Nació entre septiembre de 1612 y abril de 1613 (probablemente a fines del primer año citado) en Londres y murió en Loreto el 21 de agosto de 1649.
Huérfano de madre todavía muy niño, sin duda no halló gran consuelo en la compañía de su padre, William, riguroso puritano absorbido por la polémica religiosa; por tal motivo, quedó en su alma un afán insatisfecho de amor materno que habría de matizar toda su vida.
Fallecido el padre en 1628, ingresó en la escuela de Charterhouse en julio de 1629, y en ella tuvo como preceptor a Robert Brooke, quien orientó sus primeras actividades poéticas. Abandonado en julio de 1631 aquel centro docente y admitido en Pembroke Hall (Cambridge) en calidad de «pensioner», C. pasó de la guía del doctor Brooke a la tutela de Benjamín Laney y John Toumay; al primero de éstos dedicaría más tarde los Epigramas sacros (v.).
El 2 de octubre de 1631 fue elegido «greek scholar» de la fundación establecida por el arcediano Thomas Watt; entre las obligaciones de los becarios figuraba la composición de versos en latín y griego para once de las principales festividades eclesiásticas: de ahí el origen de los epigramas de C. Entre las poesías de circunstancias que escribió durante sus años de universidad, hubo también algunas de temas diversos reunidas luego en The Delights of the Muses.
Los maestros de nuestro autor se mostraban resueltamente partidarios de la tendencia anglo-católica representada por William Laúd; y así, dos composiciones poéticas de C. en latín referentes a la capilla de Peterhouse, el colegio adonde pasó en 1635, nos muestran el gran entusiasmo con que acogió los cuidados relativos al ceremonial y a la decoración del templo.
A los goces más íntimos de la vida religiosa le iniciaron Nicholas Ferrar y la comunidad de Little Gidding. En 1639 era ya sacerdote, cura de Little St. Mary, en Cambridge, iglesia vinculada con el colegio de Peterhouse. También la gran intimidad del poeta George Herbert con el citado Ferrar dejó de influir en C., quien tituló Peldaños del templo (v.) su primera colección de poesías inglesas: escalones de El templo (v.) de George Herbert.
Durante los años de su estancia en Peterhouse, el autor conoció la Vida (v.) de Santa Teresa, cuya lectura le inflamó e inspiró un himno «escrito cuando se hallaba todavía entre los protestantes». Del dulce nido y la tranquila existencia de Cambridge (donde había trabado también amistad con los poetas A. Cowley y Joseph Beaumont) fue arrancado C. por el huracán político y religioso que se abatió sobre Inglaterra.
El 5 de febrero de 1644, las dos Cámaras del Parlamento ordenaron al conde de Manches- ter que sometiera la Universidad de Cambridge al juramento de «Solemn League and Covenant», que no dejaba a los miembros del colegio otra alternativa que la de adherirse a la revolución puritana o ser expulsados.
Pero C. se había ya alejado, acaso con la misión de acompañar a una de las jóvenes parientes de Ferrar, Mary Collett, que había sido una especie de ángel de la congregación de Little Gidding y ahora se dirigía a Leyden, en Holanda, a casa de sus tíos.
Por una carta de su acompañante, de 20 de febrero de 1644, sabemos que éstos, de quienes el poeta fue huésped, le cerraron a partir de cierto momento la puerta y prohibieron cualquier relación con su «madre espiritual», quizás a causa de la modificación ocurrida en las opiniones religiosas de C. Privado de la ayuda espiritual e incluso material de Mary Collett, solo en la ciudad extranjera e indeciso respecto de su futuro al ver destruida la Iglesia anglicana a la cual pertenecía, resolvió, finalmente, pasarse al catolicismo, al que le llevaba la vocación de su espíritu.
Probablemente por mediación de la condesa de Denbigh, a quien indujo a la fe católica, fue presentado a la reina desterrada, Enriqueta María, en París, donde parece haber llegado en otoño de 1645. Con una carta de recomendación de la soberana dirigida al Papa y la ayuda económica de la condesa de Denbigh, C. marchó a Roma; allí logró entrar al servicio del cardenal Pallotta como secretario.
Sin embargo, tuvo que sufrir molestias por parte de los demás miembros del séquito de este personaje, gracias al cual obtuvo un beneficio en la Santa Casa de Loreto, de la que Pallotta era protector. El 28 de abril se le dio posesión del cargo por poder; pero, apenas llegado a Loreto, su salud, ya precaria, no pudo resistir más y falleció allí.
M. Praz