Tercer presidente de los Estados Unidos de América. Nació en Shadwell (Albermale County, Virginia, entonces territorio fronterizo) el 2 de abril de 1743 y murió en su finca de Monticello el 4 de julio de 1826. El «Apóstol de la Libertad y la Democracia» perteneció a una de las familias más ilustres de Virginia. Su padre, Peter, fue ingeniero civil, coronel de las milicias del condado y sincero «whig»; la madre era de la aristocrática familia de los Randolph. El joven Thomas conoció una alegre juventud y poseyó una inmejorable formación clásica y científica. Salido de la Universidad de Williamsburg, fue, de 1767 a 1774, un brillante y culto abogado, interesado en el estudio del Derecho, e inició su labor en la administración civil como «justice of the peace». A los veinte años se había casado con Martha Wayler Skelton, que le dio seis hijos, de los cuales únicamente dos sobrevivieron.
Hasta la muerte de su mujer (1782) fue un dichoso padre de familia; pasó los últimos años de una serena vida familiar en la célebre casa de Monticello, construida por él y rodeada de una plantación de 10.000 yugadas: remanso de paz y de plácida laboriosidad. Al perder a su esposa no quiso volverse a casar. En 1774, en la Convención de Virginia, J. presentó una relación, Examen sumario de los derechos de América (v.), en la que atacaba la supremacía del Parlamento inglés y los errores del monarca, y defendía resueltamente la abrogación de los derechos de Inglaterra sobre la colonia; el texto en cuestión tuvo un amplio eco en la Gran Bretaña e hizo de su autor uno de los principales jefes de los radicales y forjadores de la insurrección. Fue igualmente conocido en el ámbito de la política interna por un proyecto de ley que prohibía la importación de esclavos (1778) y por sus propuestas acerca de la revisión del Código penal. En 1775 redactó la respuesta oficial del estado de Virginia y, luego, del Congreso Americano a las proposiciones conciliadoras de lord North.
En esta misma fecha pasó a formar parte del Congreso Continental, del que resultó ser un «miembro taciturno, decidido y fuerte». Ya a los treinta y tres años fue llamado a la comisión que había de redactar la Declaración de Independenciacomisiónl importante documento, debido a él en gran parte, es una clara expresión de su fe de hombre libre, demócrata y laico. Llegado por tercera vez al Congreso, y rechazada una propuesta para su envío a Francia en calidad de comisario, en 1776 J. volvió a sus estudios y a su actividad profesional y política en Virginia. A estos años pertenecen sus trabajos preparatorios acerca de la Constitución de tal estado y de la revisión en un sentido democrático y radical de sus leyes, las tesis para la emancipación progres-va de los esclavos y las proposiciones para la fundación de escuelas, de una universidad y de una biblioteca estatal. Sus elevados ideales no tardaron en chocar con la realidad, y J. conoció el dolor y la amarga conciencia de las propias faltas y debilidades: su labor política en Virginia, que culminó con el nombramiento de gobernador (1779-1781) en la fase más dura y trágica de la invasión inglesa, resulto un fracaso. Monticello acogió al hombre apesadumbrado y le devolvió las fuerzas; por aquel entonces J. escribió sus Notas sobre Virginia (v.), llenas de humanitario liberalismo.
Llegada la victoria y elegido nuevamente miembro del Congreso en 1783, presentó a éste el año siguiente un proyecto que preveía la abolición de la esclavitud después de 1800; además, formó parte de la comisión que había de estudiar el tratado de paz. Entre 1784 y 1789 vivió en Francia, primeramente encargado, con Franklin y Adams, de la negociación de un acuerdo comercial, y luego en calidad de embajador de su país y continuador de la genial política de Franklin. Se ha dicho que la nación francesa constituyó para él una segunda patria; sin duda, J. nutrióse intensamente en sus fuentes racionalistas, lo mismo que en las del clasicismo mediterráneo y del liberalismo inglés. Sus relaciones con los revolucionarios galos han sido muy discutidas; en junio de 1789 propuso a los jefes del Tercer Estado un compromiso entre el monarca y la nación, y más tarde recibió una invitación, que no pudo aceptar, en la cual se le llamaba a asistir a las tareas de la Asamblea Constituyente. Con toda seguridad, más bien que hacia las teorías revolucionarias se orientaba hacia el liberalismo británico, y estaba más próximo a Condorcet que a Rousseau o Montesquieu. Y así, nunca se declaró no- ateo, sino sincero teísta, aun cuando siempre contrario a cualesquier confesión particular e iglesia de Estado, en la convicción de que todo cuanto pudiera limitar la absoluta libertad del juicio individual entrañaba «la ruina y el aniquilamiento de las enseñanzas cristianas».
Vuelto a la patria en 1789 y nombrado primer secretario del «State Department» bajo la presidencia de Washington, llegó a ser muy pronto, en la práctica, el leader del partido democrático (luego denominado republicano), en lucha con los federalistas de Hamilton. Los partidarios de J. se opusieron a sus aristocráticos adversarios en casi todas las cuestiones de política interna y externa (singularmente en el problema de la neutralidad respecto de Francia y en cuanto a las relaciones con Inglaterra, considerada siempre por aquél la vieja enemiga de su país); durante años enteros J. y sus «discípulos» Madison y Monroe combatieron a Hamilton con alternativas de victoria y derrota. Luego de un nuevo retiro a Monticello en 1793 y el nombramiento, en 1796. de vicepresidente bajo la presidencia de John Adams, sucedió a éste en 1801. En él desempeño del cargo se mostró sencillo y discreto,- hábil unas veces (como en la adquisición, por lo demás muy discutida, de la Louisiana) y torpe y débil otras. Tan elevada función no podía dejar de reflejar los aspectos divergentes de su carácter y las limitaciones de su mentalidad netamente agraria y antiindustrialista, radical en teoría, pero exquisitamente empírica y moderadamente conservadora en la práctica.
Si bien fue responsable de parcialidades en el «Civil Service» y de injusticias, en desacuerdo con sus ideales, en el trato con los indios, los principios en los cuales se fundó siguen siendo, empero, las verdaderas bases de la Constitución democrática norteamericana. Como dijo Me Laughlin, fue la más alta personificación del Espíritu de la Frontera. Por otra parte debe reconocérsele el mérito de haber evitado a su pueblo la guerra que ensangrentaba Europa. Sea como fuere, en 1809, cuando su aplicación del «embargo» a las naves inglesas tuvo consecuencias perjudiciales para el comercio y la política económica del país, J. perdió la confianza de su partido y desencadenó el odio de la reacción. De nuevo consoló su desengaño en la paz de Monticello, donde pasó los últimos diecisiete años de su vida en una filosófica serenidad que las dificultades financieras, a veces muy graves (en 1826 fue salvado de la quiebra por una suscripción nacional, y a su muerte el pago de las deudas contraídas requirió la venta de todo su patrimonio), no llegaron a perturbar.
Allí dedicóse a los estudios lingüísticos, científicos e históricos, a su actividad de genial arquitecto con un gusto inspirado en Palladio (su obra arquitectónica figura entre las más notables del período neoclásico), y a los problemas planteados en Virginia por la instrucción. Quiso que su losa sepulcral le recordara, no como político de talla, sino como autor de la Declaración de Independencia y del Estatuto para la libertad de religión en Virginia, y como «padre» de la Universidad virginiana.
N. D’Agostino