Nació el 20 de marzo de 1770 en Lauffen del Neckar, en la dulce Suabia rural, a dos horas de camino de Marbach, patria de Schiller, y murió el 7 de junio de 1843 en Tubinga, en la torre junto al Neckar donde en 1806 le encerrara la locura. Criado y educado religiosamente por la madre y la abuela — su padre había fallecido en 1772 —, frecuentó primero el instituto de la vecina localidad de Nürtingen, y luego las escuelas de los conventos de Denkendorf y Maulbronn; finalmente pasó, a los dieciocho años, al «Stift» de Tubinga para estudiar Teología (su madre deseaba hacer de él un clérigo protestante), de donde salió, tras duras pruebas espirituales, en 1792; allí trabó amistad con los poetas Ludwig Neuffer y Rudolf Magenau, y los filósofos Hegel y Schelling.
Espíritu esencialmente místico, aun cuando con una religiosidad dirigida al cosmos y realizada en el sueño de una humanidad redimida y vuelta a lo divino. H. no llegó a pastor y fue, en cambio, apóstol de una poesía que no es ni quiere ser sino canto de religión y anuncio de una nueva era. Los Himnos a los ideales de la humanidad (v.) — título puesto por Dilthey—, escritos bajo el impulso de esperanzas y entusiasmos suscitados por la Revolución francesa, exaltan la libertad, el genio, la amistad y la juventud, y revelan todavía una influencia inmediata de Schiller, siquiera permitan al mismo tiempo vislumbrar, a través del velo de un lenguaje filosófico a ellos sustancialmente extraño, al gran poeta del género a quien la inspiración elevará hasta la más alta transfiguración del canto. En Stuttgart, donde en 1793 pasó los últimos exámenes para la carrera eclesiástica, H. conoció a Schiller, que le protegió con benevolencia, procuróle (1793- 94) el cargo de preceptor en la casa de Carlota von Kalb (ya amada y cantada por el poeta en Amor e intriga), en Waltershausen, y le publicó en su revista Neue Thalia algunas poesías y parte de la novela Hiperión (1793, v.); de esta obra existen, además, otros fragmentos en distintas versiones, entre ellas una en verso.
Goethe, con quien H. se relacionó brevemente en Weimar (había llegado allí desde la cercana Jena, donde, tras el fracaso del intento pedagógico de Waltershausen, residió de 1794 a 1795, frecuentó las lecciones de Fichte y acarició la idea de una actividad académica), juzgóle hombre de escaso interés y luego le olvidó. En realidad, todo un abismo separaba el clasicismo de Weimar del ideal de este espíritu solitario, para quien poesía y vida eran una sola y misma cosa y concebía al poeta como un profeta misionero, y soñaba en el resurgimiento no ya sólo del arte griego, sino incluso de toda la civilización helénica, entendida como una feliz armonía entre pueblo, naturaleza y divinidad. Es éste el mundo ideal desaparecido que Hiperiónn (las dos partes completas de la novela aparecieron en 1797-99) intenta en vano resucitar en la moderna Grecia. Sin embargo, H. pudo llegar casi a juzgar realidad su sueño cuando en enero de 1796 marchó, gracias al interés de Hegel, a Francfort del Main como preceptor de los hijos del banquero Gontard; allí permaneció hasta el verano de 1798, o sea durante la breve e intensa etapa de su fatal y gran amor hacia la madre de sus alumnos, Suzette Gontard (Diotima).
A este período pertenece el proyecto del drama La muerte de Empédocles (v.), llevado a cabo en varias versiones entre 1798 y 1799: la tragedia de lo humano como antítesis de lo divino, de una humanidad que deberá perecer para que pueda manifestarse la divinidad, y que sólo en el aspecto grandioso de la muerte — Empédocles se lanza al cráter del Etna — puede revelar el carácter noble y divino de su naturaleza. Forzado mientras tanto a salir de Francfort y a interrumpir casi por completo su relación con Suzette, H. conoció una vida inquieta y dramática, en continua peregrinación entre Homburg von der Höhe (donde le acogiera su amigo Sinclair), Nürtingen (residencia de su madre), Stuttgart y Hauptwyl, en Suiza. Desde entonces ya realmente solo, pero, sin embargo, iluminado por el recuerdo de Diotima, que persistía glorificado en Hiperión, trató de hallar consuelo en una participación cada vez más estática en la vida de la naturaleza y de sus elementos sagrados: el éter, el sol, el océano, la tierra y los ríos, míticas fuerzas de las que el poeta se siente profeta y mensajero.
Las Odas (v.), las Elegías (v. Pan y vino) y los Himnos —entre ellos los de carácter cristológico — pertenecientes al período 1799-1802, son al mismo tiempo lamentación de la vida en un mundo abandonado por los dioses y ardiente afirmación de fe en su retomo, el clarísimo «día» que habrá de suceder a la prolongada «noche». Desde diciembre de 1801 a mayo de 1802 H. estuvo en Burdeos, como preceptor en casa del cónsul alemán; supone ello una tentativa extrema de adaptarse a un mundo excesivamente ajeno al de sus deslumbrantes visiones. Durante el trágico viaje de regreso a la patria (mayo- junio de 1802), realizado a pie a través del sur de Francia, empezaron a manifestarse en el poeta los primeros síntomas de la locura, que, en precipitada sucesión nublaron muy pronto su mente. Sin embargo, nacieron aún los últimos himnos [Spáthymnen], en cuyo lenguaje se hace más densa la oscuridad de un espíritu únicamente alumbrado por fugaces destellos y testimonio conmovedor de un ininterrumpido y misterioso coloquio con los dioses; de 1804 son las traducciones en verso del Edipo rey y de la Antígona de Sófocles, y el principio de la versión de los himnos de Píndaro.
En 1806 H. fue llevado a Tubinga, primero a la clínica del doctor Autenrieth y luego a la torre del ebanista Zimmer, junto al Neckar. Durante los treinta y siete años en que el poeta se sobrevivió a sí mismo, hízose llamar Scardanelli.
S. Lupi