Juan Ramón Jiménez

Nació en Moguer (Huelva), el 24 de diciembre de 1881 y murió en San Juan de Puerto Rico el 22 de mayo de 1958. Estudió en el Colegio de los Jesuitas de Puerto de Santa María (Cádiz) y Derecho en la Universidad de Sevilla. Pron­to se aficiona a la pintura y a la poesía, a la que se dedicó exclusivamente durante su vida. Siente predilección por el Roman­cero, Góngora, Bécquer y los románticos franceses y alemanes. A fines de siglo ya había publicado en revistas andaluzas y, en 1901, ya había hecho su primer viaje a Madrid y conocido a Rubén Darío. Viaja por el sudoeste de Francia y lee a los sim­bolistas franceses, a Amiel y a D’Annunzio. En 1905 ya frecuenta la Institución Li­bre de Enseñanza, aprende inglés y ale­mán, y conoce a los filósofos. De 1905 a 1912 vive en Moguer, medita y crea en la sole­dad absoluta del campo. Después pasa al­gunos años en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

En 1916 viaja a América del Norte y se casa en Nueva York con Zeno­bia Camprubí Aymar, con cuya colabora­ción traduce a Rabindrana Tagore. Viaja por España («más ilusión de España cada vez»). Está alerta a todo lo nuevo, siente «hastío» del nombre y propone a la juven­tud una revista sin firmas que no fue acep­tada. Entre 1927 y 1930 siente «cansancio de la mayoría de la juventud por conven­cimiento de su aparatismo, modería, truqueo, desintegración generales». Espera otra juventud. Considera a Sevilla como «capi­tal poética» y proyecta en ella una Uni­versidad de estudios hispanoarábigos. En 1931 habla de la «preparación terminante de la millonaria labor de treinta años». Al estallar la guerra civil se traslada a Puerto Rico. Vive sucesivamente en Cuba, Miami (Florida) y Washington, donde fijó su resi­dencia en 1948. Después residió en San Juan de Puerto Rico, desde donde realizó diver­sos viajes a la América de habla española. Su esposa y colaboradora Zenobia Camprubí murió en 1956, año en que se galardonó al poeta con el Premio Nobel. Al morir J. R. J. en 1958 todo el mundo hispánico se conmo­vió en homenajes.

Poco después los restos de ambos ilustres escritores fueron trasla­dados a España y reposan en la tierra natal del poeta. En la antología que hizo Gerardo Diego en 1932, J. R. J. nos dio su síntesis ideal en seis puntos. En el quinto se leía: «Anhelo creciente de totalidad. Evolución consciente, seguida, responsable, de la per­sonalidad íntima, fuera de escuelas y ten­dencias. Odio profundo a los ismos y a los trucos. Soledad.» Consideraba al poeta como «creador oculto de un astro no aplaudido» y explicaba su relación poética así: «Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados». Su pasión por la poesía y el oficio de poeta lo absorbieron totalmente. En medio siglo escribió más de cuarenta volúmenes de poesía y prosa. Se le consideraba como un maestro de poetas y su influencia sobre los jóvenes era muy fuerte. Su obra lírica se inicia en el cauce del 98 y del Modernismo y se asoma com­prensiva a todas las vanguardias. Pero tiene un sentido aristocrático de la poesía y sus ediciones van siempre dedicadas al público minoritario («A la minoría siempre», «A la inmensa minoría»). Comenzó rubendariano enamorado de la musicalidad y sonoridad con Almas de violeta (Madrid, 1900), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904) y sus poemarios de elegías y baladas.

Pero, a par­tir de 1916 logra la más perfecta pureza en una poesía desnuda de forma y tan depu­rada que es una verdadera quintaesencia poética. En Diario de un poeta recién casado (1917) comienza a lograrse esta poesía sin anécdota. Ya se le consideraba como el líri­co más expresivo del postmodernismo. Ahora se iría afirmando la concepción juanramoniana que odiaba los «ropajes»» poéticos y que desnudaba la poesía de toda túnica. «¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre!», dirá el poeta. Y así seguirá hacia lo que él llamó «la depuración cons­tante de lo mismo». Profundidad, sencillez y pureza en dicción y emoción. Cuando en 1918 sale su Segunda Antología Poética, con sus veinte años de labor depurada, se nos muestra un poeta con todas las perfecciones. Cinco años después con los títulos de Poesía y Belleza reunirá su nueva labor con bellos poemas puros como «Alrededor de la copa».

