Nació en torno a 1170, probablemente en Austria,^ y murió hacia 1230 en Würzburg. Se disputan el honor de su cuna Suiza, Froconia, Bohemia y el Tirol meridional —con Vogelweidhorf, cerca de Bolzano —, que tampoco entonces se hallaba sometido al dominio austríaco. Muy pocos datos ciertos o aproximados poseemos acerca de la existencia de Walther, cuya poesía, notablemente autobiográfica, es, empero, un espejo fiel de su personalidad de hombre y documento de las grandes cualidades artísticas del autor en cuestión. La lengua empleada por éste, que puede considerarse propia del sur de Alemania, no ofrece tampoco elementos suficientes para la deducción de la patria de Walther.
La primera gran experiencia de su vida coincide con su estancia en la corte de Viena, hacia 1190, donde relacionóse con el gran mundo e inició su actividad de cantor siguiendo el modelo establecido por la poesía de Reinmar, Hartmann y Heinrich von Morungen. En 1198 murió en una cruzada el duque Federico I, a quien sucedió Leopoldo IV. El poeta dejó entonces la corte vienesa y pasó a la de Felipe de Suecia. Este alejamiento de Viena coincide con otro cada vez mayor del estilo poético de Reinmar (excesivamente vinculado a la tradición de la escuela; Walther, en cambio, tendía a una concepción de la vida más próxima a la realidad, y a motivos de poesía adecuados a esta conciencia más humana y concreta), y con el principio de la producción gnómica y política del literato.
Durante el período 1203- 1206 tuvo lugar su segunda estancia en Viena; Walther se hallaba de nuevo en Austria el 12 de noviembre de 1203, única fecha documentada de su existencia, gracias a la entrega de cinco sueldos que recibió del obispo Wolger para la adquisición de un codiciado abrigo. En 1204, en la corte del conde Hermann de Turingia, encontró a Wolfram von Eschenbach. A partir de este momento carecemos de noticias concretas hasta 1212, año en el cual Cantó como emperador a Otón de Brunswick, que había vuelto a Italia; sin embargo, también éste desilusionó sus esperanzas. Acudió entonces a Federico II, quien, a fines de 1212 estaba en Alemania, y obtuvo del mismo una propiedad en las cercanías de Würzburg. Una vez al servicio del nuevo señor, fue endureciendo el tono político de muchas poesías, y, con él, la polémica dirigida contra Inocencio III y la curia romana.
La vida errante, el contacto con gentes y países diversos, y las amarguras y los desengaños sufridos en cuanto servidor de los poderosos no solamente dieron a sus Poesías (v.) un contenido humano, de una amplitud superior a la de los límites de escuela, sino que hicieron de su reacción frente a la tradición poética no ya el resultado de una nueva orientación literaria, antes bien el documento de un criterio distinto de la vida y la poesía, sentidas, en adelante, más próximas y concomitantes. Así ocurre igualmente en el género poético amoroso: «niedere Minne» y «hohere Minne» quedan superadas por una experiencia erótica más viva y una mayor sinceridad humana (Bajo el tilo, v.), que, sin embargo, no disminuyen ni velan el alto concepto que el poeta posee siempre de la mujer en sí y por sí (v. Canto en honor de las mujeres alemanas).
Mientras, por una parte, siente que la vida se le escapa y ve como inexorablemente cambian y decaen las cosas humanas (¡Ay de mí! ¿Dónde se han ido todos mis años?, v.), de otro lado no sabe ni quiere aislarse prematuramente de la realidad de la existencia. De ahí el carácter polémico de gran parte de su poesía, en particular de la política de forma gnómica o sentenciosa, que rehabilita y eleva a la categoría literaria (Sentencias para el emperador, v.). No obstante, las críticas contra la curia no ocultan el sentimiento religioso del poeta, que, apoyado en una humanidad más compleja, adquiere altos y solemnes matices, testimonio no solamente de la gravedad de un momento en el cual se enfrentaban el Pontificado y el Imperio sino también de su afán individual de una fe que le sostenga e ilumine. La poesía de Walther es, por lo tanto, la página más alta y dramáticamente autobiográfica de la Edad Media alemana.
G. V. Amoretti