Luis Vélez de Guevara

Nació en Écija (Sevilla) en julio de 1579 y murió en Ma­drid el 10 de noviembre de 1644. Hijo del licenciado Diego Vélez de Dueñas y de Doña Francisca de Negrete y Santander. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal y posteriormente en la Universidad de Osuna, en la que se licencia en Artes y Filosofía (1596). Al servicio, un tiempo, del cardenal Rodrigo de Castro, arzobispo de Sevilla, hacia el 1600 marcha a Italia alis­tado en las tropas del conde de Fuentes, gobernador de Milán, después en las de An­drea Doria, en Algeri, pasando finalmente al reino de Nápoles con el virrey D. Pedro de Toledo. Abandonada la milicia, regresa a España, primero a Valladolid, donde es­taba la corte, y luego a Madrid, donde entra al servicio del conde de Saldaña, que por lo demás le dejó a deber varias anualidades y le pidió en préstamo 400 ducados, que no recuperó; al mismo tiempo se dedica a la abogacía, que alterna con el mundo literario de los cafés y los teatros; en efecto, por esta época (1608) era ya un autor presti­gioso, introducido en el ambiente de la corte.

Casado con Úrsula Ramisi Bravo, en este mismo año de 1608 modificó su apellido Vélez de Santander por el de Vélez de Gue­vara, con que es conocido, e igualmente hizo con el de su mujer que llamó Bravo de La­guna. En 1625 entra al servicio del conde de Peñafiel, que también le dejó a deber sus sueldos; el autor vendió su crédito pero poco después hubo de reintegrarlo. Por mediación del mismo conde de Peñafiel consiguió el cargo de ujier de cámara del rey (1625), que lo era sin remuneración, aunque con derecho a casa y médico; a partir de enton­ces ingresó Vélez de Guevara en la tertulia literaria del rey, al que parece le era muy agradable, interviniendo en las comedias «de repente» y corrigiendo las obras del monarca. Pero sus dificultades económicas, agravadas por su numerosa familia, y a pesar del remedio que buscó en el matrimonio — casó cuatro veces — eran muchas: en alguna ocasión no pudo salir de su casa «por falta de no tener para cubrirme de balleta siquiera». Ello le forzó a continuas solicitudes de favores, he­chas en memoriales y poemas, en las que incluso a veces solicitaba ropa.

Este aspecto pedigüeño de Vélez de Guevara se difuminaba en un extraordinario buen humor, y así lo atesti­gua la crítica unánime de los autores del tiempo: «Topé a Luis Vélez, lastre y alegría / y discreción del trato cortesano, / y abra- cele al mediodía» (Cervantes, El viaje del Parnaso, v.); el mismo Cervantes en otra ocasión le llamó «quitapesares»; Lope de Vega le elogió en La Filomena (v.) y en el Laurel de Apolo (v.); Quevedo, en la Pe­rinola (v.), etc. Dramaturgo consagrado en 1641, a los 62 años de edad publicó su famosa novela picaresca El diablo cojuelo (v.). Pocos años después (1645) moría en Madrid. El eco de su muerte en el mundo literario se recoge en numerosas poesías. La producción dramática de Vélez de Guevara se incluye dentro del ciclo de Lope de Vega, quedándonos de las cuatrocientas comedias que escribió un centenar, bastantes de ellas aún inéditas. Dotado de una fértil imagina­ción poética que traduce en versos ampulo­sos, pero en determinados momentos delica­dos y exquisitos, o de una retórica satírica a lo Quevedo, su obra encuentra sus límites en un difuso carácter de improvisación que acusan el superficial delineamiento de sus personajes, generalmente poco estudiados.

Sin embargo, en ocasiones, la profundidad psicológica de estos personajes es de pri­mera calidad. Su teatro, con todos los recur­sos del de Lope — rapidez de acción, utili­zación del valor expresivo de elementos populares, verso fácil, etc —, se inspira fun­damentalmente en la tradición nacional y en el romancero. Dentro de este grupo de obras, cuya nota culminante es su extra­ordinario vigor dramático, se incluyen: Rei­nar después de morir (publicada en Lisboa en 1652, v.), la más intensa, trágica y poéti­ca; basada en la leyenda histórica de Inés de Castro, la obra es una orquestación de elementos patéticos y lirismos populares, de una calidad que permite incluirla entre las mejores producciones dramáticas del Siglo de Oro; La serrana de la Vera (v.), inspirada en un cantar lírico tradicional, sigue — imitación frecuente — el tema de Peribáñez; El diablo está en Castillana (v.) se basa en un episodio de D. Pedro el Cruel; La niña de Gómez Arias, de tema análogo al de la Luna de la sierra, se basa en la historia del famoso seductor de la época de los Reyes Católicos; Más pesa el rey que la sangre (v.) reconstruye la his­toria de Guzmán el Bueno; A lo que obliga el ser rey; Si el caballo vos han muerto; El Aguila del agua; Batalla naval de Le- panto; El Hércules de Ocaña; Los hijos de la Barbuda; El conde de Pero Vélez; La montañesa de Asturias; El príncipe viñador; La restauración de España; en otro grupo de obras, como en El gran Tamerlón de Persia y El príncipe esclavo, Vélez de Guevara se inspira en temas de historia o leyendas extranjeras.

