Nicolás Copérnico

Nació el 19 de febrero de 1473 en Thorn, sobre el Vístula; murió el 24 de mayo de 1543 en Frauenburg.

Siguió la carrera eclesiástica en la Universidad po­laca de Cracovia y en 1496 marchó a Italia para asistir al Estudio de Bolonia y a los de Padua y Ferrara. El Estudio boloñés flo­recía entonces, realzado por célebres maes­tros y frecuentado por numerosos escolares; entre los primeros, en las disciplinas astro­nómicas, destacaban Giacomo di Pietramellara y Domenico Maria de Novara.

Parece que C. se matriculó en la Facultad de Le­yes, pero seguramente su pensamiento y afi­ción se hallaban más cerca de la astrono­mía y del estudio del griego y el latín. En Italia pasó diez años, de los veinticuatro a los treinta y cuatro, y su estancia se puede dividir en dos períodos principales: el de Bolonia y el de Padua; entre los dos perío­dos hay que intercalar una breve estancia en Roma y un viaje a su patria.

Además de continuar sus estudios matemáticos, as­tronómicos y filosóficos, inició los de Jurisprudencia en Bolonia y prosiguió en Padua los teológicos, que terminó en Ferrara, con­tinuando al mismo tiempo los de Medicina. Conviene recordar que en los programas de la asignatura de Medicina en esas univer­sidades estaba incluida la Astronomía.

Du­rante sus estudios en Bolonia, nos refiere que en la noche del 9 de marzo de 1497 tuvo ocasión de observar con su maestro Dome­nico Maria de Novara, al que fue muy adicto, «la ocultación de la más brillante estrella de las Jadi (Aldebarán) detrás de la parte oscura de la luna menguante»; en otras palabras, maestro y discípulo obser­varon un eclipse importante, el cual pro­porcionó después a C. un medio de demos­trar la validez de su teoría sobre el paralaje de la Luna.

Conocemos algunas noticias más de su estancia en Italia por Giorgio Gioachino Retico, notable astrónomo tiro­lés, el cual, después de haber sido profesor en la Universidad de Wittenberg, marchó a Frauenburg para oír de viva voz de C. su hipótesis sobre el nuevo sistema del mundo. Además de Novara, tuvo C. como maestros en Bolonia a Scipione del Ferro, el cual en­señaba Matemáticas, y a Antonio Codro Urceo, de Letras latinas y griegas.

Del primero, como él mismo escribió en su obra Las revo­luciones de los mundos celestes (v.), reci­bió algunas enseñanzas que, juntamente con las doctrinas de Purbach y de Regiomontano, le sirvieron para la elaboración de sus teorías sobre el nuevo sistema del mundo; del segundo, aquella familiaridad con la len­gua griega, que fue de especial importancia para C. Resultando, en efecto, las ideas tole­maicas cada vez más incapaces para repre­sentar los movimientos celestes del sistema solar, era para él necesario aprender a cono­cer en sus mismas fuentes las ideas cosmo­gónicas de los astrónomos y filósofos grie­gos, antes y después de Hiparco.

A princi­pios de 1499 parece que C. hizo una breve visita a Frauenburg, donde había obtenido una canonjía, para regresar luego a Bolo­nia; poco después se dirigía a Roma, adon­de llegó durante la semana santa del año jubilar, que Alejandro VI se preparaba a solemnizar con gran pompa. Sabemos por Retico, que enseñó, o más probablemente dio varias conferencias, a las que asistieron numerosos estudiantes y también persona­jes ilustres, tratando de las nuevas ideas cosmogónicas con su estilo sencillo y claro.

En Roma tuvo ocasión también de observar un eclipse de luna con gran atención, como él mismo escribe. El deseo de C. de con­tinuar sus estudios en Italia debía ser muy vivo, ya que pidió al capítulo de Frauen­burg un nuevo plazo para quedarse un bie­nio, que le fue inmediatamente concedido con la condición de que debía ocuparse en Medicina.

No está muy clara la razón por la que el capítulo deseara tener un hombre enciclopédico, hasta el punto de que pu­diera cuidarse de Teología, de Jurispruden­cia y de Medicina, cuando entonces era ya patente que C. se interesaba por la astro­nomía; sin embargo, hay que situarse en su tiempo y pensar que para un canónigo del capítulo de Frauenburg, sus funciones directivas podían ser diversas.

