Escritor y poeta peruano n. en Lima en 1848, murió en 1918. Si buscamos en Perú y en América un preclaro antecedente de la generación española del 98, lo encontraremos sin vacilación en Manuel González Prada, de familia linajuda, educado en un ambiente de tradición y religiosidad, y que reacciona contra cuanto le rodea volterianamente paria convertirse en un fustigador implacable de las lacras nacionales y humanas, en un demoledor irascible que busca la renovación patria en los aires europeos, pero no españoles, que son para él la tradición caduca, sino alemanes y franceses, que constituyen el progreso y la marcha hacia el porvenir.
Como en todo gran maestro de juventudes (pensemos en Unamuno), hay en él graves y constantes contradicciones y paradojas: poeta de ecos románticos y gustos parnasianos y simbolistas, cuida la forma, se obsesiona con la renovación métrica, pero fustiga en la prosa el academicismo de Núñez de Arce y el culto a la elegancia formal del exquisito don Juan Valera, en busca de un lenguaje claro y lo suficientemente descuidado para ponerlo al alcance del gran público; quiere a toda costa renovar lo nacional con aires extranjeros, pero toma las armas en el conflicto con Chile y se muestra furibundo nacionalista frente al invasor. Pero todo él es una paradoja viviente basada en una noble ansia de renovar y reconstruir, de edificar una patria nueva y moderna, un mundo más justo y mejor. Inició sus estudios en el colegio inglés de Valparaíso, durante una temporada en la que su familia residió en Chile.
Ya en su país, quisieron hacerlo sacerdote, pero se escapó del seminario; trataron de hacerle estudiar Leyes, pero se cansó en seguida. Quiere conocer el campo, vivir en el campo, y al fin obtiene de su familia una hacienda lejana donde pasa ocho años dedicado a los trabajos agrícolas y a leer y escribir. Goethe, Schiller y Heine son los modelos preferidos para sus traducciones. Sobreviene la guerra con Chile y toma las armas; tras la derrota, se convierte en el alma del Círculo Literario, que habrá de ser la base de un partido político; la Unión Nacional, de raíz popular, anticlerical, revanchista, reformadora. Su matrimonio con una francesa en 1887 lo lleva a Europa y pasa siete años en París; conoce en España a Pi y Margall. Cuando regresa a Perú, la Unión Nacional se había disgregado. Pero él siguió impertérrito la lucha. Había substituido a Ricardo Palma en la dirección de la Biblioteca Nacional y renunció en 1914 al cargo como protesta contra la dictadura.
Se ha discutido mucho sobre si es mejor prosista que poeta: quizás sea mejor poeta, pero prosista más trascendente. Si como poeta tiene calidades modernistas sin entrar en el modernismo, como prosista tiene un contenido social que se adelanta mucho más a su época. Y es un indigenista sincero, eficaz, aunque quizás en dicha posición ideológica haya influido mucho su reacción violenta contra el criollismo tradicional y contra el mestizaje predominante en su tiempo. Muchas de sus más bellas composiciones figuran en el volumen titulado Minúsculas (v.); posteriormente publicó Presbiterianas (1909), de tono anticlerical, y Exóticais (1911); póstumos, publicados por su hijo Alfredo, son los libros Trozos de vida (1933), Baladas Peruanas (1935), Grafitos y Libertarias (1938) y Adoración.
Lo más importante de su prosa figura en Páginas Libres (v.); pero es necesario citar también Horas de lucha (1908); después de su muerte, publicó su hijo Alfredo: Bajo el oprobio (1933) violenta catilinaria; Anarquía (1936), Nuevas páginas libres (1937), Figuras y Figurones (1941), Propaganda y ataque (1939), Prosa menuda (1941) y El tonel de Diógenes (1945). También en sus ideas puede señalarse la paradoja, fruto de la inmadurez del genio en el período de crecimiento de su pueblo: es un socialista utópico de temperamento anarquizante. Pero es probablemente el hombre que más ha influido en la formación de las modernas generaciones de Perú, y no es nada difícil señalar el entronque del aprismo con las ideas expuestas por Manuel González Prada.
J. Sapiña