Nació en Edimburgo el 15 de agosto de 1771 y murió en Abbotsford (Roxburghshire) el 21 de septiembre de 1832. Durante la infancia contrajo una dolencia que le dejó ligeramente cojo para el resto de su vida. En su ciudad natal cursó la segunda enseñanza y la carrera universitaria; hijo de un abogado, fue inclinado a la profesión paterna, y admitido en los tribunales escoceses en 1792. En 1797 contrajo matrimonio con Charlotte Margaret Charpentier, con la cual se estableció en Edimburgo; desde allí, empero, los esposos fueron con frecuencia a vivir temporalmente en una casita de la vecina población de Lasswade. Ya desde su niñez Scott entregóse ávidamente a la lectura de obras de historia, poesías y viajes, así como de narraciones fantásticas; por otra parte, las visitas que hacía a sus parientes de la zona fronteriza situada entre Escocia e Inglaterra, despertaron en él la afición a los paisajes románticos y a los lugares vinculados a los grandes acontecimientos de la historia escocesa.
En 1792 empezó a estudiar el alemán, actividad que posteriormente dio origen a las primeras obras publicadas por Scott: la traducción de dos baladas de Bürger (1796) y la de Goetz de Berlichingen (v.), de Goethe, que pudo sugerirle la creación de un cuadro análogo de la vida y las guerras de Escocia. Asimismo, en 1792 llevó a cabo la primera de las siete excursiones anuales (o «raids», como las denominaba) por las regiones más remotas de la frontera occidental angloescocesa, en cuyo transcurso reunió varias baladas obtenidas de labios de los mismos campesinos. Tal fue el origen de su colección Cantos juglarescos de la frontera escocesa, integrados: por baladas históricas y románticas [Minstrelsy of the Scottish Border: Consisting of Historical and Romantic Ballads, 1802]. Con ello Scott se convirtió en heredero de una larga tradición de autores que habían reunido y publicado baladas. Su predecesor más ilustre en este campo fue Thomas Percy, cuyas Reliquias de la antigua poesía inglesa (v.) le sirvieron de modelo en cuanto a la refundición de textos de distintas versiones, al «perfeccionamiento» de la fraseología y los ritmos y a la introducción de estrofas por él compuestas.
Siguieron la edición del antiguo relato en verso Sir Tristrem (1804) — el primero de una larga serie de textos editados por Scott, entre los cuales destacan y son todavía muy apreciados los dieciocho tomos de las obras de Dryden (1808) y los diecinueve de las de Swift (1814)—y su primera gran obra original, El canto del último trovador (1805, v.), composición inicial de un grupo formado por varios poemas narrativos que alcanzaron gran popularidad entre los contemporáneos, los más importantes de los cuales son Marmion, Historia de la batalla de Flodden »1808), La dama del lago (1810, v.) —que es considerado por muchos el mejor y trata de la historia y las costumbres no ya de las regiones escocesas fronterizas, sino de las comarcas montañosas —, La visión de Don Rodrigo [The Vision of Don Roderick, 1811], Rokeby (1813, v.), Las bodas de Triermain [The Bridal of Triermain, 1813], El señor de las islas (1815, v.) y Haroldo el intrépido [Harold the Dauntless, 1817].
Tal actividad literaria resultó incompatible con el ejercicio de la abogacía, profesión a la que, por otra parte, nunca se había sentido Scott muy inclinado; sin embargo, no le impidió ocupar el cargo de sheriff de Selkirkshire (1799), de poca importancia y escasamente retribuido, ni el de canciller del Tribunal Supremo de Edimburgo, obtenido en 1806 mediante ciertas influencias del partido tory. En 1804, junto con los hermanos Ballantyne, había pasado a ser, en secreto, copropietario de una sociedad tipográfica, muy pronto convertida en editorial; en este segundo aspecto, empero, y salvo en la publicación de las poesías del mismo Scott, la empresa no prosperó, y acabó absorbiendo los beneficios de la tipografía. Y así, en 1811, el literato abandonó Ashestiel, cerca de Selkirk, donde permaneciera desde 1804; marchó a Ammotsford, junto a Melrose, y, con capital insuficiente, empezó a comprar tierras, a desarrollar su propiedad y a construir la célebre casa en la cual habría de vivir el resto de su existencia. En 1813, el fracaso de la editorial obligóle a buscar otras fuentes de ingresos.
