Nació en Arverna (hoy Clermont-Ferrand) en noviembre de 538, murió el 17 de noviembre de 594 en Tours. Era de noble familia y le fue impuesto el nombre de Jorge Florencio; pero más tarde adoptó el de Gregorio en memoria de su bisabuelo materno, S. Gregorio, que había ocupado la cátedra episcopal de Tingres del 506 al 539. Huérfano de padre cuando era todavía muy joven, fue dirigido en sus estudios por su tío Galo, obispo de Arvema, y después por su sucesor Avito.
En 573, cuando no había cumplido aún los treinta y cinco años, habiendo muerto Eufronio. obispo de Tours, fue elegido para desempeñar su puesto por acuerdo unánime de clero y pueblo, que habían empezado a estimarlo desde que, unos años antes, se había dirigido a Tours, a la tumba de San Martin, para pedir remedio a su maltrecha salud. G. se encontraba entonces en la corte de Sigeberto; y no quería, pensando en su juventud y en su salud, aceptar el nombramiento que lo ponía al frente de una de las iglesias más importantes y de uno de los centros más activos de la Galia: pero se rindió a la insistencia de todos, y particularmente del rey y de la reina Brunequilda, y fue consagrado el 22 de agosto de 573 por Egidio, obispo de Reims. Llegado a su sede, gobernó G. a su grey con firmeza y prudencia. Eran tiempos feroces, en los que sólo regía el derecho del más fuerte y las venganzas no tenían freno.
Sólo delante de las iglesias, asilo de pobres, de perseguidos y de forajidos, fueran príncipes o gentes del pueblo, se calmaban el furor y el odio, vencidos por el terror supersticioso. G. se mostró infatigable: ya si se trataba de defender al clero en general, o a sí mismo, o los privilegios de su Iglesia, o a los perseguidos que recurrían a él; ya fuera llamado a mantener o restablecer la paz en la tierra, a poner fin a las guerras y a las disputas, siempre estaba presente, incluso con peligro de su vida: y su intervención llevaba el sello de un equilibrio, fruto de1 valor y de la serenidad de espíritu, que constituyen sus notas más características. La muerte lo sorprendió cuando era venerado por toda la Galia, cuando — después de los tristísimos años del reinado de Chilperico — había subido al trono de Austrasia Childeberto, hijo de Sigeberto, el rey de su juventud, del que había sido consejero y amigo.
Aparte de su actividad, que lo convirtió en uno de los hombres más representativos de la Galia en el siglo VI, G. es famoso por su Historia de los francos (v.), obra de gran valor histórico en la parte que refiere hechos de los que el autor fue testigo y a menudo protagonista, dramática en su contenido como pocos documentos medievales, y preciosa también por el frecuente uso que G. (cuya cultura, según confesión propia, era más bien limitada) hace de palabras y de sintaxis del latín vulgar. Los franceses llaman a Gregorio de Tours el padre de su historia. Pero ha sido también uno de los obispos más grandes de la Iglesia católica.
E. Franceschini