Nació probablemente en Esmirna no mucho antes de mediados del siglo II y murió a principios del III. En su ciudad natal fue, durante su juventud, discípulo del santo prelado Policarpo. Más tarde, en 177, y sin que se conozca exactamente el motivo de su traslado a la Galla, se hallaba, ya sacerdote, en Lyon. Los mártires de esta ciudad le confiaron una misión en Roma, ante el papa Eleuterio, sobre la cuestión del montañismo. A la vuelta sucedió (178) a Fotino en la sede episcopal de la metrópoli gala. Una vez más hubo de ponerse en contacto con Roma, a fin de intentar un arreglo en la decisión planteada entre el nuevo pontífice Víctor y las iglesias asiáticas sobre la cuestión de la Pascua.
En el conjunto de sus preocupaciones prelaticias destacó el interés por defender a los fieles contra los peligros del gnosticismo devastador, del que dejó una refutación en su obra más importante, llegada hasta nosotros en fragmentos griegos y (pocos) siríacos, en una fiel versión armenia de los dos últimos libros, y en la traducción latina (siglos III-IV), completa y comúnmente denominada Contra las herejías (v., el título original griego significa «descubrimiento y confutación de la falsa gnosis»). Menos característico resulta su otro texto Exposición de la predicación apostólica, conservado en una versión armenia. De otros se conocen solamente los títulos y poco más: Sobre el conocimiento contra los griegos, A Blasto acei’ca del cisma, A Florino sobre la monarquía, en los que se afirma que Dios no es autor del mal; Del ogdoado, contra Valentín.
Los fragmentos publicados en 1715 por el profesor de Tubinga, Chr. M. Pfaff, son falsos. I. tiene importancia no sólo como expositor de los sistemas gnósticos que iban perdiendo ya crédito, sino también, y quizá más aún, como teólogo, por cuanto, en función de su polémica dirigida contra el gnosticismo y el marcionismo, trazó con claros rasgos el primer esbozo de una teología cristiana. Sus tesis acerca de la unicidad de Dios creador y salvador y del plan divino para la educación progresiva de la humanidad destinada a recibir y soportar lo divino, la idea central de Cristo como «recapitulados o unificador y redentor de los hombres en virtud de su misma Encarnación (Jesús como nuevo Adán y la Virgen María como otra Eva), el acusado relieve dado al elemento corpóreo en el destino de salvación y glorificación del ser humano integral (hasta el punto de admitir, en calidad de confirmación, las creencias milenaristas, aunque algunos niegan la autenticidad de los capítulos que las contienen), y, finalmente, la teoría de la «tradición» como garantía incontrovertible de la veracidad de la regla de fe, son elementos de una visión compleja que ejerció una gran influencia en los teólogos posteriores.
G. C. Martini