José Santos Chocano

Poeta peruano nació en Lima en 1875, murió asesinado en Santiago de Chile en 1934. Encarcelado como revo­lucionario a los veinte años de edad, luego ejerció funciones diplomáticas en Colom­bia y en España, fue ministro y consejero de Pancho Villa en México y hombre de confianza de Estrada Cabrera en Guatema­la.

Caído el dictador guatemalteco, el poeta, acusado de haber bombardeado la capital y condenado a muerte, se salvó por la inter­vención de diversos gobiernos. Vuelto a su país y amparado en la protección del dic­tador Leguía, la soberbia y violencia de su carácter le hacen disputar con el periodista Edwin Elmore, contra quien dispara su pis­tola en el edificio del diario El Comercio; Elmore murió a consecuencia del disparo y Chocano consigue la cárcel y el repudio uni­versal; amnistiado, pasa a Chile, y en San­tiago, en un tranvía, un desequilibrado sie­ga con su puñal la vida de este aventurero, hombre soberbio y lírico ampuloso, que pre­tendió ser el «Poeta de América» y el can­tor viril de su raza.

Caudillo modernista y poeta épico, no fue propiamente épico ni modernista: tuvo, eso sí, las características exteriores de la épica y el modernismo, so­bre todo con esa grandilocuencia de cantor clamoroso que encontramos en algunos ro­mánticos y neoclásicos, y que caracterizó la poesía del mexicano Díaz Mirón, uno de los modelos de Chocano (v. Poesías).

América, los conquistadores y el paisaje son temas favoritos del poeta, que publica su Alma América (v.) en 1906 y da una impresión épico al lector por los temas y la grandi­locuencia con que los desarrolla; pero el vate peruano está muy lejos de la «intimi­dad» necesaria para construir un verdadero poema épico, mediante la identificación y la entrega total, porque tampoco es poeta lírico íntimo más que en raras ocasiones, como cuando escribe sus Nocturnos en su angustiada espera de condenado a muerte.

Musical, imaginero, maestro de la técnica y de la elocuencia lírica, Chocano formula su pretensión continental, frente al sentido uni­versal de Rubén Darío: éste va de América a Europa y al mundo; aquél trata de le­vantar las murallas líricas de Hispanoamé­rica, como Walt Whitman lo había hecho con la América sajona (La epopeya del Morro, 1899; El Dorado, epopeya salvaje, 1908; Ayacucho y los Andes, 1924; cuarto y único canto de La epopeya del Libertador, que el dictador Leguía le había encargado en seis cantos; Primicias de oro de las In­dias, 1934, libro en el que recoge buena parte de su obra dispersa).

Pero después de Alma América, su libro más sugestivo es Fiat Lux (1908). Pese a sus defectos y ex­cesos, a pesar de la superficialidad, la so­berbia y la ausencia de moral que lo carac­terizan, Chocano es un gran poeta que alcanza en muchos instantes la excelencia lírica, y no precisamente cuando pretende alcanzarla y se enorgullece de su valer.

El poeta de so­netos como La Cruz del Sur, el cantor de las plantas y los animales de América, tiene calidad suficiente como para evitar que la crítica apasionada le niegue sus méritos: porque algún crítico europeo ha exaltado sus defectos y vicios para acabar declarán­dolo «uno de los héroes epónimos de la América hispánica», algo así como si nos­otros tratáramos de señalar con negras tin­tas las costumbres licenciosas de George Sand para declararla «heroína simbólica de la dulce Francia». El poeta fue coronado en Lima en 1922.

Es un lírico esencialmente hispanoamericano que quiere quebrar el complejo de inferioridad de Hispanoamé­rica con gritos de exaltación. Cuando le di­cen que parece Homero, responde que los versos de Homero eran chocanescos. Chocano es­cribió también en prosa (Las dictaduras organizadas, 1922, páginas sobre el carácter de la revolución mexicana, etc.). Si no es el «Poeta de América», como pretendió ser, sí es un gran poeta hispanoamericano.

J. Sapiñá