Nació el 4 de mayo de 1796 en Salem y murió el 28 de enero de 1859 en Boston. La rica y culta aristocracia puritana de Boston, dentro de cuyos angostos límites pasó su vida este historiador norteamericano, podía parangonarse en cierto sentido, por el orgullo de sus orígenes, por las exigencias de su conciencia moral y por el severo código de su conducta personal, a la nobleza de la España imperial. Abierta al mar que le traía la prosperidad económica y las influencias de la cultura europea, mostrábase herméticamente cerrada a la vida contemporánea de los Estados Unidos, en cuanto se negaba a dejarse contaminar por el tosco vigor expansivo de la nueva República y desdeñaba ser arrastrada por su materialismo. Prescott encarnó de modo admirable esta clase social.
Un estúpido incidente ocurrido durante sus años de estudio en Harvard, que le causó la pérdida de un ojo y la ceguera parcial del otro, hizo que se mostraran en él de un modo más manifiesto los impulsos hereditarios de su raza y de su casta. Gustaba de los refinados placeres que estaban al alcance de su bien provista bolsa; pero como este hijo de puritanos juzgaba imposible un ocioso diletantismo, se dedicó de un modo sistemático a la profesión de las bellas letras; a tal fin, con la ayuda de su mujer y de un lector, se impuso una disciplina intelectual totalmente puritana. Sucesivamente se fue informando de las lenguas y literaturas de Inglaterra, Francia, Italia y España; pero sus estudios no encontraron un centro — suficientemente remoto de la vulgaridad de sus compatriotas y próximo a su corazón — hasta que conoció la historia de España y de las conquistas imperiales españolas. Con la publicación, en 1837, de El reinado de Fernando e Isabel (v.), obtuvo un éxito inmediato, que fue en aumento a raíz de la aparición de los volúmenes siguientes: La conquista de Méjico (v.) en 1843, Historia de la conquista del Perú (v.) en 1847, Historia del reinado de Felipe II (v.) en 1858.
Tanto los lectores corrientes como los historiadores de ambos lados del Atlántico aclamaron el arte narrativo y descriptivo con que este patricio de Boston, empuñando una pluma como un grande de España podría empuñar la espada, compuso su inmensa e impecable obra erudita, con una estructura dramática poderosamente concebida y cuidadosamente ejecutada, como pinturas de Delaeroix. Verdaderamente, algo de su fuerza dramática procede de los románticos europeos, pero el carácter de su obra debe atribuirse sobre todo al fundamental equilibrio entre lo «humano» y lo «dramático», que fue característico del mundo puritano en que nació y murió.