De carácter novelesco y de intriga son los dramas, El disparate creído y El rey en su imaginación, De argumento religioso La crea­ción del mundo, La Magdalena (v.) La hermosura de Raquel. Alegórica, Las tres edades del mundo. Valbuena señala cuatro temas de interés en la producción de Vélez de Guevara: «el honor» planteado en algunas de sus obras históricas [La luna de la sierra (v.)], resuelto al estilo del teatro clásico español; «el monarca» (A lo que obliga ser rey, La devoción de la misa), al que se debe el mayor respeto, pero que a su vez tiene los más exigentes deberes; «,la soledad», plan­teado en la La baltasara (en colaboración con Rojas y Coello) y en El espejo del mundo, aparece aquí como solución al con­flicto e intriga humana, el retiro y aparta­miento, y la consiguiente sátira social; el «teatro», en la citada obra La baltasara, del que nos ofrece un curioso caso de «teatro en el teatro».

Cultivó también Vélez de Guevara el auto sacramental o mariano (La abadesa del cielo, El nacimiento de Cristo, La mesa redonda) y el entremés (La burla más sa­zonada, Antonia y Peráles, La sarna de los banquetes. En colaboración con Rojas Zo­rrilla y Mira de Amescua escribió El pleito que hubo el diablo con el cura de Madridejos; con Rojas y Coello El catalán Serrallonga, La baltasara, El monstruo de la for­tuna, La lavandera de Nápoles, También la afrenta en veneno; con Calderón y Cáncer Enfermar con el remedio; con Rojas y otro autor no precisado También tiene el sol menguante. Otras obras son El amor en viz­caíno y celos en francés, El caballero del sol, Las glorias de los Pizarros, Los celos hasta los cielos y desdichada Estefanía, El ollero de Ocaña, Santa Susana, Atila, azote de Dios, Famosa comedia de la bienaven­turada madre Santa Teresa de Jesús, monja descalza de Nuestra Señora del Carmen (de dudosa atribución); El valor no tiene edad o Sansón de Extremadura, Los motinados de Flandes, La conquista de Oran, La nueva ira de Dios, Santa Rita de Casia, El rey don Sebastián. De dudosa atribución, entre Lope de Vega y Vélez de Guevara son las obras Los novios de Homachuelos y la Estrella de Sevilla.

De su obra en prosa conocemos el Elogio del juramento del serenissimo príncipe Don Felipe Domingo, IV deste nombre (Madrid, 1608) y la famosa novela El diablo cojuelo (v., Madrid, 1641). Se trata de una sátira social al estilo de Los sueños (v.) de Quevedo, mezclada con elementos picarescos; ya el autor advierte sobre su carácter de primer intento en prosa, lo que evidentemente se advierte, en el tono precipitado y abigarrado de la obra, en la que el estilo, denso, lleno de metáforas insólitas, con palabras de sig­nificación doble, equívocos, dejan, sin em­bargo, una impresión de «casi» perfección tan nefasta en este género. Falta, a diferen­cia del lenguaje de Quevedo, la decisiva rotundez, el dominio pleno y absoluto de los recursos barrocos. Pero Vélez de Guevara era un in­genioso del idioma y pudo, sin más prepara­ción, intentar la obra con resultado acepta­ble. En ella, «levantando los techos de los edificios…, se descubrió la carne al pastelón de Madrid» pudiendo verse toda clase de «sabandijas nacionales».

Probablemente la fuerza satírica de Vélez de Guevara arranque no mu­cho más allá de las circunstancias de su vida, escaso impulso, para una verdadera sátira. El conjunto de su obra es extenso, desigual, con frecuencia artificioso y superficial, y con zonas de gran calidad, según las exigencias y la función de la literatura en su época. Por lo que se refiere a la superficialidad, hay que decir que el ambiente cultural y político del tiempo le bastaba, es decir, su­plía este déficit, nota importante a efectos de juzgar el Siglo de Oro español. En cuanto a la calidad de su obra, más que el drama­tismo de sus mejores producciones, preferi­mos algunos pasajes plenamente incrustados en la tradición lírico-popular de la literatura castellana.