Ciudadano y legislador de Elea, colonia jonia en la Magna Grecia, floreció entre los siglos VI y V a. de C., y según la tradición fue discípulo de Jenófanes de Colofón. Estimado por su «profundidad de pensamiento verdaderamente noble y majestuosa» por Platón, que le dedicó uno de sus más sobresalientes diálogos y le denominó «venerando», fue contemporáneo de Sócrates, y aún llegó a conocerlo según dice el mismo Platón. Lo poco que de su vida nos ha transmitido Diógenes Laercio es incoloro e incierto, basado en relatos oídos al poeta Jenófanes y al pitagórico Aminia. Pero la vida de este greco- itálico (que es el primer gran metafísico de Occidente) se configura plenamente en su obra y en el fervor poético con que inaugura los poemas filosóficos que llegarán a su cumbre con Lucrecio.
El poema de Parménides (v. De la Naturaleza) es solemne como una iniciación religiosa y se inspira quizá en algún texto órfico: el poeta es arrastrado en el carro volador de las jóvenes hijas del Sol hacia las puertas del Día y de la Noche, vigiladas por la Justicia. Un viaje místico, un itinerario de revelación que tiene algo de fijo e inmutable, como un apocalipsis, y que no puede parangonarse con el itinerario de la dialéctica platónica. «Todo permanece» es la grave afirmación del poema en el que la verdad en sí se afirma, como un oráculo, y se identifica con la certeza, con el ser, con todas las categorías que la «philosophia perennis» abraza en absoluta unidad, por la sola fuerza de la razón. Parménides también tuvo del mundo físico una imagen geométrica unitaria y precisa, si es verdad, como parece, que enseñara la esfericidad de la Tierra y la identidad de la estrella de la tarde con la estrella de la mañana.
A partir de este momento — que se separa ya del mundo jónico — comienza el dramático duelo entre la filosofía del ser y la filosofía del devenir. Como la mayor parte de los filósofos presocráiicos Parménides intervino activamente en la vida política de la ciudad. Según una tradición muy extendida, los magistrados de Elea hacían jurar a los ciudadanos que se mantendrían fieles a las leyes que Parménides había dictado.
V. Cilento