Seudónimo del poeta francés Marie-René-Alexis de Saint-Léger- Léger, nació en la isla de Guadalupe el 31 de marzo de 1887, de una familia borgoñesa de rancia nobleza, establecida en la Isla del Viento desde el siglo XVII. Al terminar los estudios primarios, marchó a Francia; en Pau cursó la segunda enseñanza. Licenciado en Derecho, entró en la diplomacia en 1914 y fue destinado a China. Al terminar la primera Guerra Mundial regresó a Francia; al poco tiempo era uno de los más íntimos y apreciados colaboradores de Briand. Fue luego embajador y más tarde secretario del Ministerio de Relaciones Exteriores (del 28 de febrero de 1933 a mayo de 1940). Vencida Francia, pasó inmediatamente a Inglaterra y en julio de 1940 desembarcó en los Estados Unidos. El Gobierno de Vichy le destituyó de sus cargos y le privó de la nacionalidad francesa.
Terminada la guerra volvió a Francia luego de haberle sido restituidos todos sus derechos. Su alejamiento de Europa coincide con una absoluta dedicación a la actividad literaria. Formó parte de la dirección de la «Library of Congress» de Washington, pero residió principalmente en Georgia e hizo algunos viajes a la América tropical. En 1960 le fue otorgado el premio Nobel de Literatura. Sus primeros escritos aparecieron en la Nouvelle Revue Française (1906-1909). Siguieron una serie de obras poéticas que le dieron fama en los círculos de cultura más refinada: Elogios [Éloges, 1911], La gloria de los reyes [La Gloire des Rois] y sobre todo Anabasis [Anabase, 1924]. Fruto de una segunda etapa de producción son Destierro [Exil, 1942], Lluvias [Pluies, 1944], Nieves [Neiges, 1944], Poema en el extranjero [Poème à l’Etranger, 1944].
En 1946 apareció Viento [Vent] y once años más tarde Amargos [Amers, 1957]. La poesía de nuestro autor es solemne y pomposa, de estilo preciosista, con insólitas adjetivaciones. Se desarrolla en un metro amplio y lento, más propio del poema en prosa que del verso. A partir de Exil se manifiesta en el poeta la experiencia vivida durante la segunda Guerra Mundial. Un aliento trágico invade su obra, y grandiosos espectáculos de la naturaleza se combinan con descripciones de la cosmogonía primitiva, bajo la angustiada consideración de las fuerzas destructoras de que disponen los grandes estados de nuestro tiempo.