Escritor latino bajo cuyo nombre han llegado hasta nosotros las Historias de Alejandro Magno (v. Alejandro Magno).
La carencia de noticias seguras ha llevado a identificarle ya con el Curcio Rufo citado por Tácito y Plinio, o bien con el Q. Curcio Rufo que Sueto- nio sitúa entre M. Porcio Latro y L. Valerio Primario; en la actualidad prevalece esta última conjetura. Sin embargo, no faltan otras hipótesis, de acuerdo con las cuales nuestro autor habría pertenecido al siglo IV. Es también discutible la opinión de Stroux (Philologus, 1929), quien sitúa la composición de la citada obra en el período de Ves- pasiano.
Lo único cierto es, precisamente, la redacción de las Historias durante la época de Claudio; incluso en uno de sus pasajes se ha pretendido ver una referencia a la elección de este emperador tras los desórdenes que siguieron a la muerte de Calígula: «lucem caliganti reddidit mundo».
Curcio prosigue la tradición histórica universalista inspirada por Trogo Pompeo en los griegos, al mismo tiempo que mantiene las influencias de la tradición retórica, de la que existen huellas desde la época de los retóricos augustales hasta Séneca, e incluso revela netos influjos de Tito Livio.
Un carácter original, sin embargo, puede percibirse en C.: la circunstancia de haber sido el primer historiador romano que se ocupa de acontecimientos completamente ajenos a su país.
Con ello, nuestro autor seguía una vocación más bien de novelista que de historiador: los episodios de la historia patria, en efecto, no hubieran podido adaptarse a una presentación mítica excesivamente exagerada; en cambio, respecto de las gestas de Alejandro, C. tenía la posibilidad de escoger todo lo exótico y fabuloso con la seguridad de agradar y atraer.