Nació en torno a 965 y murió en fecha ignorada. Fue hija, no sabemos exactamente si real o adoptiva, de Kiyowara- no-Motosuke (908-990), uno de los principales poetas contemporáneos. Pocas informaciones poseemos acerca de su vida. Recibida, según parece, una buena formación, y poseedora por naturaleza de un talento excepcional, pronto destacó en su ambiente. De ser ciertas las afirmaciones de la obra referente a las mujeres literatas titulada Nyobō sakusha-burui, a los siete años debió de leer ya bien; a los trece habría disertado sobre el comentario a los códices Ryō no gige, y a los veinte recibido la consideración de poetisa. Ello, aun en el caso de resultar inexacto, atestigua, por lo menos, la existencia de una tradición que le atribuía dotes nada comunes. Hacia 990 ingresó en la corte como dama de compañía de la emperatriz Sadako (975-1000); fallecida ésta en el año 1000 a causa de un parto, parece haber permanecido, no obstante, en palacio durante algún tiempo, según permite suponer lo que escribiera de ella entre 1007 y 1010 Murasaki no Shikibu en su diario al opinar acerca de las damas entonces al servicio de la corte: «Sei Shōnagon se caracteriza por un aspecto siempre satisfecho.
Bien observadas, las composiciones chinas que difunde por doquier con sabihondez presuntuosa ofrecen muchos detalles que no resistirían la crítica. Cuantos pretenden ser como ella hacen siempre un mal papel, y acaban desapareciendo oscuramente. Cuando una persona que ha logrado brillar se encuentra en una ocasión desfavorable en la cual no sabe renunciar a lo que su espíritu conquistara y se deja arrastrar por los propios sentimientos, resulta, naturalmente, insoportable, y llega incluso a perder todas sus cualidades. ¿Cómo puede, por ende, terminar bien sus días un ser reducido a tal insignificancia?». Este es el último testimonio acerca de Sei Shōnagon Luego, su figura queda envuelta en la leyenda. Según cierta tradición, debió de rasurar su cabeza y hacerse religiosa budista; otra, en cambio, dice que fue a morir en la provincia de Sanuki (isla de Shikoku), donde recibiría sepultura en el templo de Kimpira; otro relato tradicional, finalmente, la presenta, en el último período de su existencia, pobre y rechazada y viviendo en un miserable tugurio situado en los alrededores de Kyoto, la capital.
En el libro segundo de los Discursos acerca de cosas antiguas [Kojidan] hay una anécdota interesante. Cierto día algunos jóvenes cortesanos pasaban ante una casucha, y uno de ellos dijo en voz alta que, según se afirmaba, vivía en aquella choza la sombra de un brillante ingenio de antaño: Sei Shōnagon. Como respuesta a tales palabras, asomó la cabeza una repugnante vieja, sólo piel y huesos, y, dirigiéndose al que hablara, preguntó: «,¿No quisiérais comprar los huesos de un veloz caballo?». Ésta es la última de las alusiones literarias chinas a nuestra autora, y parece vinculada a una historia del Chang Kuo Ts’é (v.) en la que Kuo Wei sostiene la existencia de rápidos caballos tan valiosos que lo son aún sólo por sus mismos huesos. Siquiera las noticias de la vida de Sei Shōnagon resulten, como puede verse, escasas y breves, su personalidad, por el contrario, aparece claramente revelada por su mismo libro, el Makura-no-Sōshi (v.), que es una miscelánea de apuntes anotados por la autora para tener presentes una serie de cosas y escritos a impulsos de una inspiración momentánea, pero sin propósito de difusión, ofreciendo las suficientes garantías de sinceridad y supone, precisamente a causa de ello, un valioso documento psicológico.
Sei Shōnagon se nos muestra, así, como una personalidad completamente distinta de las demás mujeres literatas que se hallaban con ella en la corte, tales Murasaki Shikibu, Izumi Shikibu, Akazome Emon, etc. Temperamento indómito, despreocupado y tenaz, y, al mismo tiempo, personalidad femenina genial y aguda, al afán de revelarse y destacar prefería más bien, o unía, el que la llevaba a anonadar a los demás con el peso de su superioridad intelectual o cultural, que procuraba exhibir en tocia ocasión. No parece haber tenido excesivas contemplaciones con los cortesanos. Muy versada en las letras chinas y japonesas, gustó, por ejemplo, recordar, con un orgullo deliciosamente complacido, que había hecho desvanecer en la poesía tanto de China como del Japón a personajes de la autoridad de un Fujiwara-no-Yukinari (971-1027) o un Fujiwara – no – Tadanobu (967-1035) o bien puesto en la picota a otros cortesanos menos provistos de ingenio. En sus consideraciones acerca de hombres y cosas destacan siempre una mirada aguda y un brillante espíritu. Su capacidad de observación presenta un carácter receptivo pronto e intenso, que da a sus descripciones una lozanía espontánea y animada.
Todo ello queda iluminado por los destellos de su genio. Sei Shōnagon, empero, es también hija de su tiempo, o más bien de su medio. La materia de sus observaciones, en efecto, procede absolutamente de la vida de, la corte, la «suya»; por otra parte, la autora sale raramente de los límites del gusto cortesano contemporáneo, que en realidad era refinado. Y así, incapaz de penetrar en el fondo de las cosas, se halla influida por la vida superficial y alegre de palacio. Cabe hacer notar una circunstancia de la producción que nos ocupa: la falta en ella de referencias a las restantes literatas del ambiente de Sei Shōnagon, capaces de competir con ésta en facultades espirituales. Ello puede atribuirse a desprecio o temor. Hagamos resaltar, además, lo que podría definirse el revés de la medalla del temperamento de la autora: un fondo verdaderamente noble de su espíritu, revelado no sólo en la ternura demostrada hacia los niños y los animales, sino también por la devota fidelidad a Sadako, la emperatriz, cuyas dotes y virtudes ensalza constantemente.
M. Muccioli