Thomas Stearns Eliot

Cuando de Saint Louis (Missouri), donde nació el 26 de sep­tiembre de 1888, pasó a estudiar a la Uni­versidad de Harvard, Eliot realizó numerosas lecturas típicas, más de lo que vulgarmente se cree, de la Boston culta de los años ante­riores a la primera Guerra Mundial: Henry James, Donne y los metafísicos Browning, Dante y el teatro isabelino.

A ellas se añadió en 1908 el libro de Arthur Symons, The symbolist Movement in Literature, que le llevó al conocimiento de los «poètes mau­dits», en particular de Laforgue y Corbière. Tales lecturas ejercieron una influencia formativa en la técnica de Eliot Aprendió de James la precisión en el léxico, así como la seguridad de que la poesía debe escribirse con idéntico cuidado que la mejor prosa; de Browning recibió la forma del monólogo dramático, y de Laforgue los rápidos tránsitos de una a otra idea mediante las asocia­ciones y la mezcla de vocablos insólitos con una ordenación simple del discurso; el estu­dio de la poesía metafísica le proporcionó una versión moderna del «concepto» meta- físico, el vínculo entre pensamientos y ob­jetos dispares, y la costumbre del estilo directo y del lenguaje hablado; en los isabelinos del último período se inspiró para la forma del verso, flexible y con frecuentes «enjambements».

Dante le enseñó la natura­leza exacta, escueta y evidente de las imá­genes. La familiaridad de Eliot con los simbo­listas franceses aumentó a raíz de su viaje de 1911 a Europa, donde estudió primera­mente en la Sorbona y luego en Oxford. En Inglaterra trabajó durante algún tiempo como empleado de banca; sin embargo, pron­to se dedicó exclusivamente a la literatura. En su primera obra poética, El canto de amor de J. Alfred Prufrock [The Love Song of J. Alfred Prufrock, 1917], resulta evi­dente la influencia francesa, en particular la de Laforgue.

A pesar de ello y de la afinidad de su monólogo dramático con el de algunos pequeños poemas de Browning, como, por ejemplo, My Last Duchess, en la citada composición Eliot rompe con la tradi­ción de la poesía propia del siglo XIX, por lo menos en cuanto a la supresión de los elementos «poéticos». Por aquel entonces re­sidía en Londres Ezra Pound, gran animador de movimientos literarios y de poetas jóve­nes.

Con él estableció contacto Eliot, quien, después de Poems (1919), en los que resue­nan todavía algunos ecos de la poesía fran­cesa, publicó aquel mismo año Ara vos prec, donde la influencia de la lírica provenzal y del «stil novo» italiano constituye precisa­mente el resultado de las relaciones con Pound. A éste debe también nuestro autor su vínculo con el filósofo inglés T. E. Hulme, quien influyó en la formación crítica de Eliot Su afán de encontrar un medio técnico ade­cuado le llevó a componer otro pequeño poema, Gerontion (1920); en él, el movi­miento de los versos retrocede y logra supe­rar, como, no consiguiera ni el propio Swinburne, la barrera Milton-Tennyson del «blank verse», además de inspirarse en el Shakespeare de la última época, Middleton y Webster.

Si hasta entonces la obra de Eliot había representado el anhelo de encontrarse a sí mismo, el espectáculo del desorden es­piritual ocasionado por la guerra ayudó a nuestro poeta a reconocer sus exigencias más genuinas, a lograr la realización del citado afán y a considerar implícitamente en esta realidad el caos interno y literario en el que se hallaban sumidas, entre la dis­gregación de todos los valores del espíritu, las manifestaciones extremas del Romanti­cismo. Tal estado de ánimo aparece expre­sado en el pequeño poema Tierra yerma [The Waste Land], que en 1922 señaló la consecución de la madurez artística de su autor.

Ya en el poema Gerontion, cuyos personajes y acontecimientos quedan reuni­dos en el espíritu del Anciano, había hecho presentir esta otra obrita, en la cual el mo­vimiento del mundo en el espacio y el tiempo se concreta y unifica en Tiresias. La reacción de Eliot contra el desorden romántico se expresa en su renuncia a considerar la poesía como una efusión individual. Y así, trasladado el valor desde los sentimientos a la idea que de ellos se forja el poeta, enunció su teoría del objetivo correlativo: serie de objetos, situación o sucesión de he­chos, fórmula de aquella emoción «particu­lar», que debe ser evocada inmediatamente una vez los acontecimientos externos han sido orientados hacia una experiencia sen­soria.

