Williram de Ebersberg

Nació poco después del año 1000 y murió el 5 de enero de 1085. Descendía del linaje de los condes Von Ro­tenburg, y se hallaba, por lo tanto, empa­rentado con el obispo Heribert von Eichstätt. Benedictino, Williram no sobresale mucho del ambiente propio de la vida monacal contem­poránea. Movido por ambiciones e intere­ses mundanos, llevó el hábito como uno de los medios más cómodos para la satisfacción de tales tendencias. Ordenado en Fulda (?), pasó luego al cabildo de la catedral de Bamberg como «scholasticus», y más tarde fue admitido en el convento de Micheles- berg. En 1048, y bajo la protección de Enri­que III, pudo llegar a abad del monasterio de Ebersberg, contra el derecho de los mon­jes a la elección. En la dirección del cenobio mostróse autoritario y prudente administra­dor, pero disminuyó la rigidez de costum­bres introducida en él por su antecesor Eckbert.

No contento con la nueva dignidad, intentó ser nombrado abad de Fulda; no logró, empero, ver atendidos sus afanes por Enrique IV, quien, mientras tanto, sucediera a Enrique III. Desilusionadas sus ambicio­nes, quiso aprovechar sus cualidades de hombre culto y de gusto. Y, así, entregóse a la composición de versos y a la corrección y la restauración de manuscritos, activida­des que eran entonces fuente de ingresos. Fue también arquitecto, y construyó una iglesia para el obispo Enrique de Trento, del cual recibió en compensación un peque­ño viñedo. Tampoco en el Cántico sublime (v. Cantar de los cantares), su obra maes­tra (reconstitución en versos leoninos del texto bíblico con un comentario en prosa mezcla de latín y alemán), dejaron de darse intenciones utilitarias: así lo atesti­gua la dedicatoria a Enrique IV añadida en 1069 a tal producción, que posiblemente es­taba ya terminada en 1065, y para la cual empleó el comentario del obispo Haimo von Halberstadt al Cantar de los cantares y los de Beda, Alcuino y Angelomus de Luxeuil. El centro espiritual de Williram es no ya la «reda», o sea la «ratio» de Notker (v.), que había intentado una conciliación cristiano-huma­nística, sino la «minne», el amor, elemento místico de fecunda evolución.