Por aquel entonces, el éxito de La peregrinación de Childe Harold (v.) de Byron estaba eclipsando su popularidad de poeta, y Scott terminó una novela, iniciada en 1805 y luego interrumpida, que publicó anónima con el título Waverley (1814, v.). El inmediato favor obtenido por la obra le indujo a escribir una serie de novelas de ambiente escocés: Guy Mannering (1815, v.), El anticuario (1816, V.), y las de las tres primeras series de los Cuentos de mi hostelero (v.) — I, 1816, con El enano negro (v.) y Los puritanos de Escocia; II, 1818, con Las cárceles de Edimburgo (v.), y III, 1819, donde figuran La novia de Lammermoor (v.), Una leyenda de Montrose (v.) y Rob Roy (1818, v.)—. Con Ivanhoe (1820, v.), el autor cambió el ambiente de Escocia por el de Inglaterra, y escogió otra época: la de Ricardo I. Sin embargo, en la elección de este período histórico permaneció fiel al principio seguido en la mayoría de sus primeras novelas: el que le inducía a tratar unos tiempos susceptibles de ofrecer profundos contrastes entre las clases sociales del país; en el caso concreto mencionado aparece la diferenciación entre los sajones y sus dominadores normandos.
A pesar de unos resultados no demasiado felices, el autor sintióse impulsado nuevamente a los temas ajenos a Escocia; aparecieron, así, Kenilworth (1821, v.), obra que describe la época de la reina Isabel; Quintín Durward (1823, v.), situada en la Francia del siglo XV, y El talismán (1825, v.), historia del tiempo de las Cruzadas. Siquiera con Ivanhoe hubiese alcanzado Scott el punto culminante de su popularidad entre los contemporáneos, la variedad y la lozanía de estas últimas obras las hicieron más apreciadas. Sin embargo, los lectores más recientes se alegraron de la reaparición de Edimburgo y de las regiones fronterizas de Escocia en Redgauntlet (1824, v.), la única novela de estos años que puede compararse a las primeras obras del autor. Tras el éxito literario, Scott fue galardonado en 1820 con el título de baronet. Sus condiciones económicas, empero, no eran nada brillantes. Siquiera hubiese obtenido grandes ganancias, había gastado también con notable prodigalidad; y así, para hacer frente a sus necesidades tenía que aguardar siempre la publicación de una nueva novela. Sus ahorros eran insuficientes.
Según parece, Scott se dio clara cuenta de su relación con los problemas económicos de sus editores, Constable y Cadell, y al sobrevenir la quiebra de éstos en 1826, viose envuelto en el desastre. Aun cuando su salud empezara ya a menguar, volvió con ímpetu al trabajo para satisfacer una deuda en buena parte no suya. Además de una novela ya anunciada, Woodstock o El Caballero, Narración del año 1651 (1826, v.), y de La vida de Napoleón [The Life of Napoleón, 1827], texto a cuya composición se dedicaba entonces, escribió otras obras narrativas para pagar a los acreedores —dos series de las Crónicas de la Canongate (1827-28, v.), que comprenden Los dos tratantes de ganado, una de sus mejores narraciones; Ana de Geierstein o La muchacha de la niebla (1829, v.), y la última serie de los Cuentos de mi hostelero—, y, además, varios artículos destinados a The Quarterly Review, a cuya fundación contribuyera en 1809; dedicóse también a nuevas ediciones de sus prosas de miscalánea y de sus novelas.
El mejor testimonio del carácter del autor, así como del coraje y los sentimientos manifestados en el curso de estos años extenuantes, se halla en el Diario [Journal], iniciado en 1825 y no publicado hasta 1890. En 1830 sufrió el primero de una serie de ataques apopléticos; sin embargo, logró continuar su trabajo y satisfacer todas sus deudas. Con un viaje al continente procuró mejorar su salud; no obstante, nada alcanzó en este aspecto, y falleció poco después de su regreso a la patria. Fue sepultado en la abadía de Dryburgh. La negligencia que puede advertirse en el estilo y en la estructura de sus novelas, así como la frecuente grandilocuencia y la ruda caracterización de muchos de sus héroes y heroínas, enajenaron a Scott las simpatías de numerosos lectores; a juicio de otros, empero, tales defectos quedan ampliamente compensados por un soberbio dominio del arte narrativo, una expresión clara, el vigor de los diálogos escoceses, y, sobre todo, la profundidad de la comprensión humana. A pesar de sus tendencias aristocráticas, el autor sabía conferir a los personajes más humildes de sus narraciones sentimientos ardientes, generosos y aun sublimes, lo cual suponía una novedad.
Esta lección fue aprendida por algunos historiadores del siglo XIX, como, por ejemplo, Carlyle y Macaulay, en quienes la influencia de Scott revelóse mucho más evidente que en los novelistas; y así, comprendieron aquéllos no solamente la dramática vitalidad de la historia, sino también la notable materia de investigación que el historiador puede encontrar en la vida de la gente humilde, tan interesante para éste como la de sus señores.
J. Butt