Este principio, en el que queda evi­dentemente manifestada una exigencia de imparcialidad y orden, es el origen del com­plejo de alusiones y símbolos característico de Tierra yerma, cuyos temas dominantes son el vacío y la futilidad de una existencia sin fe, o privada, por lo menos, de un punto fijo de referencia, y la concepción de la muerte como camino hacia la verdadera vida. Al espectáculo revelado por el poema y al desconsolador estado de ánimo a que daba lugar, opuso Eliot al cabo de poco tiempo la certidumbre de las creencias religiosas; y así, en 1927, o sea el mismo año en que adquirió la nacionalidad británica, adhirióse a la rama anglocatólica de la Iglesia angli­cana.

Con esta orientación, el poeta se inte­resó cada vez más en el problema de las relaciones entre las apariencias materiales y la realidad espiritual. Fruto de ello fue en 1930 el pequeño poema Miércoles de ce­niza [Ash-Wednesday], en el que predomi­nan motivos de purificación y redención en la duda entre un estado de ánimo sereno y resignado alcanzado sólo a veces y las reapa­riciones de una angustia de incertidumbre y debate; se trata, en esencia, de la lamenta­ción por una fe todavía imperfecta, pero también, al mismo tiempo, de la tendencia a «elaborar algo de que alegrarse».

A lo largo de una línea más propiamente poética aparecieron luego los Cuatro cuartetos [Four Quartets], compuestos entre 1935 y 1942 y en los que la continuidad de la experiencia en el tiempo y fuera de él y la redención a través de éste integran algunos de los temas dominantes. El motivo de la salvación en el tiempo se da asimismo en la segunda de sus obras dramáticas, Reunión de familia (v.), escrita por aquellos mismos años.

Des­de Las lides de Sweeney [Sweeney Agonists, 1932], Eliot había llevado a cabo ensayos de verso y lenguaje dramáticos mediante el ritmo rápido y sincopado del diálogo; en 1934 realizó un nuevo experimento con los coros escritos para la representación sacra La roca [The Rock], en la que la brevedad y las síncopas se ven reemplazadas por una am­plia cadencia de versículos bíblicos.

En 1935, finalmente, se representó Asesinato en la catedral (v.). En síntesis, cabe afirmar que Ash-Wednesday expresa la búsqueda del destino propio, y la última obra citada, la aceptación activa y lúcidamente consciente del mismo. La indagación aparece reanu­dada en The Family Reunión. Al doble tema volvió Eliot con The Cocktail Party (1950, v.) y El secretario de confianza (1954, v.), donde trata de unir los dos momentos del anhelo y la resignación para obtener, con el tránsito de uno a otro, la acción necesaria a la obra dramática.

Existe, pues, en este autor una continuidad de evolución entre los textos poéticos y los de carácter teatral, lo mismo que en el afán por hallar un verso libre y el de un nuevo lenguaje propio de la poesía. Sin embargo, precisamente este vínculo, que hace íntimamente dramáticas algunas de sus obras poéticas, da, en cam­bio, a los dramas de Eliot un aspecto poco teatral. Nuestro autor se halla situado en la línea principal de los poetas-críticos in­gleses, que, a través de Dryden, Pope y el doctor Johnsan, va desde Ben Jonson hasta Arnold, otro de los escritores que han in­fluido en él.

No sería posible analizar sus métodos poéticos sin tener en cuenta sus normas. A pesar de los estudios filosóficos de los años de juventud, Eliot no es, sustancial­mente, un crítico teórico, sino el artista que escribe acerca de la poesía propia y ajena; sus observaciones más importantes nacen precisamente del análisis detallado de la obra de otros poetas.

El premio Nobel que se le concedió en 1948 confirmóle como el mejor de los autores poéticos ingleses con­temporáneos. Ha sabido, en efecto, dar nue­va expresión a la inquietud espiritual de su tiempo, el nuestro, y reaccionar, al menos en cuanto a su persona, gracias al hallazgo de un camino orgánico hacia «algo de que alegrarse».

S. Rosati