El soneto ha encontrado su más perfecta estilización en sus Sonetos espirituales (1917) dignos de un poeta puro como «Retomo fugaz»: «Cómo era, Dios mío, cómo era? / — ¡Oh corazón falaz, mente indecisa!—/Era como el pasaje de la brisa? / Como la huida de la primavera? / Tan leve, tan voluble, tan ligera, / cual estival vilano… Sí! Imprecisa/ como sonrisa que se pierde en risa… / Vana en el aire, igual que una bandera! / Ban­dera, sonreír, vilano, alada / primavera de junio, brisa pura… / Qué loco fue tu carna­val, qué triste! / Todo tu transformar trocó­se en nada / —memoria, ciega abeja de amargura!— / No sé cómo eras, yo que sé que fuiste!» Han seguido otros poemarios densos de esencias poéticas como La Esta­ción total con las canciones de la nueva luz (1923-1936) con poemas tan exquisitamente realizados como «Mirlo fiel» con la idea ob­sesiva de eternidad y de absoluta primavera «cuando el mirlo ejemplar una mañana / enloquece de amor lo verde» y como «Cria­tura afortunada» («Cantando vas, riendo por el agua-por el aire silbando vas riendo…»); como Romances de Coral Gables (1939-1942) con los temas siempre jóvenes en el poeta del mar y de la noche, y un poema de tanta vivencia como «Árboles hombres», con sus también eternos motivos de la soledad y el silencio: «La soledad era eterna / y el silen­cio inacabable. /Me detuve como un árbol/ y oí hablar a los árboles.»

En su poesía de Animal de fondo (1949) se llega a lo más hondo de sus concepciones y a la entraña de las añoranzas de su tierra natal; «niño yo triste soñando siempre» en su Moguer, en su Puerto de Santa María y en su Cádiz. Los poemas de Dios deseado y deseante con­tienen algún epifonema esencial explicativo: «El todo eterno que es el todo interno». Poeta puro y poeta de eternidad es J. R. J. No ha de olvidarse la poesía infantil por cuyos motivos sintió gran predilección como Historia para niños sin corazón (1909) con poemas llenos de ironía y de ternura como «El niño pobre» («Le han puesto al niño un vestido absurdo, loco, ridículo…») y como Verso y prosa para los niños (1936). Como literatura infantil ha de considerarse Platero y yo (1914, v.) que contiene la prosa poética más bella de nuestro siglo, elegía andaluza con sus correrías de muchacho por su pueblo natal con su asno Platero, creación de fama mundial. Pasado casi medio siglo de su aparición aún conserva el mismo encan­to y ternura. La prosa castellana ha per­dido ya en este libro todo el retoricismo del siglo ~XIX y es flexible, graciosa, delicada y sencilla.

Y, con la sencillez de su poesía, cautiva y emociona. Desde que nos presenta al borriquillo («pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espe­jos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro») hasta que muerto el asno siente el poeta su nostalgia («Platero, ¿verdad que tú nos ves? Sí, tú me ves. Y yo creo oír, sí, sí, yo oigo en el poniente despejado, endulzando todo el valle de las viñas, tu tierno rebuzno lastimero…»). La estilización de motivos populares en este Ebro nos recuerdan sus poemas. Como ad­vertencia para los hombres que lo lean, sien­do para niños, escribió: «Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para… qué sé yo para quién…! para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!». Fue tan depurado en la prosa como en el verso. Valbuena Prat lo señaló como «el maestro de poetas, no el maestro de discípulos». También cultivó la crítica y el ensayo como en Españoles de tres mundos (1942). J. R. J. es uno de los grandes de la literatura española de todos los tiempos. No es de extrañar, por tanto, que se le haya llamado «andaluz universal» y que Waldo Frank lo haya señalado como «la inteligencia más profunda de la Europa contemporánea» (v. Poesías).

A. del Saz