Sully – Prudhomme

(René – François- Armand Prudhomme). Nació en París el 16 de mayo de 1839 y murió en Chátenay el 7 de septiembre de 1907. Realizados los estudios en el Lycée Bonaparte, ingresó en las fábri­cas Schneider de Le Creusot, y luego tra­bajó con un notario de la capital y estudió, al mismo tiempo, la carrera de Derecho. Conoció a varios miembros jóvenes de la «Conférence La Bruyère», asociación filosó­fico-literaria, y vio precisada su vocación en 1865, cuando su primer volumen de ver­sos, Estancias y poemas (v.), mereció crí­ticas favorables, entre ellas una de Sainte- Beuve. Después de Épreuves y Croquis ita­liens (1866), un nuevo libro de poesía, Las soledades (1869, v.), reveló mejor al artista delicado, amante de la penumbra y seguro de la condenación del hombre a la sole­dad, de la cual espera en vano salir.

En 1869 tradujo Le premier livre de Lucrèce, y el año siguiente publicó Impressions de guerre. Mientras tanto, fue aproximándose a los poetas del día, los parnasianos, y procuró alcanzar su perfección formal; no obstante, llevaba en sí algo que le alejaba de la mera preocupación artística: la tortura del pen­samiento, la meditación filosófica y la admiración por las conquistas de la ciencia, que pretendió cantar en poemas como Los destinos (1872, v.) y La justice (1878). En 1881 la Academia Francesa premió su labor admitiéndole en el número de sus miem­bros. Publicó en prosa en 1884 L’expression dans les beaux-arts. De 1886 son otros dos volúmenes de versos: La révolte des fleurs y Le prime. Le bonheur, finalmente (1888), contribuyó a definir el segundo estilo de Sully – Prudhomme, con el cual creyó responder a las exigencias de los tiempos nuevos, que pe­dían una radical transformación de los me­dios expresivos del arte; de hecho, las no­bles intenciones didácticas, siquiera ilumi­nadas por algunos momentos de inspiración, ahogaron a la poesía.

No obstante, la pro­funda generosidad de un hombre que, es­quivo y solitario, vivía su pensamiento, le aseguró largamente, por lo menos hasta el final del siglo, el aprecio de los espíritus reflexivos. El premio Nobel coronó en 1902 una gloria más bien oficial y académica; suponía, con todo, un digno reconocimiento a una vida puesta al servicio de los ideales más nobles. En prosa nuestro autor dejó, además, un Étude sur Pascal y los admira­dos textos Reflexiona sur l’art des vers (1892) y Testament poétique (1900). Con carácter póstumo aparecieron Épaves (1909), Lettres a una amie (1911) y Journal intime (1922).

P. Marchetti