A su regreso a Italia, escogió C. el Estudio de Padua, aun­que de su estancia, que duró hasta 1504, no sabemos nada; sólo nos queda el título de licenciado que le otorgó la Universidad de Ferrara. Se dice en éste que a C., hombre doctísimo, que había estudiado en las Uni­versidades de Bolonia y de Padua, se le concede el título de doctor en Derecho canó­nico en 1503.

No sabemos por qué razón pasó de la Universidad de Padua a la de Ferrara, pero recordemos que la época en que C. se encontró en Ferrara era la de aquella fastuosa corte de Lucrecia Borgia, casada con el príncipe heredero Alfonso.

No faltaban allí doctas personalidades, en­tre ellas Celio Calcagnini, uno de los pre­cursores de la teoría heliocéntrica, y es pre­sumible que, antes de regresar a Padua, C. gozara de una estancia más bien larga en Ferrara con objeto de obtener el título académico. No se sabe bien si C. continuó y dio fin a sus estudios de Medicina, ni si se licenció en Padua, porque faltan las Acta Collegii Medicorum de 1503 a 1507.

Se des­conoce cuándo regresó de un modo defini­tivo a su patria, terminándose su vida estudiantil. Es seguro que en 1506 se retiró a su castillo de Heilsberg para estar al cui­dado de su obispo, en tanto que empezaba a pensar, como él mismo cuenta, en el nuevo sistema cosmogónico.

Canónigo en Frauenburg, se dedicó a sus oficios religio­sos, prestando al mismo tiempo asistencia gratuita como médico a los pobres, y, aun­que casi privado de instrumentos, dedicábase a sus estudios astronómicos preferidos. La idea de que el Sol, generoso dispensa­dor de luz y calor, debía reinar como sobe­rano sobre las demás «estrellas errantes», es decir, los planetas, y que en el bellísimo templo creado por Dios el Sol debía ocupar el puesto central, tomaba cada vez más con­sistencia en su mente.

Volviendo a leer los antiguos textos, encontró que entre los grie­gos otros habían pensado en la existencia de los movimientos de los cuerpos celestes, distintos de los del sistema tolemaico, ense­ñados entonces en las escuelas matemáticas.

Entre tanto, Lutero atacaba violentamente las nuevas ideas revolucionarias que que­rían relegar la Tierra a la mera condición de satélite del Sol, por lo que la obra de C. iba madurando de un modo secreto. Pero en 1530 pudo publicar un trabajo suyo titu­lado Commentariolus, en el que demostraba, sin cálculos, su sistema.

Parece que este es­crito no encontró oposición en los medios eclesiásticos; era entonces papa Clemen­te VII. Habiendo tenido Retico noticias de esta obra, marchó a Frauenburg y poco después publicaba un trabajo con el título de Narratio prima de libris revolutionum, en el que da una idea de la nueva teoría.

Quizás el estímulo de Retico decidió a C. a com­pletar y dar a la prensa su obra famosa, Las revoluciones de los mundos celestes, que dedicó al pontífice Paulo III. En la de­dicatoria se dirige a aquellos «que igno­rando las Matemáticas totalmente, se atre­verán, sin embargo, a juzgar sobre semejan­tes problemas y apoyados en algún pasaje de la Sagrada Escritura, mal interpretado, censurarán y combatirán mi obra».

Se pu­blicó cuando C. se encontraba enfermo y ya próximo a su fin, con un prólogo de Andrea Oslander, pastor luterano de Nu­remberg, contrario a las ideas de C. Este prólogo suscitó la indignación de Galileo, de Kepler y de Giordano Bruno, porque casi llega a acusar a C. por sus ideas revolucio­narias.

Kepler afirmaba: «Es una absurda fábula pretender explicar las cosas natu­rales por medio de falsas causas; pero sé­pase que esta fábula no es de Copérnico, el cual no sólo cree que sus ideas son cier­tas, sino que además las demuestra». De las erróneas teorías de sus predecesores, supo C. idear una concepción más real con el sistema que lleva su nombre, aunque tan­tos y tan necesarios perfeccionamientos se han hecho en él con el tiempo.

El gran astrónomo murió a la edad de setenta años; su tumba apenas se distingue de las de los demás canónigos de Frauenburg.

G. Abetti