José Zorrilla y Moral

Nació en Valla­dolid el 21 de febrero de 1817 y murió en Ma­drid el 23 de enero de 1893. Pasó su infancia en Quintanilla de Somuñoz y en Torquemada, los pueblos de sus padres. D. José Zorri­lla, padre del poeta, relator de la Real Canci­llería de Valladolid, nombrado superinten­dente general de la policía de Fernando VII hubo de trasladarse a Madrid (1827), donde el futuro poeta, que por entonces contaba diez años, ingresó en el Seminario de No­bles, que dirigían los jesuítas y donde per­maneció hasta 1832. Muerto Femando VII, el padre de Zorrilla, absolutista consumado, fue desterrado a Lerma (1833). El poeta pasó a estudiar Derecho primero en Toledo y luego en Valladolid, pero su aversión hacia las Leyes y el carácter intransigente del padre, que amenazaba con dedicarle al campo, le llevaron a huir de casa. En una yegua, que andaba paciendo, Zorrilla llegó a Valladolid, la vendió, y con el importe de la venta pudo trasladarse a Madrid, viviendo «a salto de mata».

Poco después fundaba un periódico y no mucho más tarde escapaba por el bal­cón, ante la irrupción de la policía en los locales de la redacción. Con motivo de la muerte de Larra el 14 de febrero del 37 se da a conocer con unos famosos y mediocres versos que leyó al llegar la comitiva i la puerta del cementerio de Fuencarral. La declamación reportó al poeta su introducción en los medios literarios de la capital española, relacionándose con las figuras literarias del tiempo (Espronceda, Hartzenbuch, Álvarez Santos). Asistente a las tertulias y cafés literarios, a los veinti­cuatro años Zorrilla es ya un personaje del mundo particular de la literatura. Por esta época propone a García Gutiérrez escribir una obra teatral en colaboración, Juan Dándolo, que fue la inauguración de su brillante carrera. En 1839 casó con Florentina Matilde O’Rei­lly, dieciséis años mayor que él.

El mal resultado del matrimonio impulsó a Zorrilla a permanecer en París cuatro años, esqui­vando a su mujer; en la capital francesa conoce a G. Sand, Victor Hugo, Musset, Gauthier, trasladándose después a Méjico once años. En condiciones económicas poco brillantes, en 1848, la herencia de sus pa­dres aligeró esta situación, pero, el pésimo administrador, pronto la restableció de nue­vo. En 1866 vuelve a España y, ya viudo, casó de nuevo (1860) con Juana Pacheco. Este mismo año las Cortes hubieron de votar una pensión para remediar la pésima economía de Zorrilla En 1885 ingresó en la Aca­demia, pronunciando su discurso en verso. En 1889 con un laurel de oro procedente de las pepitas del Darro se le coronó poeta na­cional en Granada. Instalado cómodamente en las estancias que le habían señalado, como el poeta no diera muestras de marcha, alguien le dijo «Vate: vete». La pensión de las cortes había durado poco y la Reina regente le había asignado otra de 300 pese­tas anuales.

A partir del mismo año de la coronación, se vio seriamente afectado en su salud. Así vivió hasta la madrugada del 23 de enero de 1893. «Una inmensa muche­dumbre acompañó su cuerpo al cementerio». «Sólo español y cristiano, / fui siempre; buen castellano / el cantor de mi nación». En otra composición de Zorrilla se lee «…decir sin jactancia puedo, / que canté con fe y sin miedo / mi patria y mi religión». Para la comprensión de la obra de Zorrilla no podrán perderse de vista estos versos. Zorrilla, en efecto, es un poeta plenamente inspirado en los temas nacionales, de donde nacen sus pecu­liares características poéticas. El tema na­cional no deja de ser en cierto modo ana­crónico para su época. La brillantez y facilidad de Zorrilla no derivan evidentemente de este «machacado tema», pero sí encuentra en él manifiestas posibilidades. Zorrilla es un juglar, sin ambiente, sin época, sin tema, de aquí su emoción vieja y antigua, un tanto abstracta, más efectiva por cuanto significa de actitud un tanto anacrónica que por pro­pia fuerza. Es ya tradicional el doble es­tudio de Zorrilla como poeta y como dramaturgo.

