Nació en Cesarea de Capadocia alrededor de 335, murió en Nisa en 394. Forma con su hermano Basilio el Grande y con Gregorio Nacianceno la tríada de las llamadas «luminarias de Capadocia», pero no alcanza la altura de los otros ni por su vigor especulativo ni por méritos en el arte oratorio. Hijo de Basilio el Viejo y de Emmelia, viose naturalmente inclinado a la vida religiosa y ascética.
Ello no ocurrió, sin embargo, sin dudas ni vacilaciones, ya que después de haberse encaminado por aquella ruta y haber sido «lector», que es uno de los primeros grados de la jerarquía eclesiástica, se dejó coger, como él mismo dice, «por la vida común», y se casó. Muerta su esposa, se retiró a un monasterio del que habían de sacarlo bien pronto las necesidades de la Iglesia. Aunque es verdad que su hermano mayor, el gran Basilio, no estimaba mucho —con razón — las cualidades prácticas de G. y lo tratara un poco altaneramente, no dejó, sin embargo, de aprovecharse de su trabajo cuando las circunstancias lo exigían. No fue G. ciertamente muy afortunado en la parte de mediador que asumió por lo menos en dos ocasiones (una de ellas fue cuando intervino para reconciliar a Basilio con Gregorio Nacianceno, obligado a aceptar el nombramiento de obispo de Sasima que su amigo le había impuesto).
Pero Basilio tenía necesidad de colocar personas amigas y de confianza en los puestos de mando de la Iglesia y sacó por ello de su retiro tranquilo a su hermano haciéndolo elegir, en 371, obispo de Nisa, un pequeño pueblo de la Capadocia oriental. G. rindió en este cargo servicios de primer orden a la Iglesia y a su hermano Basilio, cuya obra apoyó, como defensor iluminado e intransigente de la ortodoxia contra las insidias y la hostilidad de los arríanos. Y fue víctima de las maniobras y de la enemiga de éstos, cuando viose acusado de haber dilapidado los bienes eclesiásticos, por lo que fue depuesto por un sínodo reunido en Nisa.
Gregorio se libró de la detención mediante la fuga, pero después de la muerte del emperador Valente pudo regresar a su iglesia de Nisa, acogido por una inmensa muchedumbre con conmovedor entusiasmo. También después de la muerte de su hermano, continuó G. en su obra de defensa de la ortodoxia, que realizó mediante numerosos escritos dogmáticos, exegéticos, polémicos (contra Eunomio, contra Apolinar) y doctrinarios [v. Apología para el Hexamerón, Creación del hombre (v.), Gran catequesis, Sobre la vida de Moisés (v.), Discursos (v.), Epístolas v; hasta el punto de ser considerado corno el más calificado intérprete de la ortodoxia en una época en que la disputa trinitaria tenía a la Iglesia en constante agitación.
Estuvo también encargado con poco éxito de delicadas misiones junto a los obispos árabes y de Palestina. A su regreso del sínodo de Antioquía, en 379, después de una ausencia de ocho años, G. encontró a su hermana Macrina casi moribunda — el diálogo Del alma y de la resurrección (v.), una especie de Fedon cristiano; supónese desarrollado junto al lecho de muerte de la hermana—; y cuando ésta murió, se cuidó de las exequias fúnebres con arreglo a la voluntad de la difunta, y narró después su vida en páginas sencillas y conmovedoras, con un candor que es el reflejo de la simplicidad de su alma sincera y crédula, devota a la causa de la religión, abrasada de amor y de celo por la fe.
Q. Catandella