Nació en Ville d’Avray el 14 de julio de 1816, murió en Turín el 13 de octubre de 1882. De antigua familia cuya nobleza fue siempre ensalzada por él, se preparó con intensos estudios para la carrera diplomática, y fue sucesivamente secretario de Embajada en Berna, en Hannover y en Francfort, primer secretario en Persia y ministro plenipotenciario en Atenas, Río de Janeiro y Estocolmo. Estudiando el desarrollo de la democracia (y en oposición a su amigo Tocqueville, con el que cambió una interesante correspondencia) se inclinó a condenar el mito igualitario escribiendo el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853- 55, reimpreso en 1884, v.) que contiene en germen toda la teoría del racismo.
Sostenía en ella que, después de la decadencia de la cultura latina y de las razas mediterráneas, el verdadero elemento de fuerza de la cultura occidental se encuentra en la raza germánica (los célebres «dolicocéfalos rubios»), de la que todavía hoy, en los distintos países que fueron fecundados por las invasiones germánicas, los individuos que conservan sus huellas deben considerarse «de la raza de los reyes» y son los únicos dignos de asumir, de un modo típicamente autoritario, la dirección de la civilización europea, que ellos pueden «regenerar».
Totalmente ignoradas, cuando no escarnecidas, estas teorías por sus contemporáneos, comenzaron a divulgarse por Alemania, especialmente después de su muerte, influyendo en Wagner y en Nietzsche y suministrando más tarde un cierto substrato ideológico al nazismo. G. comenzó precozmente a escribir poemas y novelas, revelando notables cualidades, echadas a perder en alguna ocasión por las tesis antes citadas. Pero había en él, además de un doctrinario limitado y algunas veces maníaco, un individuo sinceramente apasionado por lo bello, refinado estudioso de los fenómenos artísticos (practicó también con éxito la escultura, sobre todo en sus largas estancias en Italia), y de un modo especial sinceramente interesado en el espectáculo de la humanidad. Estas cualidades logran sobreponerse al peso de ciertas alusiones doctrinarias en la novela Los Pléyades (1874, v.) y en El Renacimiento (1877, v.), en la que pesa, sin embargo, la sistemática exaltación de César Borgia elevado a modelo ejemplar; pero se afirman totalmente en sus recuerdos de viajes, y sobre todo en cierto número de relatos, bien de tema exótico, bien parisiense, que figuran entre los más bellos del siglo XIX (v. Novelas asiáticas).
M. Bonfantini