Romántico conservador, Zorrilla es el poeta fácil (compensando en ello una modesta cultura), improvisador, popular, sonoro y castizo y lógicamente desigual, con notables aciertos y bellezas dispersas por su extensa obra (v. Poesías y leyendas). Como lírico, nos ofrece una primera producción, que inau­gura el conocido poema leído en el entierro de Larra: «Este vago clamor que rasga el viento». Con temas de amor y caballerescos, «A un joven», «Amor del poeta»; orien­tales, «Mañana voy Nazareno», «Corriendo van por la vega», «Dueña de la negra toca», «De la luna a los reflejos». Zorrilla deriva luego hacia una poesía más trascendente, de cierto escepticismo y filosofía, «El día sin sol», «Inconciencia», «Napoleón», «A un águila», «A un torreón», y religiosa, «La virgen al pie de la Cruz», «El bautismo de Jesús». De tono más descriptivo es otro grupo de poemas, como «Soledad del campo», «La Virgen del Arroyo», «Tempestad de verano», «El cre­púsculo de la tarde». A otro grupo de poesías de gran sentido rítmico y musical y con cierto fuego, al estilo de Espronceda, de metro y rima, las llamó Zorrilla, por su cadencia árabe, Serenatas moriscas, Canciones moris­cas, Kasidas y Alboradas monorítmicas, («A S. M. I. Eugenia, emperatriz de los fran­ceses», «A Roca», «A Ana», «A Dios», «La siesta»).

Más interés, sin embargo, ofrece el Zorrilla épico autor de Las leyendas (v. Poesías y leyendas), en que lo que interesa es la acción — recurre incluso al diálogo — bien llevado, sin disgregaciones, y lógicamente: «La sorpresa de Zahara y Boabdil el Chico», «A buen juez mejor testigo», «Para verdades el tiempo y para justicia Dios». «Los dos besos», «El capitán Montoya», «El escultor y el duque». En su libro Cantos del trova­dor (1840-41) se contienen las leyendas «La pasionaria, «Margarita la tornera» y «Las píldoras de Salomón». En 1849 publica Las vigilias del estío, con tres leyendas. En esta misma línea están Recuerdos y fantasías (1845), Granada (París, 1855). Su última pu­blicación (1882) es La leyenda del Cid. La producción dramática de Zorrilla, treinta y tres obras en total, al igual que su poesía, con la que ofrece bastantes puntos, especialmente con la leyenda, es desigual. Trata preferen­temente el tema histórico, intercalado, al modo del teatro de la Edad de Oro, con leyendas. Sin alcanzar la grandiosidad de los clásicos del siglo XVII, su producción logra en determinados momentos notable interés, por el dinamismo de la acción, planteada de forma atractiva, y por los característicos personajes que presenta.

El teatro de Zorrilla, popular, con cierto sabor de misterio, bien dosificado en las situaciones y desenlaces, apoyado en un verso fluido y musical, está montado en forma que llega directamente al público. En este sentido recordaremos su obra Don Juan Tenorio (1845, v.), de ac­tualidad bien conocida. Hay un elemento de realidad en la captación de las situacio­nes, que de este modo logran interesar, y unas actitudes e intentos, y en todo caso unos contenidos tan humanos (no importa discutir su calidad), que justificaron la perpetuación de la obra. Pero de cual­quier forma, el hecho, excepcional en to­do el teatro del siglo XIX, de la actualidad de la obra es ya por una o por otra vía su­ficientemente explicativo. Por lo demás, la figura del Tenorio de Zorrilla es la más compleja y rica de la literatura española. Interesan dentro de su producción las tragedias clási­cas Sofronia (1843) y La copa de marfil (1844), la comedia de capa y espada La mejor razón la espada (1843), Sancho García (1846, v.), de gran efecto trágico, con situa­ciones de una grandiosidad culminante, El puñal del godo (1843, v.) y su segunda parte La calentura, de acción muy bien desarro­llada, Traidor inconfeso y mártir (1849, v.), quizá su mejor obra, así la consideraba el propio Zorrilla, sobre la leyenda del panadero de Madrigal, impostor del rey D. Sebastián.

Otras obras son: Vivir loco y morir más (1837); Más vale llegar a tiempo que rondar un año (1839); Cada cual con su razón (1839); Lealtad de una mujer y aventuras de una noche (1840); El zapatero y el rey (1.a parte, 1840; 2.a parte, 1842, v.); Apo­teosis de D. Pedro Calderón de la Barca (1841); Un año y un día (1842); El eco del torrente (1842); Los dos arroyos (1842); Caín, pirata (1842); El motín de Guadalajara (1843); El caballo del rey D. Sancho (1843); La oliva y el laurel (1843); El alcalde Ron­quillo o El diablo en Valladolid (1845); El rey loco (1847); La reina y los favoritos (1847); El excomulgado (1848); La creación y el Diluvio, Canto sacramental (1848); Amor y arte (1862); El encapuchado (1870); Pilatos (1877). A partir de 1879 «El impar­cial» comenzó a publicar sus notas autobio­gráficas, reunidas bajo el título de Recuerdos (1840) del tiempo viejo (v.), sinceros hasta dudar el poeta de la calidad de su propia obra.