Ranieri de’Calzabigi

Nació el 24 de di­ciembre de 1714 en Livomo, murió en Nápoles en julio de 1795. Se dedicó a estudios lite­rarios y científicos en su ciudad natal y en Pisa.

Miembro, en el año 40, de la Academia Etrusca de Cortona; árcade con el nombre de Liburno Drepario. Continúa estudiando letras antiguas y modernas en Nápoles, don­de lo encontramos «attaché au ministère», como nos refiere Casanova.

Es memorable su encuentro con Metastasio en 1747. Se es­forzó en divulgar desde París, adonde se había trasladado, sus obras, de las cuales, en medio de frecuentes altibajos, preparó una edición (el primer tomo apareció en 1755). De la correspondencia del mismo Metastasio resulta que C. se encontraba en Francia en 1752 viviendo de expedientes, con un fantástico plan de Lotería Nacional des­tinado a sanear la hacienda de aquel Es­tado.

Entre tanto elaboraba una nueva poé­tica, enderezada a renovar radicalmente la ópera musical. Este aventurero diecioches­co, empapado de ideas plutarquianas, nos ha dejado un epistolario sorprendente por la madurez del pensamiento y por la auste­ridad de sentimientos; el despertar político y civil al que se encaminaba Italia aparece documentado por sus más hermosas cartas a Alfieri (son asombrosas todavía hoy, por la lucidez de su premonición, las referen­tes al drama, entre ellas la Carta al señor conde Vittorio Alfieri sobre sus cuatro primeras tragedias), a Pepoli y a Montefani.

Pero la huella más perdurable de su acti­vidad se refleja, sin duda, en la historia de la música. Probablemente expulsado de Francia por su harto patente francofobia, se encuentra en Viena en 1761 como conse­jero de la Cámara de Cuentas: carrera con­tinuada brillantemente, ya que pocos años después le fue concedido el título de Con­sejero de S. M. I. R. Apostólica, con un sueldo de dos mil florines anuales.

El conde de Durazzo lo introduce en el ambiente teatral y lo presenta a Gluck. Hechos sin duda para entenderse, ambos procedían de la cultura literaria y musical francesa y hallaban entre sí una perfecta y comple­mentaria correspondencia de concepciones artísticas. Éstas, en sus resultados técnicos, pueden compendiarse en una serie de pre­moniciones (importancia del recitado como trama estructural del drama; la acción, ele­mento esencial de la tragedia; la música como exaltación de la natural armonía del verso), pero en sustancia señalan una eta­pa de renovación estética protorromántica.

Las grandes obras maestras se sucederán en el transcurso de pocos años. Orfeo fue re­presentado en Viena el 5 de octubre de 1762; del 66 es el Alcestes (v.); del 69, Paride ed Elena. A estas obras, de contenido mitológico-neoclásico, sigue una serie de compo­siciones del segundo período italiano (quizás iniciado en 1774), que pueden incluirse en la comedia de costumbres y en el drama pastoril: La contessina, La finta giardiniera, l’opera seria, Amiti e Ontario.

En el mismo año, mientras lo suponemos caído en des­gracia en la Corte austríaca, publica C. dos ediciones de sus obras, dedicadas al minis­tro Kaunitz. Con Elvira y Elfrida intenta después acercarse al drama de tema histó­rico medieval. Componía mientras tanto obras líricas y un poema heroico-cómico, La Lulliade, sátira del mundo musical pa­risiense. Pasó los últimos años de su vida en una pequeña villa de Largo di Castello, en Nápoles, todavía enzarzado en polémi­cas con los franceses, que querían limitar el alcance de sus innovaciones.

G. Debenedetti