Historiador bizantino de la época de Justiniano (527-565), m en Cesarea de Palestina en los últimos años del siglo V. Recibió educación literaria y jurídica, y es razonable la hipótesis moderna de que se formó en la escuela retórica de la vecina Gaza, donde florecían entonces los estudios de Tucídides. Debía tener unos treinta años cuando al conocer a Belisario se convirtió en el historiador de Justiniano. En calidad de consejero jurídico acompañó a aquél en su campaña de Persia entre los años 527 y 531. Desde hacía muchos siglos, el reino de Persia, ahora bajo el rey Arsaces, como entonces bajo los Sasánidas, no había cesado de representar una amenaza para las fronteras orientales del Imperio. Pero en el año 531, a Kavadh (488-531) sucedió Cosroes (531-579). Consiguió Justiniano firmar con él una larga tregua que le dejó las manos libres para actuar en Occidente (532), y Procopio acompaña entonces a Belisario en la nueva guerra contra los vándalos, de 533-534. Mientras el general triunfa en Constantinopla, Procopio permanece en África, adscrito al estado mayor de Salomón, sucesor de Belisario en el mando de las tropas y en el cargo de gobernador de África.
Desde Cartago, se reúne en Sicilia, en circunstancias más bien dramáticas, a finales de marzo de 536, con Belisario, que había iniciado de un modo afortunado su campaña contra el reino ostrogodo. Junto a Belisario estuvo en los años siguientes, siendo testigo de grandes y memorables gestas. Vio el sitio de Nápoles y la entrada en Roma de las tropas imperiales (536); asistió al sitio de la Ciudad Eterna por los godos de Vitiges (537-538) y, tras una pausa en las operaciones, debida a las discordias entre Belisario y Narsés, presenció el rápido derrumbamiento del reino ostrogodo, de la rendición de Vitiges y de la entrada de Belisario en Ravena. El contacto con la realidad se sobrepone en Procopio a la erudición libresca y a la preparación literaria adquirida en las escuelas de los retóricos. Al conocimiento de los historiadores antiguos se añade en él la experiencia directa de los hombres, de la técnica militar, de la actividad diplomática, de los problemas tácticos y estratégicos. Rico en esta experiencia nueva, admirado ante la grandiosidad de los acontecimientos de que ha sido testigo, Procopio siente nacer en él la vocación de historiador y concibe un plan para narrar a la posteridad la guerra gótica, con la que el gran emperador coronó la restauración de la autoridad de Roma en Occidente.
En el año 540, tras la feliz conclusión de la campaña de Italia, Procopio regresa a Constantinopla, en el séquito de Belisario, y allí lo encontramos en el año 542. Se supone que en estos años, en el intervalo entre la primera y la segunda campañas de Italia, había iniciado la composición de su obra histórica. Los primeros siete libros de la obra «sobre las guerras» de Justiniano (v. Historias) fueron publicados en 550 y comprenden las guerras contra los persas (lib. 1-2), la de los vándalos (lib. 3-4) y la gótica 5-6-7), incluida la desafortunada campaña de Belisario, llevada a cabo de un modo fatigoso entre los años 544 y 548 por la insuficiencia de los medios puestos a disposición del general. La fase final de la guerra proporcionó tema a un último libro que fue publicado aparte. El mismo Justiniano, que deseaba comunicar a la posteridad el recuerdo de los imponentes trabajos públicos realizados bajo su reinado, encargó a Procopio que compusiera Los edificios de Constantinopla (v.). Junto a esta obra se encuentra la problemática Historia secreta (v. Historias).
En Los edificios, no mide Procopio los elogios ni ahorra adulaciones al omnipotente y receloso soberano, pero en los libros De las guerras, sabe elevarse al tono objetivo y distante del historiador que no escribe para complacer a los potentados de su tiempo. Es probable, sin embargo, que la necesidad de no enemistarse con el emperador obligara a Procopio a guardar silencio en algunas partes, si no le indujo a mentir. Puede haber ocurrido también que al primitivo entusiasmo que engendró en él la feliz conclusión de la primera campaña de Italia, sucediera un desengaño producido por los acontecimientos del decenio siguiente, en cuyos años Belisario tuvo que enfrentarse con el renacimiento del poderío ostrogodo y con los ataques de Totila. Puede pensarse aún que Procopio quedara amargado al no ver adecuadamente recompensada su obra de historiador, con la que había transmitido a la posteridad la gloria militar del reinado de Justiniano. Es posible, por último, que otros motivos personales se hayan añadido al simple amor a la verdad, al honrado deseo de proclamarla en alta voz, y que todo ello haya contribuido a inspirar la Historia secreta, que es, por su tono acre y realista, el reverso de la medalla, el vituperio después de la exaltación y de la alabanza.
Como desahogo de sus odios, Procopio, quizá en sus últimos años, cuando se había retirado a su Cesarea natal, se complugo en recoger todos los chismes que corrían entre los súbditos acerca de las personas del emperador y de la emperatriz, sobre la avaricia de los funcionarios corrompidos y rapaces, sobre la crueldad de las persecuciones religiosas, sobre la política de gastos y sobre la terrible presión fiscal que había agotado los recursos económicos del Imperio. A tal estado de ánimo se debe la singular obrita. Estas páginas, en la que desahogaba Procopio su malhumor, no fueron publicadas: constituían el secreto del historiador, debían sobrevivirle para decir a la posteridad lo que había sido el reinado de Justiniano en su cruda realidad, despojada de sus falsos oropeles: rapacidad, intrigas, persecuciones religiosas, miseria, crímenes, sangre. Y por encima de todo, el orgullo tiránico de un emperador y la energía siniestra y diabólica de la antigua bailarina Teodora.
B. Lavagnini