La Guerra de los Mundos, Herbert George Wells

[War of Worlds]. Novela de anticipación del es­critor inglés Herbert George Wells (1866- 1946), publicada por primera vez en el «Pearson’s Magazine» (1897) y en volumen en 1898. Wells ya había publicado El hom­bre invisible (v.), que es sin duda alguna su obra maestra, cuando imaginó la fan­tástica llegada de los marcianos a nuestro planeta. La Guerra de los Mundos, según nos cuenta, le fue sugerida por una charla con su hermano Frank. En cierta ocasión que ambos se dirigían a Surrey dando un paseo, Frank le dijo: «Imagina por un ins­tante que los habitantes de otro planeta descendiesen de pronto sobre esta pradera y comenzaran una marcha sobre nosotros…».

La novela acababa de nacer. Cierto día, al llegar la medianoche, puede observarse una nube incandescente en torno al planeta Marte; el fenómeno se repite durante las nueve noches siguientes. Algunos días más tarde un cometa se abate sobre la región de Londres. Inmediatamente puede apreciarse que no se trata de ningún aerolito, sino de un cilindro gigantesco, aproximada­mente de unos treinta metros de diámetro. Es el primero de los diez ingenios seme­jantes que han sido arrojados desde Marte para hacer la guerra a la Tierra. Como quiera que se notan señales de vida en el interior del aparato, una delegación terres­tre, formada por gente notable y precedida de bandera blanca, es enviada para inten­tar parlamentar con los marcianos. Pero mientras la delegación se aproxima al ci­lindro, parte de él un rayo de fuego que la destruye; este rayo es la principal arma ofensiva de los marcianos: se trata de un chorro de fuego, proyectado por un espejo parabólico de tal potencia, que cuanto se interpone en su camino, sean hombres o co­sas, queda inmediatamente carbonizado. A la noche siguiente cae un nuevo cilindro, los soldados son enviados entonces contra los marcianos, monstruos de repulsivo aspecto. Habiendo visto a los marcianos y sus máquinas de guerra, el narrador decide ale­jar a su esposa de la zona de peligro, y la envía a casa de una prima suya. Al quedar solo encuentra a un artillero inglés, único superviviente de una batería que ha sido destruida por los marcianos, que le informa de los sucesos ocurridos durante la jorna­da.

Nuestro hombre queda tan impresiona­do, que decide a su vez huir también, e intentar reunirse con su esposa. Para evi­tar a los marcianos debe efectuar un gran rodeo; por doquier atraviesa las líneas de los soldados que intentan detener a los in­vasores. Por doquier también, la triste mu­chedumbre de refugiados que son implaca­blemente perseguidos por las máquinas de guerra. En Londres reina el pánico, hay una huida general y desesperada de todos sus habitantes: unos intentan dirigirse al norte, otros alcanzar el continente cruzando el Canal. Mientras el narrador procura a través de los campos llegar a Londres es­capando a los marcianos, encuentra a un pastor, y los dos, hambrientos, entran en un pabellón de las afueras, esperando encon­trar algo que comer, justamente en el mo­mento en que al lado mismo cae el quinto cilindro, sepultando la casa bajo toneladas de tierra. El único camino posible para salir de allí está guardado por los marcia­nos. Durante una semana los dos refugia­dos se arrastran entre los escombros de la bodega y de los lavaderos. El pastor, exte­nuado, enloquece, y el narrador se ve obligado a matarle en defensa propia. Logra finalmente escapar y llega a Londres, en­contrando la ciudad completamente desier­ta. Después de haberse reunido sólo unos momentos con el artillero, sale de la ciudad y llega a South Kensington; allí, de pronto, percibe los desgarradores lamentos de los marcianos y, subiendo a una colina, des­cubre, en un enorme reducto, a una infini­dad de marcianos heridos de muerte, enve­nenados por los gérmenes de nuestro pla­neta y casi devorados por los perros… La noticia de la liberación se esparce inme­diatamente. Los refugiados regresan a sus hogares.

El narrador encuentra milagrosa­mente a su mujer. En una palabra, se ha­bían dejado arrebatar por el terror. Esta novela de anticipación es mucho menos optimista que las de Julio Verne. Al con­trario, Wells parece complacerse en aterrorizarnos. La atmósfera del libro, a pesar de la derrota final de los marcianos, es más bien pesimista; los hombres no pueden es­perar gran cosa de la ciencia, en todo caso nuevos peligros, catástrofes mundiales, y nada que pueda contribuir a la mejora de nuestra existencia. Tales horrores del futuro son descritos por el autor con rigurosa pre­cisión. Puede ser también que exista en Wells una cierta satisfacción en asustar, para saciar así, por medio de la ficción no­velesca, su rencor contra la sociedad victoriana, tan segura de su fuerza y de su tranquilidad.