Muy incierta y problemática resulta la biografía del más ilustre de los poetas portugueses, que nació en torno a 1524, posiblemente en Lisboa (aunque también Coimbra pretenda haber sido su cuna) y murió el 8 de junio de 1580.
Hijo de Ana de Sá y del capitán de navío Simao Vaz, es probable que recibiera en Coimbra, donde en 1537 se había establecido con carácter definitivo la Universidad, la amplia base de erudición que revela su obra. Según la tradición, la causa del «destierro» que el poeta llora debió de ser el amor a una dama cortesana, Catarina de Ataide (la Natércia de sus versos); pocas y oscuras son, en realidad, las noticias que acerca de ello poseemos.
Llegado al África, luchó en Ceuta, donde perdió el ojo derecho. Luego volvió a Lisboa, y desde allí, tras un tiempo de cárcel por las heridas causadas a un joven palaciego, Gonçalo Borges, en una pelea sostenida durante la procesión del Corpus, partió en 1533 hacia la India. En aquella «Babilonia» de tráfico comercial y bajos placeres fue perseguido e infeliz, en parte debido a su turbulento carácter.
Según el manuscrito de la octava década de Diogo de Couto, de autenticidad probable, naufragó en la desembocadura del río Mekong, en Indochina, y a duras penas pudo salvar el original de Os Lusiadas. En este naufragio parece haber desaparecido la «moga china» inspiradora de algunos de sus sonetos (Dinamene).
En 1567 partió de Goa y se dirigió a Mozambique, donde pulió el poema y recibió de varios amigos, según refiere el citado manuscrito, ropa y dinero para el regreso a la patria (1569). De Los Lusiadas (v.), que imprimió en 1572, obtuvo la módica renta anual de 15.000 reis. Murió, siempre según el manuscrito en cuestión, «en la pura miseria». Al cantar los descubrimientos y la formación del imperio portugués, C. pretendió exaltar no sólo la grandeza de un pueblo, sino también la victoria del hombre sobre la Naturaleza, el vasto ensanchamiento de horizontes para la cultura occidental.
Síntesis del siglo XVI lusitano, el autor fue asimismo, como le define su mejor crítico, Hemani Cidade, el verdadero épico del Renacimiento. El poema, aun cuando siga los modelos clásicos, y en particular a Virgilio, resulta francamente original por la veracidad y el realismo de las gestas narradas; a las «fábulas antiguas» se oponen la historia reciente, no menos maravillosa que aquéllas, y los conocimientos fundados en la observación.
Los dioses paganos, además de simbolizar principios espirituales (Venus, la ilustre cultura latina, domina a Baco, el pérfido espíritu oriental), prestan al poema una especie de trama, a pesar de lo cual su interferencia en la acción que narra el viaje realizado en 1498 por Vasco de Gama no disminuye, debido a sus justas proporciones, la capacidad de iniciativa ni el mérito de los héroes, fieles servidores del rey y del Cristianismo.
Como lírico, C. establece en las Rimas (1595, v.) un perfecto equilibrio entre una rica sensibilidad y una inteligencia constructiva; el autor matiza sus heptasílabos con un leve humorismo, y con igual maestría utiliza las formas típicas de la cultura renacentista (el soneto, la canción, la oda, la elegía, la égloga) y crea el moderno lenguaje poético portugués.
Humanamente se debatió siempre entre el deseo carnal y el afán de lo absoluto; del recuerdo nostálgico del pasado supo elevarse a una visión platónica de la vida y a un idealismo cristiano, y subordinó, tanto en la lírica como en la épica, lo tangible a lo trascendente. De su producción dramática nos quedan los autos Filodemo (v.), Anfitrión (v.) y Auto del rey Seleuco (v.).
J. Prado Coelho