Científico y poeta persa de los siglos XI-XII. Si en Occidente tan sólo es conocido como poeta, Oriente, en cambio, lo conoció, durante toda la Edad Media, casi exclusivamente como astrónomo, matemático y filósofo, y sólo a partir de mediados del siglo pasado, desde que el arreglo de las Rubaiyyat (v.), por obra de E. Fitzgerald (v.), dio tan gran boga a su nombre en Europa y en América, también lo celebra y estudia como poeta el Oriente persa y árabe. Pocos hechos de su vida se encuentran atestiguados históricamente. Nació en Nisabur en año impreciso, alrededor de 1050. El nombre entero que se da en su Algebra es Ornar ibn Ibrahim al-Khayyami, de la que fue extraída la forma que él mismo usa en las redondillas como nombre poético de Khayyam (en árabe «fabricante de tiendas»). La noticia de su amistad de adolescente con el futuro ministro seleúcida Nizam al-Mulk y con el futuro jefe de los asesinos Hasan ibn as-Sabbah suscita serias dificultades de cronología. Cierto es que en 1047 el todavía joven científico fue invitado por el sultán Malikshah, juntamente con otros dos eruditos, a preparar una reforma del calendario persa, que terminó con la fijación de una nueva era, la era Gialali, precisamente del sobrenombre del sultán.
En 1112, el compilador Nizami Arudi Samarquandi recuerda haber encontrado al maestro en Balkh y haber oído de él una profecía sobre su propia tumba, que él vio después cumplida en Nisabur, donde el sepulcro de Omar, como él había predicho, estaba cubierto de pétalos de flores y a la sombra de un peral y de un melocotonero. Un pasaje recientemente descubierto de az-Zamakhshari (ilustre literato y teólogo khuwarizmio, muerto en 1143) atestigua una relación suya con Omar, la doctrina y al mismo tiempo la modestia del científico-poeta persa (otros en cambio lo habían descrito como intratable y soberbio) y su conocimiento del que puede considerarse en algunos aspectos como su precursor árabe, Abu al-Ala al-Maarri. El año de la muerte de Omar, que se había retirado a su natal Nisabur, parece ser 1123. Y con estos datos queda casi agotado el pequeño número de testimonios biográficos antiguos acerca del más célebre poeta de Persia. La reconstrucción de su pensamiento y de su fisonomía artística y psicológica queda confiada a la interpretación de su «diván», y ésta, a su vez, al problema de su autenticidad. Remitiendo a la voz Rubaiyyat, por lo que se refiere a la interpretación de su mundo poético, recordemos que sólo según los más recientes estudios se ha descartado la exégesis mística y confirmada la escéptico-hedonista, que fue, por lo demás, intuida y desarrollada por Fitzgerald.
Recientes hallazgos de manuscritos permiten reconocer un «corpus» de redondillas khayyamianas, ya formado pocos años después de la muerte de Omar, y por ello de una cierta autenticidad. La fisonomía del poeta que ahí se trasluce es inequívoca, orientada hacia un amable goce de las efímeras alegrías de la vida y hacia un íntimo y amargo escepticismo sobre las posibilidades del hombre para alcanzar las verdades supremas, estado de ánimo que continúa toda una tradición de poesía escéptica oriental, que se remonta ya a Avicena (y sabemos que Omar fue un apasionado estudioso de Avicena), y presentado con excepcional fuerza epigramática, no sin una acentuada nota de intelectualismo. La relación entre el Omar poeta y el Omar científico, que parecía faltar totalmente al principio, se ha revelado a través de recientes investigaciones en la frecuente alusión a datos científicos y en el uso de términos técnicos, filosóficos, teológicos y naturalistas, que demuestran una profunda sabiduría específica, puesta al servicio de la poética visión de la vida dulce y dolorosa y de la incierta ultratumba.
Por este refinado intelectualismo traspuesto a un plano lírico y formulado en expresiones de extremada concisión y languidez, Omar ha sido comparado, por un crítico inglés, con A. E. Housman (v.), el humanista científico y poeta de Cambridge (el autor del célebre epitafio sobre los Mercenarios muertos). De la niebla de los siglos emerge así, en desdibujados contornos, una personalidad singularísima, auténtica «pupila solitaria», como le llamó Pascoli, no tanto por la nota escéptico-epicúrea (que como se ha dicho era ya tradicional en una parte de la lírica anterior a Omar) como por la mezcla de una profunda inspiración lírica con una completa educación científica y filosófica, transfigurada en la poesía con una función muy superior a la simple expresión retórica. El problema omariano, que parecía haber llegado a un punto muerto hace algunos decenios, se ha acercado tanto a la solución, en estos últimos años, que hoy se nos ofrece iluminada la figura enigmática del autor y la segura consistencia e interpretación de su obra, ciertamente uno de los más brillantes tributos del genio persa a la literatura universal.
F. Gabrieli