierto cuento, pesso e medida». Su actitud culta y minoritaria — o si se prefiere, cortesana — fue calificada de oscura por sus contemporáneos, y de esta acusación se defendió, altivamente, en la Defunssión de don Enrique de Villena (v.): «Si mi baxo estilo aun non es tan plano, / bien como querrían los que lo leyeron, / culpen sus ingenios que jamás se dieron / a ver las estorias que non les explano».
El Marqués de Santillana trabajaba el poema casi como un miniaturista; lo sometía a un constante proceso de depuración y de eliminación. Algunos de sus poemas se nos han conservado en doble versión: la segunda contiene una mayor riqueza de posibilidades poéticas. Menéndez Pi- dal ha estudiado, poniendo de relieve este trabajo constante del poeta, el «Cantar que fizo el Marqués de Santillana a sus fijas, loando su fermosura», que no es más que una redacción primitiva del conocido, y delicioso, villancico a sus hijas. El poeta oye, en un vergel, cantar a sus tres hijas, y pensando alegrarlas con su aparición, se oculta detrás de unos ramajes, mas, al oírlas cantar como a enamoradas, sobresaltado y acongojado en su amor paternal, se descubre. Las doncellas, con la dureza juvenil de quien desconoce todavía los más obscuros e hirientes rincones del dolor, no le ocultan que sus corazones viven y se alegran por un sentimiento más profundo que el amor filial, y el poeta canta tristemente, con ellas, una tonada popular:
«Sospirando iba la niña, / e non por mí, / que yo bien se lo entendí». El Marqués poetiza, en estas composiciones, los principios del amor cortés, con sus peculiares situaciones líricas. De ahí que el poeta, en una canción, pida a su dama, en el día de Reyes, como aguinaldo, que le restituya la libertad: «Sacadme ya de cadenas, / señora, e fazedme libre : / que Nuestro Señor vos libre / de las infernales penas. / Estas sean mis estrenas, / esto solo vos demando, / este sea mi aguinaldo; / que vos fader fadas buenas». El poeta se sirve de los recursos estilísticos vigentes en la poesía amorosa de tipo cortesano: así son frecuentes las antítesis: «Deseo non desear, / e querría non querer: / de mi pesar he plazer, / y de mi gozo pesar»; etc. Hay la consabida aportación a la poesía mariana, dentro del clima cortesano peculiar del Marqués: «Virgen… / del jardín sagrado rosa, / e preciosa margarita, / fontana d’agua bendita, / fulgor de gracia infinita / por mano de Dios escrita». A veces se sirve del gallegoportugués como lengua poética, tal como habían hecho los primitivos poetas castellanos: «Por amor non saybamente, / mays como louco sirvente / / hey servido a quien non sente / meu cuydado».
Las Serranillas (v.), perfectas en su realización esquemática última, representan el momento más alto de la poesía amorosa del Marqués de Santillana. Las canciones son poemas destinados al canto, mientras los decires son composiciones — líricas o narrativas — destinadas a ser leídas o recitadas. Su extensión, por lo común, es mayor que la de las primeras. Éstas consisten en un estribillo o cabeza glosado por una o varias estrofas, a lo largo de las cuales se repite, por lo menos, una de las rimas de la cabeza; los decires carecen de estribillo, y sus estrofas no tienen otro elemento común, entre sí, que la identidad de estructura; todo lo cual exige, como es lógico, soluciones estilísticas diferentes. Un lirismo inmaculado, un ritmo ágil y huidizo, y una estructura formal finamente elaborada, constituyen, en última instancia, la poesía amorosa del Marqués de Santillana, que se desenvuelve, dentro de la línea culta de la poesía de cancionero y de la disciplina rigurosa de la «gaya ciencia», en un clima aparte de la solemne y sabia retórica que persiguió en sus decires estrictamente narrativos y en sus obras doctrinales.
Gran señor en poesía, como en todas sus cosas. (Menéndez Pelayo)