Stephen Crane

Nació en Newark el 1.° de noviembre de 1871 y murió en Badén (Alema­nia) el 5 de jimio de 1900. Casi todos los elementos necesarios para la reconstitución de la vida interior de C., el «muchacho maravilloso» de las letras norteamericanas, desaparecieron con él en su prematura muerte.

En la esquivez buscó refugio al pe­ligro de que otros llegaran a conocer un secreto personal respecto del cual deseaba el mayor sigilo, y mediante la impersona­lidad (como la que adopta cualquier cro­nista) logró ocultárselo a sí mismo.

«El dueño de la mente de este muchacho fue el temor», escribe su primer biógrafo. En el caso de C., como en el de otros artistas auténticos, la búsqueda dolorosa de la «ver­dad desnuda» lo llevó no a una certidumbre de algún valor, sino a un arte que, libre y vacío de «literatura», viose todavía más rigurosamente estilizado por falsos elemen­tos literarios y por la exclusión de vida. La obra iniciada por nuestro autor quedó completada por Hemingway.

C. fue el deci­mocuarto hijo de un eminente pastor pro­testante de antiguo linaje norteamericano y rechazó con nervioso desprecio casi todo cuanto recibiera del tranquilo y respetable mundo de su familia a través de los estu­dios e instituciones sociales; entre lo que menospreció figuraban casi todos los escri­tores (Flaubert, Dostoievski, Turguenev, Zola, Maupassant) a cuya «influencia» lite­raria los historiadores han querido atribuir la génesis aparentemente milagrosa de su obra.

Todavía muy joven empezó a escribir para los periódicos, y casi hasta su muerte se ganó el sustento como periodista indepen­diente. Algunos años pasados en un mísero barrio de Nueva York entre los estudiantes de arte, dieron lugar a su primer libro, Maggie, una muchacha de la calle (v.), que completó a los veintidós años.

Durante este período, el conocimiento de la pintura im­presionista pudo haber contribuido parcial­mente a su estilo y a su método también «impresionistas». Al cabo de poco menos de tres años, después de un viaje periodís­tico al Sudoeste, aparecieron un volumen de versos, Los caballeros negros [The Black Riders], que anticipó la poesía «imaginista» de los primeros decenios del siglo siguiente, y El signo rojo del valor (v.), brillante e imaginaria descripción de la primera expe­riencia de un joven en el campo de batalla (escrita por un hombre que jamás había combatido), que le proporcionó una inme­diata celebridad.

Siguieron luego otros es­critos, casi todos ellos fundados en episo­dios de su propia vida: en 1896, La madre de George [George’s Mother], conjunto de cuentos; en 1897, una novela semiautobiográfica, La tercera violeta [The Third Vio­let]; La chalupa (v.) en 1898; etc.

En los últimos años de su vida, ya en declive su salud, actuó como corresponsal de guerra en Grecia y Cuba, contrajo matrimonio con una norteamericana mucho mayor (ex pro­pietaria de una casa de prostitución), que fue para él una admirable compañera, e intentó establecerse en Inglaterra, donde se le consideró una personalidad literaria de segundo plano, aun cuando respetada; allí hizo amistad con Joseph Conrad y H. G. Wells, y compuso muchos otros libros, en­tre ellos las Historias de Whilomville [Whilomville Stories]. Falleció a los veintinueve años, minado por la tuberculosis.

S. Geist